EL RESUCITADO
La Resurrección de Cristo. Un hecho único en la historia, que caracteriza principalmente al cristianismo y distingue a su Fundador. Una ocasión para renovar la fe en la Vida que no pasa.
Chiara lubich, el 14 de noviembre de 2002, hacía una clara y rotuna profesión de fe y la corroboraba con una gracia especial de la que había sido favorecida.
Lee su mensaje...
Queridísimas y queridísimos:
El pensamiento de hoy se refiere a un aspecto particular
de la vida cristiana. Pero ya que forman parte de nuestro Movimiento fieles de
otras grandes Religiones del mundo, o personas de culturas diferentes, deseo
anteponer una sugerencia y un consejo precisamente para ellos.
Como saben, todos formamos parte de una única Obra, en la
cual debe triunfar entre nosotros la ”Regla de oro” presente en nuestras
Escrituras (“Haz a los demás lo que querrías que te hicieran a ti…” o bien “No
hagas a los demás lo que no querrías que te hicieran a ti…”), regla que
requiere que nos amemos, y por lo tanto, que nos conozcamos cada vez mejor. Por
eso, aprovechen todos cuanto les diré ahora. Se trata de esa necesaria
inculturación sin la cual no es posible construir fragmentos de fraternidad
universal, como, en otras ocasiones, los cristianos, entre nosotros, harán con
ustedes.
Pasemos entonces al pensamiento. Se titula: EL RESUCITADO
(…) Se refiere a una idea, a una intuición, tal vez a una
luz que recibí hace algún tiempo, una de las muchas –pienso- relacionadas con
nuestro carisma. Es, quizás, una de las más hermosas; sin duda, una de las que
– personalmente - más me han impresionado. Se puede titular: “Confirmación de
la fe”.
Una circunstancia providencial me llevó a profundizar la
realidad de Jesús, que después del abandono y de la muerte en la cruz,
resucitó.
Y no sólo eso: tuve la ocasión de meditar intensamente,
con la mente y con el corazón, muchos detalles de la resurrección de Jesús y de
su vida después de la resurrección. Y me quedé estupefacta (es la palabra
exacta) de la majestuosidad, de la grandiosidad que emanaba este divino
acontecimiento: de la singularidad del Resucitado, de este hecho sobrenatural
que, por lo que sé, es único en el mundo.
Por eso no puedo dejar de detenerme en esta ocasión para
ponerlo todavía de relieve.
La resurrección de Jesús es lo que caracteriza
principalmente al cristianismo, lo que distingue a su Fundador, Jesús. El hecho
que Él resucitó. ¡Resucitó de la muerte! No como resucitaron otros, por ejemplo
Lázaro, que luego, llegado su momento murió. Jesús resucitó para no morir nunca
más, para seguir viviendo también como hombre en el Paraíso, en el corazón de
la Trinidad.
¡Y lo vieron 500 personas! Y no era ciertamente un
fantasma. Era Él, realmente Él: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos.
Acerca tu mano: métela en mi costado” (Jn 20,27), le dijo a Tomás. Y comió con
los suyos, les habló y se quedó con ellos 40 días… Había renunciado a su
infinita grandeza por amor a nosotros y se había hecho pequeño, hombre entre
los hombres, como uno de nosotros, tan pequeños que desde un avión ni siquiera
pueden verse.
Pero, al resucitar rompió, superó todas las leyes de la
naturaleza, de todo el cosmos, mostrándose así más grande que todo lo que
existe, que todo lo que había creado, que todo lo que se pueda pensar; por eso
nosotros, con sólo intuir esta verdad, no podemos dejar de verlo Dios, no
podemos dejar de hacer como Tomás, y arrodillados frente a Él en adoración,
confesar y decirle sinceramente: “Señor mío y Dios mío”. Aunque jamás sabré
describirlo bien, éste es el efecto que la luz del Resucitado produjo en mí.
Sin duda lo sabía; seguramente lo creía, ¡y cómo! Pero
aquí, en cierto modo, lo he visto. Aquí mi fe, diría, se ha hecho claridad,
certeza, razonable.
Y he visto con otros ojos lo que Jesús hizo durante esos
nuevos, fabulosos días sobre la tierra.
Después que el ángel bajó del Cielo y desplazó la piedra
de su sepulcro, y anunció la resurrección, Él se aparece en primer lugar a la
Magdalena, que era una pecadora, porque Él se había encarnado para los pecadores.
Lo vemos en el camino de Emaús: grande e inmenso como era, transformarse en el
primer exegeta que explicaba las Escrituras a dos discípulos.
Lo vemos como fundador de su Iglesia, imponiendo las
manos a sus discípulos para darles el Espíritu Santo; diciendo extraordinarias
palabras a Pedro, a quien pone como cabeza de su Iglesia.
Lo vemos enviar a los discípulos al mundo, para anunciar
el Evangelio, el nuevo Reino que ha fundado, en nombre de la Santísima
Trinidad, de la que había descendido y a la que, después en la ascensión,
volvería en alma y cuerpo. Todas estas cosas ya las sabía, pero ahora eran
nuevas, porque eran absolutamente verdaderas para la fe y para la razón.
Y porque resucitó, también todas las palabras que dijo
precedentemente, antes de su muerte, adquieren una luminosidad única, expresan
verdades incontrastables. Y las primeras entre todas, aquellas con las que
anuncia nuestra resurrección.
Lo sabía y lo creía porque soy cristiana. Pero ahora
estoy doblemente segura: resucitaré, resucitaremos.
Entonces a todos los míos, a nuestros muchos amigos que
partieron al más Allá y que tal vez, inconscientemente, los damos por perdidos,
en vez de decirles: adiós, podré decirles: HASTA PRONTO, HASTA PRONTO,
para no separarnos nunca más. Porque hasta este punto llega el amor de
Dios por nosotros.
No sé si he expresado, al menos un poco, la gracia, la
luz que he recibido: una confirmación de la fe.
Que el Señor haga de modo que todos ustedes que me
escucharon puedan experimentarla como una confirmación de su fe. (…)
Chiara
Lubich (Castelgandolfo, 14
nov.2002)
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