Hablamos con misionero a quien Asia le atrae como un imán. Después de
20 años en Corea, donde lo nombraron ciudadano de honor por su labor en favor
de los pobres, decide dejar ese país para irse a China. ¿Por qué? Él mismo nos
lo va a explicar a continuación.
Dinos quién eres y de dónde vienes.
Dinos quién eres y de dónde vienes.
Me llamo Giovanni (prefiere callar
su apellido), y, como el mismo nombre me delata, soy italiano, nací en el Sur
de Italia; pero he vivido y crecido en varias partes del mundo, sobre todo en
el Extremo Oriente. Antes de ser ordenado sacerdote, con el fin de tener una
idea del mundo misionero, hice una experiencia, un par de años, en Filipinas.
Terminé mis estudios en Roma y fui destinado a Corea con el primer grupo de Oblatos.
Ahora, desde 2011, estoy en China.
¿Cómo surgió en ti la vocación
misionera?
Yo era seminarista diocesano en una pequeña diócesis. Al terminar el
liceo hablé con mi obispo sobre la posibilidad de ir a misiones. Era religioso,
franciscano conventual, y, siendo obispo misionero en África, presentó la
dimisión para dar paso al clero local. Persona muy abierta, cuando le presenté
mi deseo, a pesar de que tenía sólo dos seminaristas, no puso reparos y me dejó
partir. Hice el discernimiento vocacional con un jesuita en Nápoles. Allí
conocí a los oblatos quienes me propusieron hacer una experiencia comunitaria
para conocerlos mejor. Dos aspectos de este instituto me llamaron la atención: el
primero, que eran misioneros: era lo que me atraía hacia ellos. Incluso ahora
cuando me preguntan qué soy, más que Oblato de María Inmaculada, respondo:
Misionero. El aspecto comunitario fue el otro punto en el cual no había
pensado, porque venía de una formación del clero diocesano. Cuando terminé la
formación primera, pensaba volver a Filipinas; pero el P. Marcelo Zago,
Superior general, planeaba enviar un equipo de misioneros a Corea del Sur con
miras a poder penetrar después en Corea del Norte, y me envió con ese grupo de pioneros.
¿Cuál fue tu primer impacto con
el mundo asiático?
Yo venía de un país que se decía cristiano, estuve en Filipinas, otro
país que no era totalmente cristiano, pero que contaba con una mayoría de católicos,
el 80 %, y llego a Corea donde los cristianos son una minoría, pues, aunque sea
muy viva la presencia de los católicos, éstos sólo alcanzan el 10 % de la
población. Pero lo bonito era que íbamos a una Iglesia que no tenía necesidad
de clero, y por lo tanto pensar inserirnos en una estructura parroquial era impensable.
Esta situación nos costó al principio, pero nos hizo bien, porque, al no poder
apoyarnos en una parroquia o en otra estructura eclesiástica, tratamos de ver, en
sintonía con nuestro carisma misionero, de qué modo podíamos estar presentes en
los ámbitos donde la presencia de la Iglesia se advirtiera menos. Así que la
Iglesia coreana nos obligó a buscar áreas donde se pudiera poner de relieve la
“misionariedad” de la Iglesia.
Visitando Corea, recuerdo que el
obispo de Suwon, que os acogió, nos decía que ellos creían que en Corea no
había pobres; pero la venida de los misioneros se los hizo ver. ¿Quiénes son
esos pobres latentes en Corea?
La pobreza tiene múltiples rostros. Nosotros la descubrimos en los
inmigrantes extranjeros que llegaban de otros países más pobres de Asia en
busca de trabajo y eran marginados, explotados. Otro ámbito fue el de los más
necesitados, los pobres de la calle. Nos entregamos a trabajar a fondo en ambos
campos. Después, con la llegada de nuevos Oblatos, asumimos las capellanías de
cárceles y hospitales y al mismo tiempo tratábamos de despertar vocaciones
misioneras. Ahora ya hay un pequeño grupo de jóvenes que han hecho la profesión
religiosa. Dos de ellos los tenéis aquí en Roma estudiando teología, otros ya
han sido ordenados.
Tú te habías encarnado muy bien
en Corea, dominabas la lengua y, en reconocimiento a tu labor allí, te honraron
con la ciudadanía de honor de la capital, Seúl. ¿Qué bicho te picó para salir
de allí?
Después de veinte años vividos en Corea yo deseaba ir a donde la
Iglesia estuviera aún menos presente. Recibimos la invitación de ir a Rusia, a
la isla de Sajalín. Fui a visitarla y me dio buena impresión. Dejé en manos de
otro oblato y de un sacerdote diocesano la labor con los extranjeros, Redacté
un informe detallado y me encontré con el P. General. Todo parecía que
podríamos empezar; pero la iniciativa no prosperó, porque faltaban personas
para poder formar una comunidad apostólica, misionera.
Entonces me dediqué a otro tipo de trabajo: predicación de retiros y conferencias
a sacerdotes y religiosos en Corea, durante siete años. Pero volví a la carga
con el P. General diciéndole que si hubiera otro lugar, en cualquier país del
mundo donde hubiera necesidad, yo me ofrecía. Después de un cierto discernimiento,
apareció la posibilidad de ir a China. A simple vista, eso parecía una
casualidad, pero después, investigando en los archivos de la casa general, encontré
la carta que yo había escrito al Padre General al terminar los estudios para
pedirle “la primera obediencia”, el
primer destino misionero. En ella yo ya solicitaba ir a China; sólo que como
estábamos a punto de abrir la nueva misión de Corea, él me indicó que fuera a Corea.
Y ahora, ¿qué labor misionera puedes
hacer en China?
En China continental estamos muy pocos oblatos. De momento sólo tres:
un americano, un hijo de chinos emigrados de China y un servidor. Estamos unidos
a los oblatos de Hong-Kong. Este territorio, en el mapa, forma parte de China,
pero en realidad es otro país. En Hong-Kong, con el apoyo del Gobierno local, se
da la posibilidad de una presencia religiosa en las escuelas, en las parroquias
naturalmente… De hecho hay una presencia de Iglesia muy fuerte. Allí no hay
ningún problema. Además las posibilidades de trabajo pastoral son muchas. Lo
que falta son vocaciones.
En China continental, por el contrario, debido a la situación política
y social, no hay una presencia de Iglesia muy visible. Así que he pasado de la
Italia cristiana a la mayoría cristiana de Filipinas, después a la minoría de
Corea y ahora a una presencia de Iglesia prácticamente inexistente en China. Pero así como la situación en Corea nos
obligó a ser más fieles a nuestro carisma misionero (evangelizar a los pobres),
China nos obliga a ir a lo esencial. Me explico: en otras partes puedes
encontrar muchas cosas que forman parte de una tradición religiosa, misionera. Aquí
en China continental, por el contrario, no hay nada de eso y hay que ir a lo
esencial, hay que comenzar por el abecedario, tienes que buscar el sentido de
la oración, el valor y el precio de la vida comunitaria. Tienes que enamorarte
de un Persona, Jesucristo, que es quien motiva tu presencia aquí. Por eso creo
que, a fin de cuentas, tendríamos que dar gracias a Dios por esta situación en
que nos toca vivir.
Pero en concreto, ¿qué hacéis?
No hay mucho “que hacer”, en sentido clásico; pero el contacto con la
gente es inmediato, uno se ve obligado a relacionarse en lo que es esencial
para las personas. Por otra parte lo hacemos con estructuras, pues estamos
reconocidos por el Gobierno como una
asociación de intercambio cultural y yo sería el jefe, el representante oficial
de esa “empresa”. Esto me ofrece la posibilidad de obtener un visado de trabajo
y por eso mismo, la posibilidad de una presencia más estable.
Yendo a lo concreto, acogemos a tantos niños que necesita un apoyo
postescolar. Con ellos vienen sus padres
y esto nos da la posibilidad de visitar otras entidades, tales como
orfanatos, niños abandonados, deficientes, inmigrantes… Éstos últmos vienen de
las provincias buscando trabajo y se alojan en las periferias de las grandes
ciudades, como es el caso de Pekín. Estas conglomeraciones forman barrios, por llamarlo
de alguna manera, pero en realidad son poblados que cuentan con más de 10.000
habitantes por cada sector.
¿Qué incidencia misionera,
evangelizadora, puede tener vuestra presencia?
Trabajando con estos inmigrantes
se tiene la posibilidad de presentarse con valores cristianos, aunque no
claramente expresados, y desde ahí las cosas progresan. Este año, por ejemplo,
hemos comenzado con un centro postescolar donde ofrecemos a los niños, hijos de
estos inmigrantes, la posibilidad de venir a un local que hemos alquilado que tiene
pequeñas habitaciones donde pueden hacer los deberes. Para ayudarles en esta
actividad escolar, contamos, no sólo con la ayuda externa de laicos que vienen
de otros barrios, sino también con la confianza y apoyo de los propios familiares.
Invitamos a las mamás a que estén presentes, por turno, dos o tres cada día, de
modo que ayuden a los niños a hacer los deberes. Entre todos esos “voluntarios”
no hay ni un solo cristiano. Creo que este sea un modo de iniciar una presencia
cristiana al estilo de aquella que nos cuentan de los comienzos de la Iglesia
en tiempo de los Apóstoles. Espero que al final, superando muchos obstáculos,
comenzando por la lengua, la dificultad de una permanencia estable a causa del
visado, la de no tener una visión conforme a los parámetros que teníamos sobre
lo que significa ser misionero, parámetros que aquí no se sostienen, que casi
no tienen valor aquí, o que son menos fuertes que en otros países, al final
constatas que vale la pena el alto precio que se paga y que recae lógicamente sobre las propias espaldas.
A esas personas del lugar que nos ayudan gratuitamente de un modo fiel
les estamos ofreciendo aquella vocación cristiana originaria del “ven y
sígueme”. Esto es, en resumen, lo que por ahora hacemos en esa parte de China.
Volviendo la vista hacia atrás,
en Corea te hallabas tan en tu casa que hasta te concedieron la ciudadanía
honoraría de Seúl por tu labor social, supongo. ¿Qué diferencia ves entre tu trabajo
en uno y otro lugar?
Más de uno me ha preguntado, después de 20 años durante los cuales uno
se ha esforzado en dominar medianamente la lengua, en penetrar en la cultura,
entablando relaciones interpersonales con la gente, teniendo un campo tan
amplio de trabajo donde surgen vocaciones, cómo se me ha ocurrido irme de allí
para ir a otra parte donde no hay trabajo “apostólico”. Algunos piensan que,
como allí hay abundancia de vocaciones, uno se va a otra parte. Pero no es exactamente
eso. En Corea, en este momento los oblatos, por una serie de motivos, han
quedado en mínimos, pero su presencia es necesaria, hay que enviar más gente a
Corea. ¿Por qué me he ofrecido yo para irme a otra parte? Todo arranca de los
orígenes de mi vocación. Como ya dije, vengo de una diócesis pequeña que en
1981 necesitaba vocaciones. El último sacerdote había sido ordenado en 1972, casi
10 años antes. Éramos sólo dos seminaristas y el Obispo no opuso resistencia a
mi marcha. Así que no fue por la abundancia de vocaciones por lo que el Obispo
me dejó partir. Si hay más necesidad en otra parte, nuestras necesidades no son
prioritarias.
Hay un pasaje evangélico que me motiva y acompaña siempre: el óbolo de
la viuda (Mc 18, 42-44). Esa mujer pobre echó todo lo que tenía, era toda su
vida. Yo lo aplico a mi caso: si mi diócesis me ha sido capaz de dejarme salir,
no porque yo fuera de gran valor, valgo dos centavos, pero que a los ojos de
Dios era todo lo que tenía la diócesis en aquel momento, eso mismo debemos
hacer nosotros. Los oblatos, no debemos esperar a tener abundancia de
vocaciones para enviar gente “ad extra”.
Dar lo superfluo no es nunca caridad. Debo recordarme a mí mismo que si en otra
parte hay más necesidad, la necesidad propia no es esencial. Esta es la razón
por la que me ofrecí como voluntario para China. Lo que hago aquí sé que es
insignificante, pero si esta insignificancia puede ser un signo…
Un signo, ¿en qué sentido?
En un mundo de más de un billón de habitantes (en 1.376.728.800 se
calcula su población en este momento) mi
presencia no cuenta nada para China; pero puede ser un pequeño signo para
nosotros mismos, los oblatos, para otros institutos misioneros y para los cristianos.
El Papa nos lo recuerda constantemente: tenemos que ser un Iglesia “en salida”.
Yo tengo la impresión de que en estos últimos años las congregaciones
misioneras se están cerrando o por lo menos les falta impulso significativo.
Hay diversas causas: motivos políticos y religiosos, falta de vocaciones…
Miramos mucho al bolsillo, echamos cuentas; pero creo que no hay fidelidad al
ser misionero.
Desde dentro, ¿cómo ves en esa
Iglesia partida en dos?
La situación político-religiosa es el desafío más importante para
nosotros. No podemos presentarnos ante un mundo social y culturalmente tan
diverso del nuestro cuando nosotros mismos, como Iglesia, no somos capaces de
presentarnos en unidad. Nosotros los misioneros, los cristianos extranjeros que
estamos en China, topamos con esta, digamos, “división”: la Iglesia
“patriótica” ligada al Gobierno y la Iglesia “subterránea” fiel a la Santa
Sede. La Iglesia, la Esposa de Cristo, es una. ¿Cómo es posible que estas dos
Iglesias no consigan ni siquiera hablarse, mirarse, conocerse? Lo que más me
duele a mí, al igual que a mis compañeros de comunidad, es que en China no me
siento plenamente Iglesia. Nosotros los misioneros, dondequiera que vamos,
entablamos relación con la Iglesia local. El Obispo es la cabeza visible de la
Iglesia local. Aquí estamos sin cabeza, y esto no nos hace bien.
Hay muchos misioneros que, con la mejor buena voluntad, intentan tener
una presencia significativa en China, pero nos falta la relación de comunión
entre nosotros, porque nos falta la cabeza. Cada uno trata de cultivar su
propio huerto, su parcela, pero sin intercambio de experiencias. Esto, más que
hacer avanzar a la Iglesia (la Iglesia que es Comunión), le hacemos daño. Yo a
veces soy crítico, más bien negativo, con los misioneros que llegan a China con
la mejor buena voluntad de ser una presencia visible de la Iglesia. Permanecen
dos o tres semanas, se van por aquí y por allá con traductores y luego se marchan.
¿Es ésta una presencia de Iglesia? Sería preferible que no vinieran, porque es
necesario presentarse como única Iglesia de Cristo.
¿No se barruntan cambios?
Para la situación religiosa, algo comienza a cambiar ligeramente. El
Papa cuando sobrevuela China envía mensajes al Gobierno. Tal vez el próximo año
sea posible una presencia representativa del Papa en China, aunque aún no se
sabe cómo. Hay perspectivas de un deshielo. Pero somos nosotros los misioneros
quienes tenemos que ponernos en relación entre nosotros. Falta esto y así no se
hace un buen servicio a la Iglesia en China continental.
La Iglesia en Hong Kong, ¿influye
en ese acercamiento?
La inmensa mayoría de los misioneros que están ahora en Hong Kong han sufrido
la experiencia dolorosa de haber sido expulsados y tienen un cierto sentimiento
de revancha, hay heridas que no han cicatrizado bien. Las noticias que se
lanzan al mundo sobre la presencia cristiana en China continental pasan a
través de Hong Kong y, aunque se basen en realidades concretas, tal vez hacen
pasar sólo las situaciones críticas, y esto no ayuda.
Pero ahora la situación política está cambiando. China se está
convirtiendo en una superpotencia mundial y creo que esto va a favorecer a los
cristianos, porque para presentarse al mundo, no pueden por menos de tener en
cuenta las diversas realidades y presencias que están ahí y por lo tanto tendrán
que contemplar también la presencia de los cristianos.
¿Qué puedes decirnos sobre la
Iglesia que tú denominas subterránea?
Quienes la miran desde fuera, constatan como que hay dos realidades:
una Iglesia fiel al Gobierno y otra Iglesia fiel a Roma. Pero viéndolo desde
dentro, en lo concreto, las situaciones son diversas. Allí –al menos donde vivo
yo, en Pekín- el Obispo ha sido designado por el Gobierno y ha sido aceptado
por Roma. Sin embargo hay otras situaciones en las que los obispos son
designados por el Gobierno y no son reconocidos por Roma, o viceversa, son
desinados por Roma y no son aceptados por el Gobierno. Así pues, son
situaciones muy, muy diversas. Donde antes había existido una fuerte presencia
de católicos, el Gobierno es más tolerante con la Iglesia “subterránea” y se da
una cierta libertad de culto. En otras partes la situación es más crítica y no
se sabe si hay o no hay representante de la Iglesia o quién es el representante.
Si me ven como miembro de la otra Iglesia, como somos muy visibles, pues yo no
puedo presentarme como chino, es complicado, por eso tengo que estar atento.
Hay muchos misioneros que colaboran con la Iglesia “patriótica”, porque
es menos arriesgado y puedes ir a enseñar en un seminario, pues estás
“protegido” por personas relacionadas con el Gobierno; mientras resulta más difícil
relacionarse desde la Iglesia “subterránea”. Hay muchos aspectos de esta presencia,
pero muchos de ellos están relacionados con el visado, porque hasta para entrar
en el país como turista se necesita autorización y te la dan por tiempo muy
limitado. Si no eres persona grata al Gobierno, te dan el visado por un mes o
pocos meses y cuando caduca vas a solicitarlo de nuevo y no te lo renuevan.
He conocido sacerdotes chinos
estudiando en Roma que, al ser de una u otra Iglesia, no se hablan. ¿Cómo ves
esa falta de confianza?
Te respondo con una imagen. Mi madre, al final de sus años, aunque no
gozaba de buena salud, los domingos se esforzaba por preparar una buena comida
e invitaba a todos sus hijos e hijas. No necesitaba nada para tener 20 personas
a la mesa. Yo le decía: ¿no te cansas preparando eso? Y ella me respondía: lo
que más me alegra y me paga el esfuerzo es ver que se encuentran bien juntos.
Nosotros los misioneros, si pudiéramos hacer las veces de madre, diríamos lo
mismo. El reto de la lengua, la cultura etc. sería un esfuerzo que daríamos por
bien empleado. Lo que nos duele es que los hermanos no se hablan, se critican,
se llevan mal. Los unos y los otros, los de una y otra Iglesia, tienen sus
razones; pero, aún teniendo orientaciones diversas, es preciso que comiencen a hablarse, porque
en definitiva somos todos una única Esposa de Cristo y hay que contar con los
que el Señor ha puesto ahí a tu lado. Quizás este sea el reto más grande que
tenemos los católicos en la Iglesia de China continental.
Los que estáis allí, ¿cómo veis
la posibilidad de evangelización?
No tengo buen ojo clínico, pero cuando nos encontramos los misioneros
entre nosotros yo digo que no estamos preparados para evangelizar en China, no
porque no hablemos bien la lengua, no, no, no. No estamos preparados porque
tenemos en la cabeza una China que hemos aprendido en los libros escritos por gente
que ha pasado por allí. Se piensa: China es roja, comunista, no respeta los
derechos humanos ni los derechos de autor, tiene un alto nivel de
contaminación… cosas todas ellas que tienen su pizca de verdad, pero que no son
China. Hay una China que no conocemos, porque no resalta, no la descubres, a
menos que vivas en China. Los misioneros, sobre todo los que intentan hacer
alguna cosa, llegan con una idea preconcebida de China y hacen la guerra a una
China que está cambiando. Da la impresión de que hacemos esa guerra con piedras
y flechas, cuando esa guerra ya ha pasado a la historia, eso no sirve. Cuando
queremos promover valores de la vida, por ejemplo, acogiendo mujeres en cinta
para que no aborten, bautizar por bautizar… Son cosas válidas, pero la urgencia
y el enfoque no es ese.
Y de cara al futuro, ¿cómo ves
la misión en China?
De cara al futuro yo soy muy positivo, optimista, porque China, como ya
dije, se está presentando al mundo como superpotencia, y por eso mismo se darán
cambios políticos, sociales, y también religiosos. Yo entreveo que a la vuelta
de diez años los misioneros podrán entrar en China también por motivos
religiosos. Se están dando cambios muy grandes también mirando hacia dentro.
Cuando 260 millones de personas –son datos precisos- se trasladan del campo a las
grandes ciudades, se encuentran con el hecho de que ya no pueden vivir en
familias patriarcales apoyadas en el marido. Éste ya no está en casa, se queda
la mujer con los hijos y se encuentra con ellos sólo para celebrar el año nuevo;
cuando la casa se reduce a escasos metros ya no puedes tener relaciones de
vecindad; cuando el mismo Gobierno, no pudiendo exportar todo a Europa a causa
de la crisis, favorece y enfatiza el consumo interno, y se piensa en el sueldo,
como en otras partes del mundo, el país único y el comunismo ya han pasado. El
cambio es evidente.
En ese momento los misioneros tenemos que renunciar a la guerra con
flechas, deberíamos tener una mayor capacidad de reflexión. En los llamados
“países de misión” a veces usamos una
metodología ya superada. Volvemos a los orígenes aplicando la metodología de
antes, y lo que habíamos hecho en otro tiempo en Europa o en las colonias, intentamos
aplicarlo aquí. Tal vez se pueda hacer algún bien; pero como metodología no nos
sirve ahora.
Aunque la situación histórica no nos permite encontrarnos aún, tenemos
que reflexionar, evaluar las propias experiencias. Nosotros, en pequeño,
tratamos de hacer algo así por la noche, en la oración, revisando la jornada. Tiene
que haber alguien que tenga la capacidad de reflexión en ese campo.
Y desde el lejano Oriente, ¿cómo
nos veis a los cristianos europeos?
Hace unos años se escribió un libro titulado “Francia país de misión”.
La misión no consiste en subirse al avión y volar lejos, a China, por ejemplo.
Esto da colorido a la misión. Pero la misión no es eso. A veces yo me pregunto
si no será más difícil ser misionero en Italia que en China, porque China me
provoca a ser cristiano, porque soy parte de la minoría. Mientras que aquí… Hay
que ser misioneros también en Italia, en España. También aquí hay que ser
Iglesia “en salida”. Para ello no basta apoyar las misiones con la oración, con
la ayuda económica (que se necesita y agradece) a quienes están en la
“vanguardia”. Cada cual debe preguntarse: Yo, aquí, en este ambiente
post-cristiano, ¿en qué medida soy presencia de Iglesia en el ámbito donde
vivo, en familia, en el trabajo, etc.? Invito a los lectores a ser una
presencia misionera ahí donde viven.
Muchas gracias, Giovanni.
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