Madrid
5.07.2016. Me acompaña Jenis, un joven Oblato srilanqués (Jaffna) de mi comunidad de
Roma que, a las puertas del sacerdocio, aprovecha las vacaciones para aprender
un nuevo idioma con miras a su futura probable misión en algún de País de
Hispanoamérica. Lo presento a una feligresa de la parroquia Virgen Peregrina y
comentamos la escasez de vocaciones en Europa en contraste con el florecimiento en el cono
sur. "Claro, en esos países ocurre como en
España allá por los años 50: muchos hijos, y si alguno se va al convento, una
boca menos que alimentar en casa". Ese comentario me molestó. ¡Menos tópicos
y más justicia! Pensé en la mamá de Publio, uno de nuestros Mártires, que se
resistía a dar luz verde a la vocación misionera de su hijo. Éste
(adolescente aún) le decía: "Mamá, sé
generosa, dale a Dios lo que es más suyo que tuyo". Pensé en mi madre,
cuando yo, 18 años, me acercaba ya al noviciado. Un día me halagaba con el trabajo y
el porvenir en familia y me invitaba a seguir en casa. Conociendo su fe y su
aprecio por el sacerdocio, me desconcertó: "¿Pero
qué me dices, mamá? No te entiendo." Y ella, en tono solemne: "Piénsatelo bien, porque si llegas a ser sacerdote y haces lo que el
Padre X (que se salió para casarse),
mucho te quiero; pero preferiría verte muerto ahora mismo aquí, antes que hagas como
él". Y añadió: "Por ser para lo que es
y llamarte Quien te llama, si no, no te dejaría irte de casa".
¿Quitar
bocas o desgarrar corazones maternos? Menos tópicos y más justicia al “martirio blanco” de tantas madres de
consagrados.
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