(1909 – 1969)
Testigo de Jesucristo en Laos,
asesinado a causa de la fe el 5 julio de 1969 en Hat I-et
Relato de una misionera secular
que iba con el Padre a misionar en una aldea:
« Dos o tres kilómetros antes de llegar al poblado
oí una ráfaga de fuego de fuego dirigida contra nosotros. Reventaron los neumáticos
y a mí me hirieron en la mano. Una segunda ráfaga y Teresa (mi compañera) fue herida
en la cabeza.
El Padre Boissel fue herido en el cráneo. El jeep se precipitó
al barranco dando la vuelta sobre nosotros y se incendió. El Padre murió en el
acto. Los tres estábamos completamente cubiertos de sangre
El Padre Boissel estaba muerto, Teresa inconsciente y
como muerta. Pero vi tres jóvenes soldados vietnamitas que daban vueltas
alrededor del vehículo. Decían: “¡Los matamos!”
“¡Quememos el vehículo y sus ocupantes!”
Se alejaron un poco y lanzaron una granada contra el coche. (…)
Demos gracias a Dios que nos conserva en vida hasta
ahora. ¡Que el Padre Boissel nos proteja! »Seguir leyendo...
Campesino bretón, oriundo de un pequeño pueblo
cerca de Pontmain, José Boissel era un hombre fuerte, duro en el trabajo, con
una fuerza poco común, lo que causará la admiración de la gente de Laos. En
Pontmain, María la Madre de Jesús se había aparecido a unos niños en 1871 para
pedirles que rezasen y tuvieran esperanza a pesar de la guerra. Esta cercanía
de la Virgen, Madre de la Esperanza, en la guerra, marcará toda su vida.
Los años de preparación: un recurrido
internacional
José Boissel nació el 20 de diciembre de 1909
en los confines de Bretaña (Francia), en la aldea de La Tilais, fracción del
municipio de Loroux, en el seno de una familia de agricultores pobres. Fue
bautizado el mismo día de su nacimiento en la iglesia parroquial del pueblo,
perteneciente a la archidiócesis de Rennes (Francia).
Vocación precoz, José hizo cursó los estudios
secundarios en el juniorado de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, en
Jersey (Reino Unido). Acto seguido entra al noviciado en la isla de Berder, en
Morbihan (Francia); el maestro de novicios lo juzga como un “sujeto muy ordinario, poco
inteligente”. Sin embargo José es aceptado por otras cualidades, y se va a
estudiar filosofía al escolasticado de Lieja (Bélgica), y después la teología
en el de La Brosse-Montceaux (Seine-et-Marne, Francia).
Entre tanto hace su servicio militar, en donde
él “se mostró siempre como buen religioso debajo del hábito militar”.
Jean Denis, o.m.i., uno de sus antiguos
camadas que fue enviado como misionero al Norte de Canadá, evoca los años que
pasaron juntos en el noviciado y escolasticado:
Yo lo quería mucho: tres años mayor que yo, lo
catálogo entre los mejores. Con él era fácil hablar de cosas serias…
En la comunidad del escolasticado era el jefe
de peluqueros, y sus clientes eran numerosos y siempre satisfechos… Tenía buena
mano para escribir y a menudo se le pedía que reprodujera canciones o cánticos
con la copistería; con gran esmero, había policopiado el cántico a María: « Ô Bonne Mère du missionnaire, sois son
appui, veille sur lui. Sur terre il n’a plus de
patrie, la Croix lui reste, et toi, Marie… » (Oh Buena Madre
del misionero, vela por él. En esta tierra no tiene patria, sólo le queda la
Cruz, y tú, María). Esto lo emocionaba. ¡Y lo vivió!
No pretendía ser un intelectual por encima de
las nubes, pero hizo buenos estudios y discutía sobre ellos con agrado para
saber más para la vida práctica y para el ministerio.
En cuanto al juicio de sus superiores, matizan
más, pero es positivo:
Carácter enérgico y recto… Inteligencia débil;
juicio un poco estrecho; pero muy
aplicado, progresa sensiblemente… Muestra mucha habilidad para los
empleos y trabajos materiales e incluso artísticos… Muy abnegado, humilde, regular;
dócil por espíritu de fe, por naturaleza se aferraría a sus ideas. Buen
compañero, preocupado por el bien espiritual de los otros. Muy afianzado en su
vocación.
Otro juicio proyecta alguna luz sobre el
desenlace de su vida: “Muy generoso por naturaleza, no tiene miedo al
sacrificio.” Con ese espíritu José
Boissel hace su oblación perpetua en el hospital de Monterau el 29 de
septiembre de 1935.
El 4 de julio de 1937 es ordenado sacerdote.
El 26 de mayo de 1938, junto con tres de sus compañeros, recibe la
obediencia para Laos; tiene 29 años.
Curiosamente, en contra de la costumbre generalizada de los Oblatos, no quiso
pedir al Superior general ninguna misión concreta, declarándose dispuesto a ir
a una cualquiera; sin embargo Laos sintonizaba bien con su profundo deseo.
Un pionero de la misión del
norte de Laos
José Boissel formaba parte de un grupo de
pioneros oblatos de la Misión de Laos –los que conocieron todos los avatares de
la guerra desde el principio. Una vez llegado a ese país, en octubre de 1938,
si dirige rápidamente hacia el sector de
Xien Khouang donde la evangelización apenas había comenzado. Muchos años
después hablará con nostalgia todavía del puesto de Nong Ét, una estación
misionera en la avanzadilla de la Provincia de Xieng Khouang, que entonces se
llamaba Tran Ninh, en la frontera con Vietnam camino de Vinh. A causa de la
guerra tuvo que abandonar por un tiempo ese puesto: por la declaración de guerra del 1939, fue movilizado, pero
podrá cumplir sus obligaciones en el mismo Laos. Pero muy pronto le llegará la
misión “en brouse” (en la selva),
que es lo que le gusta.
Sin lograr ninguna conversión, en realidad
suscitó allí un movimiento de simpatía, sobre todo entre los Hmong. Fue el
primer Oblato que entabló amistad con ese noble pueblo. Veinte años antes,
otros misioneros habían abrigado hacia ellos sentimientos muy distintos: “Población
nefasta, porque cultivan opio al por mayor, con el que inundan todo el país,
con gran detrimento para los indígenas. Desde el punto de vista de la
evangelización, no tenemos que ocuparnos de ellos.”
En 1946 recibiría de un jefe gmong la
siguiente carta:
Si, a pesar del período difícil, aún seguimos
vivos casi todos, es porque Dios nos protege. Me acuerdo siempre con emoción
que usted rezó por un laico a quien usted quería mucho; ese laico era yo. Sin
conocer la religión cristiana… yo reconozco por un sentimiento innato la
existencia de un Ser Supremo que vela por nosotros y por nuestros actos… Mi
mayor deseo es recibirle la próxima vez;
Padre, todos nosotros pensamos en usted, usando una expresión meo como
en un ‘padre’.
En marzo de 1945 tuvo lugar el golpe de fuerza
de los japoneses sobre Laos. El uno de junio José Boissel fue hecho prisionero
junto con su compañero el Padre Vicente La Calvez y el Prefecto Apostólico,
Mons. Jean Mazoyer, o.m.i. A los tres
los llevaron a Vinh, Vietnam, donde quedaron detenidos en medio de una
población hostil.
De regreso a Laos en 1946, José vuelve a
encontrar a su Tran Ninh y el contacto con los Hmong. La misión de Nong Ét es
saqueada y devastada. En muy poco tiempo se hace inaccesible a causa de la
persistente inseguridad. Escribe: “es hora de instalarse definitivamente; no sé
exactamente donde instalarme; lo primero será encontrar un terreno, después
hacerme serrador, carpintero y lo demás.”
« Quien cultiva debe trabajar
con esperanza » (1 Cor 9, 10)
Las condiciones materiales por entonces son muy
precarias. El Padre Boissel cultiva él mismo el arrozal para poder comer. De
parte de los militares franceses no recibe ninguna ayuda, salvo un regalo
inesperado: un centenar de bidones de gasolina vacíos. “Yo los desguazo para
cubrir mi pequeño internado meo”, escribe en 1947. “Con una cubierta así, ¡ya
pueden llover piedras! Termina su carta dirigida a Mons. Mazoyer por entonces
en Europa:
Dentro de unos diez días usted estará a los pies del
Santo Padre, ¿qué pensará él de Laos?
Pobre Laos, pobre Indochina; no parce arreglarse nada, reina siempre y
por todas partes la locura. Estemos unidos a Dios y pongamos nuestra confianza
en Él. Él sabe bien de qué tenemos necesidad.
–P.S. Espero que usted encuentre
religiosas; tres serían bien recibidas en Xieng Khouang. Yo les preparo
una casa.
Al año siguiente escribe a sus superiores de Roma:
El trabajo
misionero en Laos, a causa de las distancia enrome que hay que recorrer
y por la pobreza del país seguirá siendo un trabajo oscuro y penoso durante
muchos años. Hacen falta pioneros dispuestos a sufrir lo que sea tanto en los
puestos de misión como en las giras… Cada cual en su sitio ha sufrido lo suficiente para adquirir
la experiencia de la gente del país… Si no fuera porque los misioneros de Laos
tienen una fe ardiente en su corazón, podrían preguntarse qué crimen habían
cometido para ser enviados aquí.
En 1948-1949 el Padre Boissel sale rumbo a Francia
para restablecer su salud quebrantada a causa de las privaciones, como explica
él mismo a los lectores de Pôle et Tropiques,
la revista misionera de los Oblatos:
Después de haber pasado diez años en la selva de
Indochina, en condiciones muy raras, uno
se siente feliz de poder regresar a Francia por unos meses. El 18 de octubre de
1948, en el primer avión que había venido para inspeccionar la pista al comenzar
la estación seca, pude despegar de Xieng Khouang y en menos de media hora, llegué
al centro de Vientiane, ahorrándome así un viaje pesado y peligroso de doce
horas de camino… Ahora descanso con mi familia en Loroux.
De regreso a Laos, durante muchos años, se ocupan de
la formación de los catecúmenos y de los neófitos kmhmu’ de varios pueblos de
la montaña de Xieng Khouang, en los alrededores
de Ban Pha donde fijó su residencia. Los habitantes de Ban Pha, los Thï Dam, son
ajenos al movimiento de conversiones. En noviembre de 1957 dejará el pueblo y
el sector en manos del Padre Luis Leroy.
Los años de madurez: con los desarraigados
Así pues, en noviembre de 1957 José Boissel abandona
definitivamente Xieng Khouang y sale para Francia para disfrutar de un nuevo descanso bien merecido. De sus familiares ya sólo queda su hermana
Victorine; así que decide realizar un proyecto muy querido para él: hacer una
gira por Europa como peregrino. Con el
“rector” párroco) de su pueblo, el cura Louaisil, sale para Roma en la pequeña
Renault 4L del cura. Durmiendo casi siempre en una tienda, pasan por Solignac,
escolasticado de los Oblatos, Lourdes y Ars, para llegar por fin al la Ciudad
Eterna. Sin embargo los superiores le habían prohibido terminantemente ir a
Fátima, e incluso visitar los santuarios de la vecina Bélgica.
Al regreso, José reemprende una nueva fase de su vida
misionera: lo destinan al distrito de Paksane, donde se afanará hasta su último
día. Se encarga primero de la aldea de arrozal de Nong Veng; después, a partir
de 1963, se instala en Ban Na Chik en el kilómetro 4 de Paksane hacia Pak
Kading –el famoso Lak-Si.
El Padre Henri Delcros[1],
o.m.i., había ayudado a los cristianos kmhmu’ refugiados de la región de Xieng Khouang a reorganizarse
en varios pueblos: Vang Khoma, Hat I-Êt, Pakvang et Nampa. José Boissel le
sucedió en esa tarea. Pone acentos patéticos para dar a conocer las condiciones
de vida de sus nuevos parroquianos:
Mi sector se extiende a lo largo de una pista de
tierra y de piedras por la que mi pobre 2CV es duramente sacudida. Cada todas
las familias arrastran las consecuencias de una guerra que se eterniza. Por
aquí, mujeres cuyos maridos están en el ejército, familias descoyuntadas…; por
allá, aldeas enteras que han huido de las zonas de combate y se ha refugiado en
la llanura. A unos doce kilómetros de mi pueblo, a orillas del Nam Nhiep, tengo
un grupo de unas sesenta familias que han abandonados todas sus pertenencias y
sus arrozales a causa de la guerrilla, prefiriendo salvar su fe y la fe de sus
hijos. A la espera de poder un rincón en el bosque para reanudar sus cultivos,
viven prácticamente de las ayudas…
Recibo y visito a todo el mundo, tratando de confortar
y ayudar a unos y otros en la medida de los pobres medios a mi alcance: curar
los enfermos, socorrer a los más necesitados. Nunca diremos bastante sobre las
desgracias que acarrea la guerra para la gente sencilla de Laos… desde hace más
de diez años los grupos armados repiten los mismos slogans, prometiendo el oro
y el moro una vez que consigan la victoria… Entre tanto, no hay más que
requisas de arroz, trabajos fatigosos a favor de los combatientes, detenciones
y desapariciones, clima de miedo y de sospecha… Estas son las amenazas bajo las
cuales vivimos actualmente. No obstante hay que resistir hasta el día en que
Dios nos dé la paz. Yo sigo visitando regularmente a toda esta gente,
ofreciéndoles a todos palabras de esperanza, a los cristianos una ayuda sobrenatural que les ayude a santificar estos momentos de
miseria. La mayor parte de las veces yo llego con las manos vacías y sufro ante
esos ojos brillantes que se fijan en mí, que esperan una ayuda material que yo
no puedo llevarles… Aplastado por tal miseria, uno se siente morir por dentro,
desolado por la impotencia.
Recorre esos pueblos, a pesar de la carencia de vista
ya que había perdido complemente la visión de un ojo. Un jeep remplazará la
Citroën 2CV, que a su vez había sucedido a su valiente caballo llamado Deng.
Durante aquellos años ponerse en camino comportaba siempre un riesgo: desde
finales de marzo de 1969 el peligro de la guerrilla se había acentuado, hasta
el punto que tuvo que renunciar a celebrar la Semana Santa en esos pueblos.
Sólo a principios de junio el Padre Boissel se atrevió a aventurarse por esa
ruta de emboscadas.
Los jóvenes misioneros que acababan de llegar a la
región de Paksane para aprender la lengua. Mons. Alessandro Staccioli, futuro
obispo de Louang Prabang, recuerda la fascinación con la que él y los otros
jóvenes escuchaban al Padre Boissel cuando contaba la guerra en Indochina, y
sobre todo su experiencia misionera en la selva:
Para él la misión consistía en anunciar el Evangelio,
vivir con la gente, curar los enfermos y vivir en pobreza. Era generoso,
siempre dispuesto a ponerse al servicio de la gente. Decía que él había dado su
vida por Laos, que quería morir allí y que ciertamente no quería volverse a
Francia. Yo creo que el Señor lo escuchó.
Ese mismo testigo nos aporta un ejemplo pintoresco:
“Un día se aproximó la guerrilla hasta su pueblo. Huyó a caballo, teniendo las
riendas con una mano y con la otra el copón con las hostias consagradas. De esa
guisa lo vieron llegar a Paksane”.
Retrato de un veterano de la
misión
Los años difíciles que vivió el Padre Boissel en la
misión endurecieron algunos rasgos de su carácter, pero sin echar a perder sus
hermosas cualidades. El Padre Joseph Pillain, o.m.i., que también estuvo en
Laos durante doce años, nos recuerda: “El Padre José Boissel era un hombre de
gran corazón, de una pieza, su hablar sin rodeos, profundamente religioso,
hombre de oración, fiel a las reuniones de distrito, muy agradable en
comunidad.”
Su retrato lo matizan mucho más los testigos
laosianos, entre los cuales figura una de las dos mujeres consagradas –de las
Oblatas Misioneras de María Inmaculada-
que tenían que haber muerto con él:
El Padre Boissel era un hombre de verdad, violento
pero generoso, llegando hasta el extremo e sus responsabilidades. Tenía una voz
potente; en cuanto a su carácter… En una palabra, era un hombre ardiente, fogoso, pero se ocupaba de cada uno
en concreto, especialmente de los pequeños, de los pobres, de los niños… Se
preocupaba de su formación cristiana, porque se trataba de recién convertidos.
La gente lo quería mucho. Cada familia le llevaba la
comida –una ración de arroz y otro plato. A veces los platos eran muy picantes.
Él estaba enfermo, tenían dolores de estómago constantemente, pese a eso, él
comía de todo sin decir nada, para estuvieran contentos.
Al llegar a un pueblo, tocaba la campana: llamada a
los cristianos para la confesión; después celebraba la misa. Después hablaba
con los catequistas del pueblo, con la gente del pueblo, los ancianos. Tomaba
nota de los bautizos, los matrimonios a celebrar… Se aseguraba de que las
inscripciones estuvieran hechas con antelación. Dormía en las iglesias.
Nosotras, las Oblatas, dormíamos en cada de una u otra familia.
Estaba atento a los enfermos que curaba personalmente, incluidos los
nacimientos difíciles. Estaba atento a cada uno, de modo pastoral –totalmente
entregado. Cuanto decía y hacía le salía siempre del corazón, del fondo del
corazón, del fondo de la fe…
Tenía mucha fe, era muy orante. Había hecho de su vida
un don al Señor. Su rasgo más notable era el amor por los pobres.
Dos testigos, laicos entrados en años, añaden:
Era cordial y franco, cercano a la gente. Era fiel a
las visitas a los enfermos, las personas de edad; quería mucho a los niños. Lo
que él hizo era realmente hermoso. Era un hombre bueno; todos acudieron a su
entierro. Cuando celebraba la misa o predicaba, era un hombre de Dios… Era un
hombre celoso. La vida de la parroquia estaba muy bien organizada: fiestas,
procesiones… todo lo hacía de corazón; la gente acudía de todas partes.
Inculcaba el sentido de la confesión, animaba a la
gente a mejor sus vidas. Tenía in gran espíritu de fe y un amor grande a los
ancianos y enfermos. Si se le señalaba un enfermo, él iba enseguida. Todos
recuerdan sus sacrificios, su fe, su amor a todos. Vivía sólo para los demás.
En cuanto a sus hermanos de religión, lo vieron de la
misma manera. Por ejemplo el Padre Ernest Dumond, uno de sus cercanos
colaboradores:
Era de un temperamento fogoso, generoso. No dudaba de
nada, jamás titubeaba para emprender algo, siempre con el afán de ir a los más
pobres… Estaba de verdad muy cerca de la gente por la cual lo querían: le
perdonaban sus ímpetus, sus gritos, sus imprudencias, porque era
fundamentalmente bueno y no rechazaba a nadie. Era admirable su celo por curar
a los enfermos: estuvo curando a lo largo de toda su vida misionera, sin
escamotear el trabajo, el tiempo. Era feliz sirviendo.
En comunidad, cuando venía a Paksane, vibraba: hablaba
fuerte, incluso reía, siempre tenía historias poco comunes para contar. El
Padre Boissel vivió solo la mayor parte de su ministerio, en lugares distintos,
pero sentía la necesidad de encontrar a sus hermanos oblatos.
La última aventura de una vida
ajetreada
Era la estación de las lluvias. Cada sábado el Padre
Boissel al caer de la tarde iba a un pueblo y regresaba el domingo hacia mediodía. El sábado 5 de julio de 1969
decidió ir a Hat I-Êt, un pueblo de refugiados hmhmu’ a veinte kilómetros
largos de Paksane subiendo a lo largo del río Nam San. Debido a la inseguridad,
ese año no había podido ejercer el ministerio allí durante algunos meses.
Estaba allí en catequista André Van, que necesitaba un empujón.
Sale hacia las cuatro de la tarde y lleva consigo dos
jóvenes Oblatas Misioneras laosianas: como siempre, éstas tenían que ayudarle
en las visitas, el cuidado de los enfermos y el servicio religioso. El sobrino
de una de ellas, de 10 años de edad, también se subió –a escondidas- en el
coche. Al darse cuenta de la presencia del niño, el Padre Boissel para el coche
y lo obliga a bajar: “Tú no tienes que venir con nosotros… Yo, como sacerdote,
y las dos Oblatas, hemos dado nuestra vida al Señor. Para nosotros no significa
nada morir, nuestra vida ha sido ofrecida al Señor. Pero tú, ¡tú no debes venir
con nosotros!”
Acto seguido, durante todo el trayecto, él habla de la
muerte. Decía: “No hay que rtener miedo de morir. Nosotros hemos dado ya
nuestra vida al Señor. Viajar como nosotros lo hacemos, no tenemos seguridad;
no es prudente… Siempre hay peligro.” Las dos jóvenes lo escuchaban… sin
responder…
Lo que sigue nos lo cuenta una de las dos pasajeras,
la única superviviente capaz de hacerlo:
Dos o tres kilómetros antes de llegar al pueblo, en
una curva del camino, yo oí una ráfaga de arma de fuego dirigida contra
nosotros. Los neumáticos explotaron y yo fui herida en la mano. Vi agitarse una
bandera roja en el bosque a orillas del camino. Una segunda ráfaga y Teresa herida
en la cabeza; como yo soy más pequeña esas balas no me tocaron. Los disparos
venían por la izquierda, del lado del conductor.
El Padre Boissel fue herido en la cabeza –en la boca y
en el cráneo. El jeep se fue al barranco, dio la vuelta sobre nosotros y se
incendió. Las gafas del Padre se rompieron; él murió en el acto… Tenía os ojos
muy abiertos. Los tres estábamos completamente cubiertos de sangre
El Padre Boissel estaba muerto, Teresa inconsciente.
Yo, en un letargo enorme… sin movimientos… como muerta. Pero yo vi tres jóvenes
soldados vietnamitas que dieron tres vueltas alrededor del vehículo. Decían:
“¡Los matamos!” “¡Quememos el vehículo y
sus ocupantes!” Se retiraron y lanzaron
una granada contra el coche. La ganada explotó y nos causaron las heridas. Yo
dije: “¡Oh, Señor!”, pero sobrevino un velo de oscuridad…
Yo no sé cuánto tiempo quedamos así en el vehículo.
Después Teresa fue la primera en recobrar el conocimiento. Me empujó,
obligándome a salir… La granada nos había ensordecido… Dificultad para
comunicarnos, para entendernos… Las dos rezamos al Señor. « Si tienes
necesidad de nosotras todavía… envía a alguien en nuestro auxilio ». Nos
tendimos en el camino. Yo puse la mano sobre el corazón de Teresa y ella puso
su mano sobre mi corazón: unidas en el sufrimiento.
¡Oh! Tuvimos que esperar mucho tiempo: desde las 4 y
media hasta las 9 y media. Finalmente legó gente para recogernos. El cuerpo del
Padre se quemó hasta tl punto que no podía reconocer su cara. Teresa, herida en
la cabeza, quedó mentalmente inválida a consecuencia del atentado.
Verdaderamente ya no tiene la dicha de vivir.
Demos gracias a Dios que nos conserva aún en vida
hasta ahora. ¡Que el Padre Boissel nos proteja!
En el funeral solemne, Mons. Étienne Loosdregt,
vicario apostólico, hizo la homilía:
Padre Boissel, usted queda entre nosotros… Esta muerte
violenta impresiona, una muerte en el tajo, en plena misión apostólica, una muerte
que José había rozado muchas veces, una hermosa muerte de misionero. Pero s
toda su vida lo que impresiona: vida de apóstol de corazón ardiente, vida
entregada, vida comida de un hombre de Dios para quien no contaba más que
anunciar a Jesucristo a los más pobres…
¿Por qué murió el Padre Boissel?
Ante la muerte brutal del Padre Boissel lo primero que
hay preguntarse es: ¿quién quería quitarle la vida, qué motivos movieron a los
asesinos? El Padre Ernesto Dumond, que lo quería como a un padre, da una
explicación bastante compleja:
Era un hombre dinámico y ardiente, pero torpe sin
duda. Había expresado públicamente sus reproches ante su catequista.
Resumiendo, había dicho: yo ya soy viejo, vengo hasta vosotros arriesgando mi
vida y a vosotros no os importa; la próxima vez
puede que no venga ya a vosotros. Este discurso disgustó, y algunas
personas se pusieron en contra de él. Fueron sin duda al encuentro de los de la
guerrilla para indicarles sus desplazamientos, y estos le tendieron una
emboscada.
Esta interpretación no satisface en absoluto. Un
cristiano kmhmu’, ni siquiera airado iría a encontrar a los vietnamitas… La
pasajera escapada nos da una explicación más sencilla y directa:
El Padre
Boissel murió a causa de la fe en Jesucristo, porque deseaban hacer desaparecer
la religión católica. Sabían que el P. Boissel iba a este pueblo o a aquel cada
sábado hacia las 4 de la tarde. Odiaban a los extranjeros, los sacerdotes, a la
religión católica.
El sentido profundo de la muerte
del Padre Boissel
Al igual que los otros misioneros fallecidos de muerte
violenta en Laos, José Boissel, a su manera, con su carácter, sus talentos,
también con sus límites, era un hombre de Dios que sabía lo que tenía que hacer por Jesucristo y por
los pobres, que conocía era consciente de los riesgos de esta empresa, pero que
no dudaba en llegar hasta el extremo del amor.
El Padre Jean Hanique, o.m.i., amigo del Padre Boissel
y antiguo provincial de los Oblatos, testimonia: “José no buscó que le mataran,
pero no hizo nada por evitarlo. Fue hacia el peligro con conocimiento de causa.
Se hallaban todos en esa misma situación. Sabía muy bien a qué se arriesgaba.”
Mons. Jean Sommeng Vorachak, obispo de Savannakhet,
desarrolla este pensamiento en un contexto más amplio:
La vida general
de esos Apóstoles –y todos nosotros, que trabajamos y arriesgamos nuestra vida
por la Fe-, era mi opinión, basta para decirnos que ellos ofrecieron su vida de
una vez por todas, para lo mejor y para lo peor, dispuestos a afrontar cualquier
obstáculo. El Padre Dubroux, el Padre Boissel, como el Padre Tiên y todos los
demás… murieron todos por la causa de la Iglesia y de la Religión… Que la
Iglesia los canonice o no los canonice, que los reconozca como santos, en el
fondo importa muy poco. Todos esos sacerdotes y catequistas murieron por la Fe,
por consiguiente yo creo y yo estoy seguro y cierto que están en el Cielo.
En cuanto a José Boissel, ¿no lo había explicado él
mismo a son amigo, el cura de su pueblo natal, durante su tercera y última
vacación en Francia en 1968?:
Él sabía que querían matarlo. Escapó de la muerte
varias veces. Estaba casi seguro de que lo matarían, a causa de la fe. Había
allí personas hostiles; no debía de sorprenderle. Para la gente del pueblo su
muerte fue una sorpresa, y al mismo tiempo lo sabían.
El sacerdote Louaisil concluye: ¡De seguro que está en
el Paraíso!”
En cuanto a la pasajera que se salvó, ella habla con
entusiasmo de aquel que había conocido a lo largo de dos años de misión en
común:
El Padre Boissel era consciente de los peligros de
esos viajes. Estaba dispuesto a dar la vida por Jesucristo.
A su entierro vinieron todos o casi todos. Decían:
“Murió por la fe, porque iba a decir la misa en ese pueblo.” Él sabía muy bien
que algo tenía que ocurrir un día, durante esos desplazamientos; pero acudía
porque era su trabajo. Con frecuencia la gente me recuerdan: “El Padre Boissel
hacía esto, hacía aquello…” Se acuerdan
de él, dejó una memoria viva: se puede decir que era un mártir. ¡Pero todavía
no ha hecho milagros!
El Padre Ernesto Dumond, uno de los primeros que se
hizo presente en el lugar del atentado, escribe:
No nos quedaba nada más que envolver sus despojos con
la sábana que nos había dejado el Padre Jean Fagon, su compañero de apostolado
durante tres años; lo hicimos como hacían los primeros cristianos con los
cuerpos ajusticiados de los testigos de la fe.
La última palabra la tiene el Padre Jean Denis, su
compañero de los años jóvenes, que nunca había vuelto a verlo desde su salida
para Laos:
Mi recuerdo del Padre Boissel es el de un hombre serio
y generoso, sin componendas. Veo muy bien que él haya dado su vida por sus
convicciones religiosas. Y qué alegría
sería para mí ver un compañero de ordenación beatificado y canonizado… Yo lo
veré en el cielo antes de eso, de seguro, pero entonces nos alegraremos juntos…
Estoy contento por poder dar este testimonio. Era un Oblato, un hombre que
hacía bien su trabajo, sin ostentación, por el Señor.
Homilía del Padre Douangdi para
el funeral del Padre Boissel (traducido
del laosiano)
Queridos hermanos y hermanas,
¿Quién dice que los Padres son extranjeros? ¿Quién
dice que los Padres no son buenos? ¿Quién dice que nosotros somos traidores
porque confesamos la religión de los Padres?
El Padre Boissel está de cuerpo presente ante
nosotros, ahí, ahora. Su vida es la respuesta a nuestras preguntas y a nuestra
fe.
Si el Padre Boissel es un extranjero, ¿por qué ha
venido a vivir en Laos durante 31 años? ¿Por qué ha venido a señalar con sangre
roja a nuestro país laosiano, para que se convierta en “el pueblo donde él ha nacido y la ciudad donde él descansa”?
¿Por qué acepta que nuestra tierra laosiana cubra su rosto?
Si el Padre Boissel no es bueno, ¿por qué no lo
fulmina el cielo, por qué no lo devora la peste? ¿Por qué se movía con
impaciencia e interés para llegar hasta sus hijos hasta el pueblo de Hat I-Êt?
Era sólo el celo por sus hijos –a los que él quería- lo que empujaba al Padre
Boissel hacia ellos, sin pensar en su sangre, su carne, su vida.
Y nosotros, si somos traidores, ¿por qué estamos
sentados aquí? ¿Por qué y por cuales razones nos hemos reunido aquí para llorar
por el Padre Boissel?
Vosotros los notables, los maestros que habéis
conocido y frecuentado al Padre Boissel, sabed y recordad esto: era un hombre
bueno, generoso con el pueblo, con los indigentes. Y aunque el Padre Boissel
era un hombre directo al hablar y “estornudaba fuerte”, recordad su bondad, que
ha dejado como un edificio construido por dondequiera que pasaba.
Nosotros los cristianos, que hemos comido en la misma
mesa, gustado los mismos platos que él, recordad que el Padre Boissel era un
sacerdote de Dios, que tenía un corazón ardiente, generoso, para sus hijos,
para vuestros tíos y tías que iban a verle para pedirle ayuda. El Padre Boissel
era un ejemplo, un manantial donde se podía beber el amor de Dios a los
hombres.
Queridos hermanos y hermanas, enseguida vamos a llevar
el cuerpo del Padre Boissel para enterrarlo en un trozo de tierra de nuestro
país laosiano. ¿Qué podemos hacer para agradecer su bondad, que había edificado
para nosotros y que ha dejado con nosotros? No podemos ver su rostro por última
vez, pues quedó completamente quemado.
El Padre Boissel que vino a vivir en nuestro país
laosiano durante 31 años. ¿Qué ha cosechado? Para mostrarle nuestra gratitud no
tenemos más que nuestras oraciones. No tenemos más que un puñado de tierra,
cuando lo hayamos depositado en la tumba. No pediremos nada para él, nada más
el Paraíso. Que pueda compartir la dicha
en el gozo de la gloria de Dios en el Paraíso.
“La tierra tapando el rosto durante quinientos años no
puede conseguir que se olvide el amor”, porque Dios nos dio al Padre Boissel
para sostenernos, para amarnos.
“La tierra tapando el rostro durante quinientos años
no puede conseguir que se olvide el amor”, porque el Padre Boissel era un
ejemplo, un manantial de donde brota el amor
de Cristo para nosotros.
“La tierra tapando el rostro durante quinientos años
no puede conseguir que se olvide el amor”, porque el Padre Boissel es un mártir,
muerto por la fe para nuestro bien.
Ni el día ni el tiempo podrán borrar de nuestro espíritu ni de nuestro corazón la
memoria del Padre Boissel. Ni la lluvia que cae ni las aguas que resuenan
podrán borrar la roja sangre viva del Padre Boissel, que ha marcado esta tierra
laosiana, porque estamos convencidos de que el sacrificio de la vida, y de la
sangre, y de la carne del Padre Boissel acarreará a nuestro pueblo laosiano la
benéfica tranquilidad y la paz dichosa.
De la Biografía escrita por Roland Jacques o.m.i.
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