«Uno solo es vuestro
maestro y todos vosotros sois hermanos» (Mt 23, 8).
Hace ya más de 70 años que se vive la Palabra de vida. Llega
esta hojita a nuestras manos y leemos su comentario, pero lo que quisiéramos
que permaneciese es la frase que se propone, una palabra de la Escritura, en
muchos casos de Jesús. La «Palabra de vida» no es una simple meditación, sino que
en ella es Jesús quien nos habla, nos invita a vivir, llevándonos siempre a
amar, a hacer de nuestra vida un don.
Es una «invención» de Chiara Lubich, que contó así su origen: «Tenía hambre de la verdad, y de ahí que estudiase filosofía. Es más, como muchos otros jóvenes, buscaba la verdad y creía que la encontraría estudiando. Pero he aquí una de las grandes ideas en los primeros días del Movimiento, y que comuniqué enseguida a mis compañeras: “¿Para qué buscar la verdad, cuando esta vive encarnada en Jesús, el hombre-Dios? Si la verdad nos atrae, dejémoslo todo, busquémoslo a Él y sigámoslo”. Y así lo hicimos».
Es una «invención» de Chiara Lubich, que contó así su origen: «Tenía hambre de la verdad, y de ahí que estudiase filosofía. Es más, como muchos otros jóvenes, buscaba la verdad y creía que la encontraría estudiando. Pero he aquí una de las grandes ideas en los primeros días del Movimiento, y que comuniqué enseguida a mis compañeras: “¿Para qué buscar la verdad, cuando esta vive encarnada en Jesús, el hombre-Dios? Si la verdad nos atrae, dejémoslo todo, busquémoslo a Él y sigámoslo”. Y así lo hicimos».
Tomaron el Evangelio y comenzaron a leerlo palabra por
palabra. Les pareció completamente nuevo. «Cada palabra de Jesús era un haz de
luz incandescente: ¡puramente divino! […] Sus palabras son únicas, eternas […],
fascinantes, escritas con divino esplendor, […] eran palabras de vida, para
traducir en vida, palabras universales en el espacio y en el tiempo». No les
pareció que estuviesen estancadas en el pasado ni que fuesen un simple
recuerdo, sino palabras que Él seguía dirigiéndonos a nosotros y a cualquier
persona de todo tiempo y latitud»[1].
Pero ¿de verdad Jesús es nuestro Maestro?
Estamos rodeados de muchas opciones de vida, de muchos
maestros de pensamiento, algunos aberrantes, que inducen incluso a la
violencia, y otros rectos e inspirados. Pero las palabras de Jesús poseen una
profundidad y una capacidad envolvente que otras palabras –sean de filósofos,
políticos o poetas– no tienen. Son «palabras de vida», se pueden vivir y dan la
plenitud de la vida, comunican la vida misma de Dios.
Cada mes destacamos una, y así, lentamente, el Evangelio penetra
en nuestro ánimo, nos transforma, nos lleva a adquirir el pensamiento mismo de
Jesús, lo que nos hace capaces de responder a las situaciones más variadas.
Jesús se convierte en nuestro Maestro.
A veces podemos leerla con otros. Quisiéramos que el propio
Jesús, el Resucitado, vivo en medio de quienes estamos reunidos en su nombre,
nos la explicase, nos la actualizase, nos sugiriese cómo ponerla en práctica.
Pero la gran novedad de la «Palabra de vida» consiste en que
podemos compartir la experiencia y la gracia que nacen de vivirla, tal como
Chiara explica refiriéndose a lo que sucedía al inicio y sigue vigente hoy:
«Sentíamos el deber de comunicar a los demás lo que experimentábamos, pues
éramos conscientes de que, al comunicarla, la experiencia permanecía para
edificación de nuestra vida interior; mientras que, si no la comunicábamos, el
alma se empobrecía lentamente. Así pues, vivíamos con intensidad la palabra
durante todo el día y nos comunicábamos los resultados no solo entre nosotros,
sino también a las personas que iban añadiéndose al primer grupo. […] Cuando la
vivíamos, ya no era yo o nosotros los que vivíamos, sino la palabra en mí, la
palabra en el grupo. Y esto era una revolución cristiana con todas sus
consecuencias»[2].
[1] Cf. C. Lubich, La palabra de vida (1975): Escritos
espirituales/3. Todos uno, Ciudad Nueva, Madrid 1998, p. 124.
[2] Ibid., pp. 129-130.