miércoles, 9 de noviembre de 2016

Laos, beatificación


LOS MÁRTIRES OBLATOS DE LAOS.
NUEVO LIBRO

El 11 de diciembre de 2016 se celebrará en Vientián, capital de Laos, la beatificación de los 17 mártires primeros testigos de la fe en ese país del lejano oriente. La Causa de Canonización ha sido promovida por los Oblatos y la Beatificación, que se celebrará de un modo discreto, será presidida por el Cardenal Orlando Quevedo, OMI, arzobispo de Cotabato (Filipinas) como Delegado del papa Francisco.
Las celebraciones solemnes de acción de gracias tendrán lugar a lo largo de 2017 en París, Trento y Belleville (USA).

En los últimos números del boletín “Mártires Oblatos” hemos ido dando a conocer la semblanza de los seis Mártires Oblatos de Laos. http://martiresomimadrid.blogspot.com.es/
Ahora, con miras al esperado evento de diciembre, acaban de publicarse las seis en un único volumen de 120 páginas, primorosamente presentado y cuyo importe es mínimo: 3 € ejemplar. Pedidos a la Casa Martirial, Avda. Juan Pablo II  45, 28224 Pozuelo de Alarcón (Madrid), telef. 91 352 34 16.



domingo, 6 de noviembre de 2016

Palabra de Vida






PALABRA DE VIDA – Nov.2016

«Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4, 13).



Hay momentos en que nos sentimos contentos, llenos de fuerza, y todo parece fácil y ligero. Otras veces nos asaltan dificultades que amargan nuestros días. Pueden ser los pequeños fallos al amar a las personas que tenemos al lado, la incapacidad de compartir con otros nuestro ideal de vida. O sobreviene una enfermedad, apuros económicos, desilusiones familiares, dudas y tribulaciones interiores, la pérdida del trabajo, situaciones de guerra…, situaciones que nos abruman y parecen no tener salida. Lo que más nos pesa en estas circunstancias es sentirnos obligados a afrontar solos las pruebas de la vida, sin el apoyo de alguien capaz de prestarnos una ayuda decisiva.
Pocas personas como el apóstol Pablo han vivido con tanta intensidad alegrías y dolores, éxitos e incomprensiones. Pero él supo perseguir con valentía su misión sin caer en el desánimo. ¿Era un superhéroe? No, se sentía débil, frágil e inepto, pero poseía un secreto, y así se lo comunica a sus amigos de Filipo: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta». Había descubierto en su vida la presencia constante de Jesús. Incluso cuando todos lo abandonan, Pablo nunca se siente solo: Jesús permanece cerca de él. Y Él era quien le daba seguridad y lo empujaba a seguir adelante, a afrontar cualquier adversidad. Jesús había entrado plenamente en su vida y se había convertido en su fuerza.
El secreto de Pablo puede ser también el nuestro. Todo lo puedo cuando, incluso en medio del sufrimiento, reconozco y acojo la cercanía misteriosa de Jesús, que se identifica con ese dolor y carga con él. Todo lo puedo cuando vivo en comunión de amor con otros, porque entonces Él viene en medio de nosotros, tal como prometió (cf. Mt 18, 20) y me siento sostenido por la fuerza de la unidad. Todo lo puedo cuando acojo y pongo en práctica las palabras del Evangelio, pues me hacen atisbar el camino que estoy llamado a recorrer día a día, me enseñan cómo vivir, me dan confianza.
Tendré la fuerza para afrontar no solo mis pruebas personales o las de mi familia, sino también las del mundo que me rodea. Puede parecer una ingenuidad o una utopía, ¡con lo inmensos que son los problemas de la sociedad y de los pueblos! Y sin embargo, todo lo podemos con la presencia del Omnipotente; todo y solo el bien que Él, con su amor misericordioso, ha pensado para mí y para los demás a través de mí. Y si no se realiza inmediatamente, podemos seguir creyendo con esperanza en el proyecto de amor de Dios, que abraza la eternidad y se cumplirá de todos modos.
Bastará con trabajar «entre dos», como enseñaba Chiara Lubich: «Yo no puedo hacer nada en ese caso, por esa persona querida en peligro o enferma, por esa circunstancia intrincada… Pues bien, haré lo que Dios quiere de mí en este momento: estudiar bien, barrer bien, rezar bien, atender bien a mis niños… Y Dios se encargará de desenredar esa madeja, de consolar a quien sufre, de resolver ese imprevisto. Es un trabajo entre dos, en perfecta comunión, que requiere de nosotros una fe grande en el amor de Dios por sus hijos y, por nuestro modo de actuar, le da al mismo Dios la posibilidad de tener confianza en nosotros. Esta confianza recíproca obra milagros. Se verá que, donde no llegamos nosotros, llega verdaderamente Otro que actúa inmensamente mejor que nosotros»

lunes, 3 de octubre de 2016

Venganza de amor



Juan Pablo II con Alí Agka que intentó sesinarlo

Palabra de Vida – Octubre  2016
«Perdona a tu prójimo el agravio, y, en cuanto lo pidas, te serán perdonados tus pecados» (Si 28, 2).

En una sociedad violenta como aquella en que vivimos, el perdón es un tema difícil de afrontar. ¿Cómo se puede perdonar a quien ha destruido una familia, a quien ha cometido crímenes inenarrables o, más sencillamente, a quien nos ha herido en cuestiones personales, arruinando nuestra carrera o traicionando nuestra confianza?
El primer impulso instintivo es la venganza, devolver mal por mal, desencadenando una espiral de odio y agresividad que embrutece a la sociedad. O interrumpir toda relación, guardar rencor y ojeriza, en una actitud que amarga la vida y envenena las relaciones.
La Palabra de Dios irrumpe con fuerza en las más variadas situaciones de conflicto y propone sin medias tintas la solución más difícil y valiente: perdonar.
Esta vez la invitación nos llega de un sabio del antiguo pueblo de Israel, Ben Sira, que muestra lo absurdo que es pedir perdón a Dios y no saber perdonar. «¿A quién perdona [Dios] los pecados? –leemos en un antiguo texto de la tradición hebraica–. A quien sabe perdonar a su vez». Es lo que nos enseñó el propio Jesús en la oración que dirigimos al Padre: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (cf. Mt 6, 12). También nosotros nos equivocamos, y cuando ocurre ¡nos gustaría que nos perdonasen! Suplicamos y esperamos que se nos dé de nuevo la posibilidad de volver a empezar, que vuelvan a confiar en nosotros. Si a nosotros nos ocurre eso, ¿no les ocurrirá lo mismo a los demás? ¿No debemos amar al prójimo como a nosotros mismos?
Chiara Lubich, que sigue inspirando nuestra comprensión de la Palabra, comenta así la invitación a perdonar: «no es olvidar, que en muchos casos significa no querer mirar de frente la realidad; el perdón no es debilidad, es decir, no tener en cuenta un error por miedo a quien lo ha cometido, que es más fuerte. El perdón no consiste en afirmar que lo que es grave no tiene importancia, o que está bien lo que está mal. El perdón no es indiferencia. El perdón es un acto de voluntad y de lucidez –por tanto, de libertad– que consiste en acoger al hermano tal como es a pesar del mal que nos ha hecho, como Dios nos acoge siendo pecadores a pesar de nuestros defectos. El perdón consiste en no responder a la ofensa con la ofensa, sino en hacer lo que dice Pablo: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 12, 21). El perdón consiste en abrir a quien te hace daño la posibilidad de una nueva relación contigo, es decir, la posibilidad para él y para ti de volver a empezar la vida, de tener un futuro en que el mal no tenga la última palabra».
La Palabra de vida nos ayudará a resistir a la tentación de responder igual, de devolver el mal inmediatamente. Nos ayudará a ver con ojos nuevos a quien es nuestro «enemigo», reconociendo en él a un hermano, aunque sea malo, que necesita alguien que lo ame y lo ayude a cambiar. Será nuestra «venganza de amor».

«Dirás: “Pero es difícil” –prosigue Chiara en su comentario–. Está claro. Pero ahí está la belleza del cristianismo. No en vano sigues a un Dios que, al apagarse en la cruz, pidió perdón a su Padre por quienes le habían dado muerte. Ánimo. Comienza una vida así. Te aseguro una paz inusitada y una alegría desconocida».  Fabio Ciardi


Juan Pablo II al ser herido en la Plaza de S. Pedro

domingo, 25 de septiembre de 2016

ASÍ VIVÍAN Y ANDABAN...



 …así vivían y andaban por los “caminos” (¡?) los Misioneros Mártires de Laos. ¿Descalzos?  Pues sí, al decir de uno de ellos, era más práctico y expeditivo, porque al atravesar los charcos, tanto el caballo como el Misionero salían del agua con muchas sanguijuelas y en tierra seca se veían mejor que con sandalias. ¿Pensarían alguna vez que la sangre que no chupaban esos vampiros acuáticos podría ser derramada cruentamente por ser fieles a su fe en Jesucristo? Parece que sí. Sigue leyendo y verás lo que se dice de uno de ellos, el P. Mguel Coquelet, OMI.
No te lo pierdas. Pincha aquí debajo:

sábado, 10 de septiembre de 2016

¡Qué regalo!



A mediados de julio, debido a un dolor insoportable en el tórax, tuve que acudir  con urgencia al hospital más cercano. Tras dos semanas internado en un hospital de Roma (¡qué tiempo perdido inútilmente!) y tras varias pruebas, incluida la biopsia, con el visto bueno de mi superior mayor, decidí trasladarme a Madrid para ponerme en otras manos más expertas e intentar frenar la metástasis de un cáncer galopante. Aquí, tras dos meses (julio y agosto) sometiéndome a sesiones de quimioterapia, el oncólogo, para comprobar el resultado del tratamiento, supongo, me mandó hacer un TAC y antes de ir a recoger los resultados del mismo me llamaron urgentemente para ser internado. ¿Causa de la alarma? Una trombosis en el pulmón derecho, el más afectado por el cáncer.
Ante ese cuadro clínico, mis superiores mayores de la administración general vieron que lo prioritario era mi salud y decidieron que no volviera a Roma para seguir en la formación de nuestros jóvenes oblatos del IRS (Escolasticado Internacional Romano).
La alternativa era darme una nueva “obediencia” (misión o destino). El P. General, en sintonía con el talante actual, quería hacer un discernimiento conmigo antes de tomar una decisión. Para mí estaba claro: Si hasta ahora la voluntad de Dios “manifiesta” (prevista) para mí era Roma, ahora la voluntad de Dios “de beneplácito”  (imprevista), como la llamaban algunos Santos, era claramente otra. El discernimiento, por mi parte, estaba hecho.
Me dio la “obediencia” para la Provincia Mediterránea, nueva “unidad oblata” resultante de la unión de las anteriores provincias religiosas de Italia y España con sus respectivas delegaciones o misiones: Senegal, Guinea Bissau, Uruguay, Venezuela, Rumanía y Sáhara. Ahora estoy a la espera de otra nueva obediencia, la del P. Provincial, para que me asigne a una comunidad local concreta.

La gran sorpresa para mí fue que el P. Luis Lougen, Superior general en persona, vino desde Roma al hospital de Madrid para entregarme en mano el documento oficial de la obediencia. Pasó una tarde y una mañana en mi compañía. ¡Qué detalle! Nos emocionamos los dos. Y es que nos queremos como hermanos.

¡Muchísimas gracias, P. Luis!


lunes, 22 de agosto de 2016

Jesús, único Maestro


Palabra de Vida 
agosto 2016




«Uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos» (Mt 23, 8).


Hace ya más de 70 años que se vive la Palabra de vida. Llega esta hojita a nuestras manos y leemos su comentario, pero lo que quisiéramos que permaneciese es la frase que se propone, una palabra de la Escritura, en muchos casos de Jesús. La «Palabra de vida» no es una simple meditación, sino que en ella es Jesús quien nos habla, nos invita a vivir, llevándonos siempre a amar, a hacer de nuestra vida un don.


Es una «invención» de Chiara Lubich, que contó así su origen: «Tenía hambre de la verdad, y de ahí que estudiase filosofía. Es más, como muchos otros jóvenes, buscaba la verdad y creía que la encontraría estudiando. Pero he aquí una de las grandes ideas en los primeros días del Movimiento, y que comuniqué enseguida a mis compañeras: “¿Para qué buscar la verdad, cuando esta vive encarnada en Jesús, el hombre-Dios? Si la verdad nos atrae, dejémoslo todo, busquémoslo a Él y sigámoslo”. Y así lo hicimos».

Tomaron el Evangelio y comenzaron a leerlo palabra por palabra. Les pareció completamente nuevo. «Cada palabra de Jesús era un haz de luz incandescente: ¡puramente divino! […] Sus palabras son únicas, eternas […], fascinantes, escritas con divino esplendor, […] eran palabras de vida, para traducir en vida, palabras universales en el espacio y en el tiempo». No les pareció que estuviesen estancadas en el pasado ni que fuesen un simple recuerdo, sino palabras que Él seguía dirigiéndonos a nosotros y a cualquier persona de todo tiempo y latitud»[1].

Pero ¿de verdad Jesús es nuestro Maestro?

Estamos rodeados de muchas opciones de vida, de muchos maestros de pensamiento, algunos aberrantes, que inducen incluso a la violencia, y otros rectos e inspirados. Pero las palabras de Jesús poseen una profundidad y una capacidad envolvente que otras palabras –sean de filósofos, políticos o poetas– no tienen. Son «palabras de vida», se pueden vivir y dan la plenitud de la vida, comunican la vida misma de Dios.
Cada mes destacamos una, y así, lentamente, el Evangelio penetra en nuestro ánimo, nos transforma, nos lleva a adquirir el pensamiento mismo de Jesús, lo que nos hace capaces de responder a las situaciones más variadas. Jesús se convierte en nuestro Maestro.

A veces podemos leerla con otros. Quisiéramos que el propio Jesús, el Resucitado, vivo en medio de quienes estamos reunidos en su nombre, nos la explicase, nos la actualizase, nos sugiriese cómo ponerla en práctica.

Pero la gran novedad de la «Palabra de vida» consiste en que podemos compartir la experiencia y la gracia que nacen de vivirla, tal como Chiara explica refiriéndose a lo que sucedía al inicio y sigue vigente hoy: «Sentíamos el deber de comunicar a los demás lo que experimentábamos, pues éramos conscientes de que, al comunicarla, la experiencia permanecía para edificación de nuestra vida interior; mientras que, si no la comunicábamos, el alma se empobrecía lentamente. Así pues, vivíamos con intensidad la palabra durante todo el día y nos comunicábamos los resultados no solo entre nosotros, sino también a las personas que iban añadiéndose al primer grupo. […] Cuando la vivíamos, ya no era yo o nosotros los que vi­víamos, sino la palabra en mí, la palabra en el grupo. Y esto era una revolución cristiana con todas sus consecuencias»[2].
Lo mismo puede sucedernos a nosotros hoy. 


Fabio Ciardi, o.m.i.
_______________
[1] Cf. C. Lubich, La palabra de vida (1975): Escritos espirituales/3. Todos uno, Ciudad Nueva, Madrid 1998, p. 124.

[2] Ibid., pp. 129-130.

domingo, 21 de agosto de 2016

¡Misericórdiame!



¿Serán pocos los que se salvan?

Es la pregunta clave de este pasaje evangélico proclamado en el Domingo XXI del T. O.
Allá por los años 50 Pío XII lanzó un grito de alarma: “El mundo camina hacia la ruina”.
El P. Ricardo Lombardi, jesuita,  recogió ese desafío y arrancó con el Movimiento por un Mundo Mejor, que tanto bien hizo como preparación para el Concilio Vaticano II. Yo tuve la suerte de tomar parte en sus famosas “ejercitaciones”.
El mundo caminaba, camina, hacia la ruina; pero ¿caerá al abismo? ¿Serán pocos los que se salvan?
Las lecturas bíblicas de hoy, como mensaje global, apuntan más bien hacia la salvación universal. Todos estamos llamados a la salvación. Más aún, “en esperanza ya estamos salvados”, asegura S. Pablo. Objetivamente todos estamos salvados, toda la humanidad ya está redimida. Jesucristo dio su vida por la salvación del mundo entero.
Pero esa salvación no es mágica, automática: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti “ (S. Agustín). Y aquí entra el dilema de la “puerta estrecha” y “el camino ancho”, cómodo.
La salvación universal es un designio de amor. Dios, que es Amor, no puede no querer mi salvación personal. Pero el amor no se impone, se propone. ¡Cuántas veces en el Evangelio Jesús plantea como “conditio sine qua non”: “SI QUIERES…” Corre el riesgo de condenarse únicamente quien se niegue a aceptar ese amor, quien dé las espaldas a Dios-Amor.

Entre las diversas definiciones del pecado, Santo Tomás emplea una muy expresiva haciendo un juego de palabras en contraste: AVERSIO-CONVERSIO. El pecado sería “aversio a Deo propter conversionem ad creaturas” (dar la espalda a Dios por ir tras las creaturas), y, claro, la creatura preferida soy yo, mi egocentrismo. No, no es que yo quiera explícitamente ofender a Dios, es que prescindo de él, le doy la espalda, lo ignoro, por buscarme a mí mismo.
En concreto, ¿Cómo entrar por “la puerta estrecha” que lleva a la salvación, es decir, a Dios? ¡A Dios, que es nuestro único verdadero bien!
Esa puerta es Jesús. “Nadie puede llegar al Padre si no por mí”.  Si quieres salvarte, “niégate a ti mismo, ven y sígueme”. Seguirle consiste en vivir como él, dejarse guiar por su Espíritu: “Lo que al Padre le agrada eso es lo que yo hago siempre”. “No mi voluntad sino la tuya”.
Para ser cristiano no basta mortificarse (negarse a sí mismo), hay que estar “muertos”, vivir muriendo. “Para mí vivir es Cristo y una ganancia el morir”.  Vivir muriendo, morir para vivir.
Si yo vivo el querer de Dios aquí  y ahora, si vivo su voluntad en el momento presente, ya estoy viviendo en Dios, porque, en Él, el SER y el QUERER coinciden. Si estoy en su voluntad, estoy en Dios. Y si me sorprende la muerte, estoy salvado.

Pero hay una coletilla desconcertante en este Evangelio: los que se acercan a la puerta y la encuentran cerrada. “¡Señor, ábrenos!”
-  “No sé quiénes sois”.
-   “Pero si te hemos escuchado, hemos comido contigo…”
 Y yo podría añadir: “Pero si soy cristiano, un consagrado, un sacerdote, misionero… Pero si he dedicado mi vida a darte a conocer y a hacerte amar…”
Es verdad: he dedicado mi vida a las cosas de Dios, pero ¿he buscado a Dios o me busco a mí mismo también en la cosas de Dios? ¡He aquí la incógnita que me inquieta!

Dios mío, “misericórdiame” (neologismo del papa Francisco).