Un Bretón entre
los Thaï Deng
El Padre Vicente L’Hénoret, o.m.i.
(1921 – 1961)
Testigo de Jesucristo en Laos
asesinado por la fe el 11 de mayo de 1961 en
Ban Ban, Laos
Los soldados que le dispararon eran mercenarios, que había sido pagados (por los nuevos amos de la región) para hacer eso. Los hombres que mataron al Padre hablaban vietnamita entre ellos, al igual que los otros militares. A esa gente no le agradaban los sacerdotes franceses.
El Padre Khamphanh vino después y dormía en la casa del Padre Vicente. Los militares dijeron: “Ese no tiene miedo… ¿Es que quiere morir como su hermano mayor?” Eso lo oyó el cocinero, y la gente comprendieron claramente que era una amenaza. Entonces el Padre Khamphanh tuvo que irse, ya no pudo dormir más en la casa. No mataron al Padre Vicente porque era un francés, sino porque no les agradaba la religión, y aún menos los sacerdotes. Estoy segura de esto: si no, ¿por qué amenazaron también al Padre Khamphanh (que era laosiano)?
El Padre Khamphanh vino después y dormía en la casa del Padre Vicente. Los militares dijeron: “Ese no tiene miedo… ¿Es que quiere morir como su hermano mayor?” Eso lo oyó el cocinero, y la gente comprendieron claramente que era una amenaza. Entonces el Padre Khamphanh tuvo que irse, ya no pudo dormir más en la casa. No mataron al Padre Vicente porque era un francés, sino porque no les agradaba la religión, y aún menos los sacerdotes. Estoy segura de esto: si no, ¿por qué amenazaron también al Padre Khamphanh (que era laosiano)?
Vicente L’HÉNORET nació el 12 de marzo de 1921 en Pont l’Abbé (29); fue baitzado ese mismo día en la iglesia del poblado, perteneciente a la diócesis de Quimper en Bretaña. Es esta una región de Francia que ha enviado muchísimos misioneros a los cuatro puntos cardinales del mundo. Nacido en una familia profúndamente católica de 14 hijos, Vicente frecuentará la escuela primaria en el Colegio católico de San Grabriel en su ciudad natal. Después, desde 1933 a 1940, prosiguió sus estudios secundarios, como interno, en el juniorado de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada en Pontmain (Mayence, Francia)
El pequeño pueblo de Pontmain es célebre a causa de una
aparición de la Santísima Virgen. Durante la guerra de 1870-1871, María escribió
en el cielo, para unos niños, el mensaje siguiente: «Rezad, hijos míos, Dios os escuchará
después de poco tiempo. Mi Hijo se deja conmover. » La cercanía de aquella que en
Pontmain se le llama « Madre de la Esperanza », así como sus mensaje,
marcarían de modo indeleble el corazón de este joven.
Por
otra parte, al terminar Vicente sus
estudios estalla de nuevo la guerra. Junto con otros compañeros, pide consagrar
su vida a Dios, en vistas a la misión, en la familia de los Misioneros Oblatos
de María Inmaculada. Harán su noviciado en la misma casa de Pontmain, al pie de
la basílica de Nuestra Señora. En el informe sobre él, el maestro de novicios
de Vicente lo describe como un joven amable y tímido, de capacidad intelectual
modesta –hasta tal punto que se desanima fácilmente- ; pero al mismo tiempo, un
hombre de sentido común, virtuosos, sobrenatural, entregado. Más tarde, cuando
le toque dirigir la pequeña escuela de Ban Ban en Laos, Vicente la bautizará con
humor y orgullo, su ¡“universidad”!
Para
sus estudios de filosofía y teología, es enviado a La Brosse-Montceaux en
Île-de-France (Isla de Francia). Allí vivirá personalmente el drama del 24 de
julio de 1944: una ejecución sumaria por los saldados alemanes nazis a cinco
Oblatos de su comunidad, de los cuales
dos eran sus compañeros de curso. Él mismo fue deportado con su hermanos
oblatos a un campo de prisioneros de Compiègne; pero será liberados poco
después, a primeros de septiembre, por la avanzada de los Aliados.
De
regreso a La Brosse, Vicente hizo su oblación perpetua el 12 de marzo de 1945,
y el 7 de julio de 1946 fue ordenado sacerdote. Se había restablecido la paz,
pero con ocasión de su primera misa, se hizo fotografiar ante el monumento
dedicado a los Oblatos fusilados, donde está grabada la frase de Jesús: “Nadie
puede tener un amor más grande que dar la vida por sus amigos”. Para el resto
de su vida ése será el lema al que será fiel sin desviarse.
Vicente
L’Hénoret entonces ya está dispuesto para ir a misiones. En una nota a sus
superiores escribe:
Yo
he deseado siempre las misiones extrajeras. Me gusta la misión de Laos, pero
dado que ahora hay una misión difícil y una fundación en Chad, yo aceptaría con
gusto ir allá, estando dispuesto a cualquier sacrificio, incluido el de mi vida
por la causa de Cristo y de su Santísima Madre. No obstante, si Cristo me llama
a otra parte, yo seguiré su llamada, puesto que todas las almas han sido
salvadas a precio de su sangre, en cualquier clima donde ellas se encuentren.
A
su superior de Roma[1], que
debe decidir sobre sus preferencias, le escribe en el mismo sentido y añade:
“Mi salud puede hacer frente a los más rudos choques, por desgracia mis
facultades espirituales no están a la misma altura. He tenido muchas
dificultades en mis estudios, también para evitar el inglés, yo deseo sea Laos,
sea Chad, o en último término la Bahía de Hudson.”
Dulce
ilusión del futuro misionero: ¡aún no conoce la complejidad lingüista de Laos!
El 19 de mayo de 1947 recibe la obediencia… ¡para Garoua (Camerún)! Pero ese
destino se cambió el 10 de agosto, casi en vísperas de la salida: será más bien
Laos donde tendrá que ir a anunciar el Evangelio.
Misionero en Laos
El
tiempo de su primera estancia laosiana lo pasa en el sector de Paksane a
orillas del Mekong: primero en Kengsadok, la cristiandad más antigua de Laos;
allí tendrá que aprender la lengua, las costumbres y la práctica de la acción
misionera. Después fue enviado a un puesto de responsabilidad en Nong Bua (Nong
Veng), después en el mismo Paksane. En Onog Bua encontrará una sólida comunidad
de 400 cristianos. Escribe entonces a sus hermanos oblatos que aún seguían
cursando estudios en Francia:
Me
encuentro en una misión difícil, todavía no es la más difícil, pero eso llegará;
las montañas no están lejos y, cuando tenga un poco de experiencia, espero
instalarme allí, o subir al Norte en la verdadera región asilada; esto también
tenemos el asilamiento con todo su encanto salvaje, entre gente muy simpática. Caí
mejor de lo que yo me esperaba.
Pastor
atento, un poco severo, sabe hacerse querer por los cristianos que lo llaman « viejo »
porque ya es de la tercera generación. Dos testigos, que en aquel tiempo eran
niños, se acuerdan de él:
Sabía
construir: preparó la iglesia y cambió muchas cosas, hacía trabajos manuales.
Era un hombre de fe, generoso… Leía, rezaba mucho; llegó aquí a Paksane a
caballo leyendo el breviario, rezando…
En
1956 Vicente disfruta sus primeras vacaciones: unos meses en Francia. En
noviembre está de regreso y encuentra
por un año el mismo campo de apostolado. Saliendo del valle del Mekong, se va
enseguida definitivamente hacia las montañas del norte, ese “tierra aislada”
con la que había soñado: en noviembre de 1957 se integró en el equipo misionero
de Xieng Khouang. Su puesto será Ban Ban.
Situado
en el extremo oriental de la Llanura de los Jarres, por el camino qu desciende
hacia Vinh en Viêt Nam, Ban Ban, hoy llamado Muang Kham, es una pequeña
conglomeración que no contaba entonces más que un puñado de cristianos. Sin
embargo, por aquellas cercanías se habían instalado, en1952-1953, varios
pueblos de refugiados Thaï Deng provenientes de Sam Neua.
El
trabajo pastoral y misionero no era nada fácil: esas personas los azares de la
guerra endémica, que durante años no se los había escatimado; necesitaban como
una nueva conversión. Había mucho que hacer, en particular, para devolver el
equilibrio las familias desplazadas. Este nombramiento fue para Vicente un auténtico desafío. Puso
manos a la obra con ánimo, apasionadamente incluso, convirtiéndose en “servidor
d los pobres”, en palabras del Padre Juan Subra[2].
En
los últimos meses del año 1960, el régimen disidente instalado en Sam Neua
extendió su imperio sobre toda la región. Se instaló el sistema con su ritmo de reuniones de adoctrinamiento y
sus trabas a la libre circulación de las personas. Para ir a las aldeas que
asistía, Vicente tenía que ir cada vez a procurarse un salvoconducto prescrito
por las autoridades; por otra parte se lo concedían sin mayor dificultad. Había
hecho saber a sus superiores que después de los temores del principio, se había
establecido entre las nuevas autoridades y los misioneros una especie de ‘modus
vivendi’, y que aquello funcionaba más o
menos bien.
El
Padre Juan María Ollivier[3]
era miembro del equipo; pero cuando fue ocupado Ban Ban le impidieron volver a
su puesto. Desde comienzos de 1959, para la pastoral de los Kmhmu’, contaban
con la ayuda de un joven sacerdote alosiano diocesano, el Padre Juan Bautista Khamphanh,
recién ordenado.
Retrato de un misionero
Al
morir Vicente, su obispo, Mons. Estaban Loosdregt, o.m.i., dirá del él:
El
P. Vicente era uno de los Padres que hablaban mejor el laosiano corriente. No
era un intelectual brillante, pero trabajó mucho y lo consiguió. Yo mismo lo he visto levantarse a las cuatro
de la mañana para preparar su clase de catecismo cuando estaba en Nong Veng. Si
le hemos asignado Ban Ban, lugar muy difícil y destinado a convertirse en centro
del distrito, es porque gozaba de nuestra total confianza.
Otros
han esbozado su retrato con ocasión de su muerte. En una carta de sus
parroquianos, redactada por un catequista para su madre y ampliamente
divulgada, se lee:
…En
cuanto a su hijo, cuando llegó hasta nosotros, encontró dificultades; estaba
lejos del bienestar. Nos enseñó muchas cosas; nos ha ayudado a conocer al Buen
Dios; nos hizo practicar las virtudes; siempre estaba allí dispuesto para
curarnos. Los ha hecho evitar los pecados, nos dio la gracia de Dios. Intentaba
ayudarnos en la vida. Ayudaba a los alumnos; algunos estudiaban para ser
sacerdotes, otros para ser catequistas. Nos ayudaba a buscar para comer; actuó
de tal modo que muchos deberían saber…
Sor
Jeanne-Vincent, una religiosa Thï Deng de la que él fue el director espiritual,
testifica:
El
Padre Vicente se preocupaba de las prácticas de sus parroquianos Thaï Den.
Estaba en contra de los sacrificios de gallinas: cuando alguno caía enfermo,
nuestra gente sacrificaba un pollo a los malos espíritus que causan las
enfermedades, para aplacerlos. Mi abuela lo hacía a escondidas. El Padre nos
reprendía cuando llgaba a saberlo. Nos
recordaba también que no estaba bien trabajar el domingo, por ejemplo
descascarillar el arroz. Pero sobre esto era menos severo…
A
propósito de la severidad, su primo el Padre Yvon L’Hénoret[4],
o.m.i., explica:
Su
severidad era una señal: revelaba su preocupación por salva la fe de los
jóvenes. Por eso les prohibía tomar parte en las fiestas budistas. En la
mentalidad de entonces, se intentaba protegerá los jóvenes mediante la
severidad. Por eso se mostraba severo en su vida pastoral, siguiendo la
mentalidad de aquella época… Pero en familia, eran 14 hermanos y ¡todos eran
rebosantes de alegría!
Los
juicios de todos sus compañeros son siempre positivos: “Vicente siempre estaba
cercano a la gente”. Jean-Marie Ollivier añade: “Era un buen religioso y muy
fraterno en comunidad”; y Mons. Alejandro Staccioli, que lo conoció antes de
ser obispo de Louang Prabang: “El Padre L’Hénoret era una persona muy abierta.
Compartía con gusto su vida y sus pequeñas aventuras de su puesto de misión.”
Los acontecimientos de la
Ascensión de 1961
El martes 10 de mayo de 1961, Vicente L’Hénoret
obtiene un salvoconducto para ir a celebrar la fiesta de la Ascensión en Ban Na
Thom, una aldea a 7 kilómetros de distancia; en aquella época, el jueves de la
Ascensión era fiesta de obligación tanto en Laos como en Viêt-nam. Pensaba
estar de vuelta al día siguiente en Ban Ban para celebrar la misa de la fiesta.
El jueves 11 de mayo por la
mañana le vieron salir de Na Thom en bicicleta a las 7, como había dicho a sus
parroquianos. Poco después, entre Ban Na Thom y Ban Faï (ບ້ານຝາຢ), le echaron el alto tres hombres vestidos con el uniforme
de la guerrilla. Una campesina que estaba trabajando en el campo, fue testigo
de la primera parte de la escena: el Padre sacó un papel, el salvoconducto sin
duda. Eso pareció bastar a los militares , pues el Padre se montó de nuevo en
su bici y reanudó el camino.
La campesina no vio la
secuencia, pero oyó poco después unos disparos; no el dio importancia al hecho,
porque eso se había convertido en normal. Sin embargo, al volver al pueblo vio
la bicicleta, después entrevió un cuerpo apenas disimulado en una zanja. Llena de miedo, no se atrevió a
decir ni a hacer nada por el momento. Al día siguiente, un grupo de aldeanos
fueron a ese lugar. A unos 1500 metros del pueblo vieron un charco de sangre en
medio del camino y encontraron el cuerpo del Padre que había sido arrojado en
una zanja más lejos en el bosque. Asustados, tan sólo lo cubrieron con un poco
de tierra y ramaje. El sábado fueron en busca del P. Khamphanh, y con él procedieron
a darle digna sepultura pero de prisa, sin diferir porque todos eran
conscientes del peligro. Colocaron una cruz sobre la tumba.
Nunca se dio una explicación
de este asesinato. Las autoridades militares presentes en la región optaron por
negarlo pura y simplemente; incluso sus aliados neutrales no tuvieron el valor
de reconocer los hechos, menos aún de imputarlos a los autores.
Según un testigo, que
posteriormente vivió algunos años en Na Thoum, los nuevos amos derribaron la
iglesia y prohibieron a los cristianos toda reunión. Las generaciones jóvenes
ya no pudieron ser catequistas; no conoce más que la escuela y la propaganda, y
ya no saben qué es la religión cristiana.
Motivos del asesinato
A propósito
de la muerte de Vicente, se ha buscado saber cuál fue el motivo de su
muerte: ¿se quería eliminar con él lo que quedaba de la presencia francesa en
la región?
Para los testigos que vivían en aquel lugar en la
época, hay ninguna duda: estaba claro que era el sacerdote y no el extranjero
lo que querían eliminar. En este sentido, después de más de 40 años, el Padre
Khamphanh sigue sosteniendo eso mismo: Vicente encontró la muerte de ese modo
porque era un sacerdote católico. Es a él a quien acechaban, es a él a quien
tendieron la emboscada. Esto lo ha confirmado Mons. Louis-Marie Ling, obispo de
Paksé, que conoció personalmente a Vicente durante la infancia y que conoce
bien la región de Ban Ban: “Yo creo que ha sido asesinado por odio a la
religión y, especialmente, a la religión católica.”
Cuando murió Vicente L’Hénoret, Sor Jeanne Vicent
estaba en el convento. Ella relata lo que ha dicho después aquella a la que
ella su abuela –una familiar que la ha criado:
Los soldados que le dispararon eran mercenarios,
que había sido pagados (por los nuevos amos de la región) para hacer eso. Los
hombres que mataron al Padre hablaban vietnamita entre ellos, al igual que los
otros militares. A esa gente no le agradaban los sacerdotes franceses.
El Padre Khamphanh vino después y dormía en la casa
del Padre Vicente. Los militares dijeron: “Ese no tiene miedo… ¿Es que quiere
morir como su hermano mayor?” Eso lo oyó el cocinero, y la gente comprendieron
claramente que era una amenaza. Entonces el Padre Khamphanh tuvo que irse, ya
no pudo dormir más en la casa. No mataron al Padre Vicente porque era un
francés, sino porque no les agradaba la religión, y aún menos los sacerdotes. Estoy segura de
esto: si no, ¿por qué amenazaron también
al Padre Khamphanh?
El
sentido de una vida donada, de una muerte ofrecida
El Padre Vicente L’Hénoret, ¿estaba preparado para
afrontar la prueba final de esa manera? Por supuesto, al terminar sus estudios
había escrito: “(yo estoy) pronto para todos los sacrificios, incluido el de
(dar) mi vida por la causa de Cristo…” Esto podría interpretarse como un simple
sueño de juventud, palabras que lleva el viento. Por eso hay que escuchar a
aquellos que lo conocieron mejor como misionero en Laos.
El Padre Jean-Marie Ollivier, que estaba muy cerca
de él, testifica: “Vicente no había querido abandonar su puesto. Se quedó pese
al peligro, en compañía del Padre Khamphanh, sacerdote diocesano.” Éste, en 1961, ya había escrito a la madre de
su compañero:
Quiso quedarse con sus
cristianos, fiel a su puesto a pesar de la presencia del enemigo. Fue así como
murió, cumpliendo su deber de sacerdote… Rece en su corazón, porque para mí, no
hay ni sombre de duda que ya ha recibido de Dios la recompensa y desde allá
arriba, él mira a su mamá, vela por ella, por toda la familia.
Este punto de vista se
corrobora ampliamente por otros testimonios. El P. Pierre Chevroulet, que fue
superior provincial de los Oblatos de Laos, añade a esas consideraciones
subjetivas un elemento objetivo de suprema importancia: “Los misioneros, es
decir, los Padres Luis Leroy, Miguel Coquelet y Vicente L’Hénoret, aplicaron
estrictamente la consigna romana de quedarse entre los cristianos, incluso in
periculo mortis[5].”
Mons. Étienne Loosdregt, su
obispo, en una carta escrita a la mamá de Vicente, desarrolla este argumento:
Su hijo se quedó en su puesto
por obediencia. (Roma) había dado como norma, el año pasado, que los Padres que
tuvieran cura de almas tenían que quedarse un su puesto; esta es la razón por
la que Vicente se quedó en Ban Ban. A pemnas podía hacer nada, pero era sin
embargo el testigo de Cristo durante los días difíciles, y es por actuar como
sacerdote por lo que ha sido asesinado. El enemigo dirá que era un espía, que
se metía en política, esto es totalmente falso. Él se quedó en Ban Ban como
sacerdote, y es únicamente por su ministerio como sacerdote por lo que
desplazaba. Murió porque sacerdote, y porque fiel a las directivas de la Santa
Sede.
En su homilía, el obispo
añadía: “Lo mismo que antiguamente los apóstoles murieron de muerte violenta
por su fidelidad a Cristo, del mismo modo murió Vicente de muerte violenta por
fidelidad Jesús, a quien quiso servir
costara lo que costara. Es evidente que él tendrá derecho a la recompensa de
los buenos y fieles servidores.” El Padre Yvon L’Henoret , que facilitó este informe,
concluye:
Vicente ciertamente no
ignoraba los sentimientos de (los nuevos dirigentes) en relación a los Padres,
pero él pensaba poder quedarse aún para el bien espiritual de sus cristianos, Es ahí donde comienza realmente su
testimonio… Para nosotros, lo que cuenta es que Dios se dignó llamarlo a Sí a
Vicente ejerciendo su ministerio sacerdotal por el testimonio de la sangre.
Éste es el sentido cristiano de su muerte, y para mí no hay otro.
El Padre Ernest Dumond parte
de un punto de vista más amplio, abarcando de una única mirada a los Padres
Luis Leroy, Miguel Coquelet y Vicente L’Hénoret:
Yo guardo de ellos el
recuerdo de hombres apostólicos en la plenitud de edad, viviendo a fondo para
testimoniar a Jesucristo, irradiando una alegría y un entusiasmo que yo siempre
les envidiaba. Todos vivían lo más cerca posible de la gente en las pequeñas
aldeas perdidas por las montañas, en su misma situación de pobreza.
Para mí, entonces joven
misionero, era un recuerdo luminoso, como un don de Dios, un punto de
referencia todavía hoy en la insignificancia despreciable de mis actividades misioneras
muy a menudo insignificantes. Todavía veo esos jóvenes Oblatos audaces y sin
complejos –eran felices viviendo en un clima político-militar incierto;
barruntaban la muerte brutal con lucidez, como algo posible, normal, en línea
directa con la Pasión y la Cruz…
Algunos recuerdos de una hija
espiritual de Vicente L’Hénoret
Sor
Jeanne-Vincent, Thaï Deng ella misma, había pedido poder tomar, en religión, unido
al nombre de la fundadora de su congregación[6],
el de su padre espiritual. Además de lo dicho anteriormente, aporta una aclaración
preciosa sobre la vida de Vicente:
Las carreteras y los caminos
eran de pena, pero eso no lo desanimaba, no tenía miedo. Tenía un jeep, pero
para ir a la mayor parte de las aldeas no podía usarlo. Si no hubiera querido
tanto a la gente, se hubiera limitado a ir a los lugares que tuvieran caminos
para automóviles. Pero él quería llegar a todas partes…
Fue él quien me llevó al
convento, yo le debo mi vocación. La primera vez yo era todavía muy joven. Me
llevó donde las hermanas, y se fue de sorpresa. Más tarde, me preguntó si yo
quería regresar con él, pero yo opté por quedarme; siempre se preocupó por mí,
recibía a menudo mis noticias. El Padre Vicente era un hombre profundamente
bueno…
Su último sermón, en la misa
vespertina a Na Thoum, impactó a la gente: versó enteramente sobre la muerte.
Decía que había que estar siempre prontos, porque el Señor es como un ladrón…
Al día siguiente murió en la ruta entre las 7 y las 8 de la mañana. Se subió de
nuevo en la bicicleta. Es entonces cuando dispararon sobre él. Cayó gritando «¡Ohhh!» No estaba muerto, se enjugó la sangre. Entonces
volvieron para disparar de nuevo sobre él. El pañuelo con el que se había
enjugado su propia sangre quedó ensangrentado durante tres días: toda la gente
del pueblo pudieron verlo…
Yo estoy segura de que el Padre Vicente dio su vida, se dio
él mismo completamente. Quería de verdad a la gente. Sabía muy bien que
arriesgaba su vida. Iba a todas partes, por todas las aldeas. Había solicitado
un salvoconducto para ello, pero al mismo tiempo sabía que era igualmente
peligroso. No tenía miedo: daba su vida de ante mano. Desde 1960, la situación
se volvió muy difícil, pero él prosiguió su trabajo sin miedo. Pensaba
solamente en los cristianos que tenían necesidad del Buen Dios. En el pueblo de
mi abuela, la mitad de la gente era animista; entonces iba allá con frecuencia
para ayudarles a comprender mejor la fe. Entre los católicos, todo el mundo
tiene la misma opinión sobre el Padre Vicente, porque uno que se entregó de
verdad a ellos. Sabía que arriesgaba su vida, pero él iba lo mismo hacia los
cristianos. Los militares nos detestaban, pero el Padre dio su vida por los
cristianos. Después de su muerte hasta nuestros días los sacerdotes no ha
podido regresar nuca más.
Yo era aún muy joven cuando él murió, pero todo el mundo
hablaba del mismo modo. Fui a visitar a mi abuela en junio, algunas semanas
después de su muerte. Todo l mundo hablaba de eso, todo el mundo decía:
“Sacrificó su vida por nosotros.” Yo lloré mucho, porque fue el Padre que me
llevó a las monjas, y se preocupó mucho por mí. Como religiosa, en recuerdo de
él, llevo el nombre de «Sœur Jeanne-Vincent».
Original francés escrito por el P. Roland Jacques o.m.i. - Traducción de Joaquín Martinez Vega o.m.i.
El P. Vicente ante su "iglesia-catedral" de Ban Ban, saqueada y destruida por los milicianos de la guerrilla
[1] El Padre Hilario Balmès,
o.m.i., vicario general de los Oblatos.
[2] Jean Subra, o.m.i.,
1923-2000, llegó a Laos en 1949.
[3] Jean-Marie Ollivier, o.m.i.,
1926-2004, llegó a Laos en 1954.
[4] Yvon L’Hénoret, o.m.i., nació
en 1932, llegó a Laos en 1959.
[5] Locución latina :
« En caso de peligro de muerte ». Para los Padres Luis Leroy y Miguel
Coquelet, ver los capítulos anteriores.
[6] Las Hermanas de la Caridad,
fundadas por Santa Juana Antida Thouret ; cf. más arriba, notas 2 y 15.
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