miércoles, 2 de septiembre de 2015

Laos, Mártires OMI: 4º Vicente L'Hénoret


Un Bretón entre los Thaï Deng

El Padre Vicente L’Hénoret, o.m.i. (1921 – 1961)
Testigo de Jesucristo en Laos
 asesinado por la fe el 11 de mayo de 1961 en Ban Ban, Laos

Los soldados que le dispararon eran mercenarios, que había sido pagados (por los nuevos amos de la región) para hacer eso. Los hombres que mataron al Padre hablaban vietnamita entre ellos, al igual que los otros militares. A esa gente no le agradaban los sacerdotes franceses.
El Padre Khamphanh vino después y dormía en la casa del Padre Vicente. Los militares dijeron: “Ese no tiene miedo… ¿Es que quiere morir como su hermano mayor?” Eso lo oyó el cocinero, y la gente comprendieron claramente que era una amenaza. Entonces el Padre Khamphanh tuvo que irse, ya no pudo dormir más en la casa. No mataron al Padre Vicente porque era un francés, sino porque no les agradaba la religión,  y aún menos los sacerdotes. Estoy segura de esto: si no, ¿por qué amenazaron  también al Padre Khamphanh (que era laosiano)?






Vicente L’HÉNORET nació el 12 de marzo de 1921 en Pont l’Abbé (29); fue baitzado ese mismo día en la iglesia del poblado, perteneciente a la diócesis de Quimper en Bretaña. Es esta una región de Francia que ha enviado muchísimos misioneros a los cuatro puntos cardinales del mundo. Nacido en una familia profúndamente católica de 14 hijos, Vicente frecuentará la escuela primaria en el Colegio católico de San Grabriel en su ciudad natal. Después, desde 1933 a 1940,  prosiguió sus estudios secundarios, como interno, en el juniorado de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada en Pontmain (Mayence, Francia)
Una juventud marcada por la guerra
El pequeño pueblo de Pontmain es célebre a causa de una aparición de la Santísima Virgen. Durante la guerra de 1870-1871, María escribió en el cielo, para unos niños, el mensaje siguiente: «Rezad, hijos míos, Dios os escuchará después de poco tiempo. Mi Hijo se deja conmover. » La cercanía de aquella que en Pontmain se le llama « Madre de la Esperanza », así como sus mensaje, marcarían de modo indeleble el corazón de este joven.
Por otra parte, al terminar  Vicente sus estudios estalla de nuevo la guerra. Junto con otros compañeros, pide consagrar su vida a Dios, en vistas a la misión, en la familia de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Harán su noviciado en la misma casa de Pontmain, al pie de la basílica de Nuestra Señora. En el informe sobre él, el maestro de novicios de Vicente lo describe como un joven amable y tímido, de capacidad intelectual modesta –hasta tal punto que se desanima fácilmente- ; pero al mismo tiempo, un hombre de sentido común, virtuosos, sobrenatural, entregado. Más tarde, cuando le toque dirigir la pequeña escuela de Ban Ban en Laos, Vicente la bautizará con humor y orgullo, su ¡“universidad”!
Para sus estudios de filosofía y teología, es enviado a La Brosse-Montceaux en Île-de-France (Isla de Francia). Allí vivirá personalmente el drama del 24 de julio de 1944: una ejecución sumaria por los saldados alemanes nazis a cinco Oblatos de su comunidad,  de los cuales dos eran sus compañeros de curso. Él mismo fue deportado con su hermanos oblatos a un campo de prisioneros de Compiègne; pero será liberados poco después, a primeros de septiembre, por la avanzada de los Aliados.
De regreso a La Brosse, Vicente hizo su oblación perpetua el 12 de marzo de 1945, y el 7 de julio de 1946 fue ordenado sacerdote. Se había restablecido la paz, pero con ocasión de su primera misa, se hizo fotografiar ante el monumento dedicado a los Oblatos fusilados, donde está grabada la frase de Jesús: “Nadie puede tener un amor más grande que dar la vida por sus amigos”. Para el resto de su vida ése será el lema al que será fiel sin desviarse.
Vicente L’Hénoret entonces ya está dispuesto para ir a misiones. En una nota a sus superiores escribe:
Yo he deseado siempre las misiones extrajeras. Me gusta la misión de Laos, pero dado que ahora hay una misión difícil y una fundación en Chad, yo aceptaría con gusto ir allá, estando dispuesto a cualquier sacrificio, incluido el de mi vida por la causa de Cristo y de su Santísima Madre. No obstante, si Cristo me llama a otra parte, yo seguiré su llamada, puesto que todas las almas han sido salvadas a precio de su sangre, en cualquier clima donde ellas se encuentren.
A su superior de Roma[1], que debe decidir sobre sus preferencias, le escribe en el mismo sentido y añade: “Mi salud puede hacer frente a los más rudos choques, por desgracia mis facultades espirituales no están a la misma altura. He tenido muchas dificultades en mis estudios, también para evitar el inglés, yo deseo sea Laos, sea Chad, o en último término la Bahía de Hudson.”
Dulce ilusión del futuro misionero: ¡aún no conoce la complejidad lingüista de Laos! El 19 de mayo de 1947 recibe la obediencia… ¡para Garoua (Camerún)! Pero ese destino se cambió el 10 de agosto, casi en vísperas de la salida: será más bien Laos donde tendrá que ir a anunciar el Evangelio.
Misionero en Laos
El tiempo de su primera estancia laosiana lo pasa en el sector de Paksane a orillas del Mekong: primero en Kengsadok, la cristiandad más antigua de Laos; allí tendrá que aprender la lengua, las costumbres y la práctica de la acción misionera. Después fue enviado a un puesto de responsabilidad en Nong Bua (Nong Veng), después en el mismo Paksane. En Onog Bua encontrará una sólida comunidad de 400 cristianos. Escribe entonces a sus hermanos oblatos que aún seguían cursando estudios en Francia:
Me encuentro en una misión difícil, todavía no es la más difícil, pero eso llegará; las montañas no están lejos y, cuando tenga un poco de experiencia, espero instalarme allí, o subir al Norte en la verdadera región asilada; esto también tenemos el asilamiento con todo su encanto salvaje, entre gente muy simpática. Caí mejor de lo que yo me esperaba.
Pastor atento, un poco severo, sabe hacerse querer por los cristianos que lo llaman « viejo » porque ya es de la tercera generación. Dos testigos, que en aquel tiempo eran niños, se acuerdan de él:
Sabía construir: preparó la iglesia y cambió muchas cosas, hacía trabajos manuales. Era un hombre de fe, generoso… Leía, rezaba mucho; llegó aquí a Paksane a caballo leyendo el breviario, rezando…
En 1956 Vicente disfruta sus primeras vacaciones: unos meses en Francia. En noviembre  está de regreso y encuentra por un año el mismo campo de apostolado. Saliendo del valle del Mekong, se va enseguida definitivamente hacia las montañas del norte, ese “tierra aislada” con la que había soñado: en noviembre de 1957 se integró en el equipo misionero de Xieng Khouang. Su puesto será Ban Ban.
Situado en el extremo oriental de la Llanura de los Jarres, por el camino qu desciende hacia Vinh en Viêt Nam, Ban Ban, hoy llamado Muang Kham, es una pequeña conglomeración que no contaba entonces más que un puñado de cristianos. Sin embargo, por aquellas cercanías se habían instalado, en1952-1953, varios pueblos de refugiados Thaï Deng provenientes de Sam Neua.
El trabajo pastoral y misionero no era nada fácil: esas personas los azares de la guerra endémica, que durante años no se los había escatimado; necesitaban como una nueva conversión. Había mucho que hacer, en particular, para devolver el equilibrio las familias desplazadas. Este nombramiento  fue para Vicente un auténtico desafío. Puso manos a la obra con ánimo, apasionadamente incluso, convirtiéndose en “servidor d los pobres”, en palabras del Padre Juan Subra[2].
En los últimos meses del año 1960, el régimen disidente instalado en Sam Neua extendió su imperio sobre toda la región. Se instaló el sistema  con su ritmo de reuniones de adoctrinamiento y sus trabas a la libre circulación de las personas. Para ir a las aldeas que asistía, Vicente tenía que ir cada vez a procurarse un salvoconducto prescrito por las autoridades; por otra parte se lo concedían sin mayor dificultad. Había hecho saber a sus superiores que después de los temores del principio, se había establecido entre las nuevas autoridades y los misioneros una especie de ‘modus vivendi’, y que aquello funcionaba  más o menos bien.
El Padre Juan María Ollivier[3] era miembro del equipo; pero cuando fue ocupado Ban Ban le impidieron volver a su puesto. Desde comienzos de 1959, para la pastoral de los Kmhmu’, contaban con la ayuda de un joven sacerdote alosiano diocesano, el Padre Juan Bautista Khamphanh, recién ordenado.
Retrato de un misionero
Al morir Vicente, su obispo, Mons. Estaban Loosdregt, o.m.i., dirá del él:
El P. Vicente era uno de los Padres que hablaban mejor el laosiano corriente. No era un intelectual brillante, pero trabajó mucho y lo consiguió.  Yo mismo lo he visto levantarse a las cuatro de la mañana para preparar su clase de catecismo cuando estaba en Nong Veng. Si le hemos asignado Ban Ban, lugar muy difícil y destinado a convertirse en centro del distrito, es porque gozaba de nuestra total confianza.
Otros han esbozado su retrato con ocasión de su muerte. En una carta de sus parroquianos, redactada por un catequista para su madre y ampliamente divulgada, se lee:
…En cuanto a su hijo, cuando llegó hasta nosotros, encontró dificultades; estaba lejos del bienestar. Nos enseñó muchas cosas; nos ha ayudado a conocer al Buen Dios; nos hizo practicar las virtudes; siempre estaba allí dispuesto para curarnos. Los ha hecho evitar los pecados, nos dio la gracia de Dios. Intentaba ayudarnos en la vida. Ayudaba a los alumnos; algunos estudiaban para ser sacerdotes, otros para ser catequistas. Nos ayudaba a buscar para comer; actuó de tal modo que muchos deberían saber…
Sor Jeanne-Vincent, una religiosa Thï Deng de la que él fue el director espiritual, testifica:
El Padre Vicente se preocupaba de las prácticas de sus parroquianos Thaï Den. Estaba en contra de los sacrificios de gallinas: cuando alguno caía enfermo, nuestra gente sacrificaba un pollo a los malos espíritus que causan las enfermedades, para aplacerlos. Mi abuela lo hacía a escondidas. El Padre nos reprendía  cuando llgaba a saberlo. Nos recordaba también que no estaba bien trabajar el domingo, por ejemplo descascarillar el arroz. Pero sobre esto era menos severo…
A propósito de la severidad, su primo el Padre Yvon L’Hénoret[4], o.m.i., explica:
Su severidad era una señal: revelaba su preocupación por salva la fe de los jóvenes. Por eso les prohibía tomar parte en las fiestas budistas. En la mentalidad de entonces, se intentaba protegerá los jóvenes mediante la severidad. Por eso se mostraba severo en su vida pastoral, siguiendo la mentalidad de aquella época… Pero en familia, eran 14 hermanos y ¡todos eran rebosantes de alegría!
Los juicios de todos sus compañeros son siempre positivos: “Vicente siempre estaba cercano a la gente”. Jean-Marie Ollivier añade: “Era un buen religioso y muy fraterno en comunidad”; y Mons. Alejandro Staccioli, que lo conoció antes de ser obispo de Louang Prabang: “El Padre L’Hénoret era una persona muy abierta. Compartía con gusto su vida y sus pequeñas aventuras de su puesto de misión.”
Los acontecimientos de la Ascensión de 1961
El martes 10 de mayo de 1961, Vicente L’Hénoret obtiene un salvoconducto para ir a celebrar la fiesta de la Ascensión en Ban Na Thom, una aldea a 7 kilómetros de distancia; en aquella época, el jueves de la Ascensión era fiesta de obligación tanto en Laos como en Viêt-nam. Pensaba estar de vuelta al día siguiente en Ban Ban para celebrar la misa de la fiesta.

El jueves 11 de mayo por la mañana le vieron salir de Na Thom en bicicleta a las 7, como había dicho a sus parroquianos. Poco después, entre Ban Na Thom y Ban Faï (ບ້ານຝາ), le echaron el alto tres hombres vestidos con el uniforme de la guerrilla. Una campesina que estaba trabajando en el campo, fue testigo de la primera parte de la escena: el Padre sacó un papel, el salvoconducto sin duda. Eso pareció bastar a los militares , pues el Padre se montó de nuevo en su bici y reanudó el camino.
La campesina no vio la secuencia, pero oyó poco después unos disparos; no el dio importancia al hecho, porque eso se había convertido en normal. Sin embargo, al volver al pueblo vio la bicicleta, después entrevió un cuerpo apenas disimulado  en una zanja. Llena de miedo, no se atrevió a decir ni a hacer nada por el momento. Al día siguiente, un grupo de aldeanos fueron a ese lugar. A unos 1500 metros del pueblo vieron un charco de sangre en medio del camino y encontraron el cuerpo del Padre que había sido arrojado en una zanja más lejos en el bosque. Asustados, tan sólo lo cubrieron con un poco de tierra y ramaje. El sábado fueron en busca del P. Khamphanh, y con él procedieron a darle digna sepultura pero de prisa, sin diferir porque todos eran conscientes del peligro. Colocaron una cruz sobre la tumba.
Nunca se dio una explicación de este asesinato. Las autoridades militares presentes en la región optaron por negarlo pura y simplemente; incluso sus aliados neutrales no tuvieron el valor de reconocer los hechos, menos aún de imputarlos a los autores.
Según un testigo, que posteriormente vivió algunos años en Na Thoum, los nuevos amos derribaron la iglesia y prohibieron a los cristianos toda reunión. Las generaciones jóvenes ya no pudieron ser catequistas; no conoce más que la escuela y la propaganda, y ya no saben qué es la religión cristiana.
Motivos del asesinato
A propósito  de la muerte de Vicente, se ha buscado saber cuál fue el motivo de su muerte: ¿se quería eliminar con él lo que quedaba de la presencia francesa en la región?
Para los testigos que vivían en aquel lugar en la época, hay ninguna duda: estaba claro que era el sacerdote y no el extranjero lo que querían eliminar. En este sentido, después de más de 40 años, el Padre Khamphanh sigue sosteniendo eso mismo: Vicente encontró la muerte de ese modo porque era un sacerdote católico. Es a él a quien acechaban, es a él a quien tendieron la emboscada. Esto lo ha confirmado Mons. Louis-Marie Ling, obispo de Paksé, que conoció personalmente a Vicente durante la infancia y que conoce bien la región de Ban Ban: “Yo creo que ha sido asesinado por odio a la religión y, especialmente, a la religión católica.”
Cuando murió Vicente L’Hénoret, Sor Jeanne Vicent estaba en el convento. Ella relata lo que ha dicho después aquella a la que ella su abuela –una familiar que la ha criado:
Los soldados que le dispararon eran mercenarios, que había sido pagados (por los nuevos amos de la región) para hacer eso. Los hombres que mataron al Padre hablaban vietnamita entre ellos, al igual que los otros militares. A esa gente no le agradaban los sacerdotes franceses.
El Padre Khamphanh vino después y dormía en la casa del Padre Vicente. Los militares dijeron: “Ese no tiene miedo… ¿Es que quiere morir como su hermano mayor?” Eso lo oyó el cocinero, y la gente comprendieron claramente que era una amenaza. Entonces el Padre Khamphanh tuvo que irse, ya no pudo dormir más en la casa. No mataron al Padre Vicente porque era un francés, sino porque no les agradaba la religión,  y aún menos los sacerdotes. Estoy segura de esto: si no, ¿por qué amenazaron  también al Padre Khamphanh?

El sentido de una vida donada, de una muerte ofrecida
El Padre Vicente L’Hénoret, ¿estaba preparado para afrontar la prueba final de esa manera? Por supuesto, al terminar sus estudios había escrito: “(yo estoy) pronto para todos los sacrificios, incluido el de (dar) mi vida por la causa de Cristo…” Esto podría interpretarse como un simple sueño de juventud, palabras que lleva el viento. Por eso hay que escuchar a aquellos que lo conocieron mejor como misionero en Laos.
El Padre Jean-Marie Ollivier, que estaba muy cerca de él, testifica: “Vicente no había querido abandonar su puesto. Se quedó pese al peligro, en compañía del Padre Khamphanh, sacerdote diocesano.”  Éste, en 1961, ya había escrito a la madre de su compañero:
Quiso quedarse con sus cristianos, fiel a su puesto a pesar de la presencia del enemigo. Fue así como murió, cumpliendo su deber de sacerdote… Rece en su corazón, porque para mí, no hay ni sombre de duda que ya ha recibido de Dios la recompensa y desde allá arriba, él mira a su mamá, vela por ella, por toda la familia.
Este punto de vista se corrobora ampliamente por otros testimonios. El P. Pierre Chevroulet, que fue superior provincial de los Oblatos de Laos, añade a esas consideraciones subjetivas un elemento objetivo de suprema importancia: “Los misioneros, es decir, los Padres Luis Leroy, Miguel Coquelet y Vicente L’Hénoret, aplicaron estrictamente la consigna romana de quedarse entre los cristianos, incluso in periculo mortis[5].”
Mons. Étienne Loosdregt, su obispo, en una carta escrita a la mamá de Vicente, desarrolla este argumento:
Su hijo se quedó en su puesto por obediencia. (Roma) había dado como norma, el año pasado, que los Padres que tuvieran cura de almas tenían que quedarse un su puesto; esta es la razón por la que Vicente se quedó en Ban Ban. A pemnas podía hacer nada, pero era sin embargo el testigo de Cristo durante los días difíciles, y es por actuar como sacerdote por lo que ha sido asesinado. El enemigo dirá que era un espía, que se metía en política, esto es totalmente falso. Él se quedó en Ban Ban como sacerdote, y es únicamente por su ministerio como sacerdote por lo que desplazaba. Murió porque sacerdote, y porque fiel a las directivas de la Santa Sede.
En su homilía, el obispo añadía: “Lo mismo que antiguamente los apóstoles murieron de muerte violenta por su fidelidad a Cristo, del mismo modo murió Vicente de muerte violenta por fidelidad  Jesús, a quien quiso servir costara lo que costara. Es evidente que él tendrá derecho a la recompensa de los buenos y fieles servidores.” El Padre Yvon L’Henoret , que facilitó este informe, concluye:
Vicente ciertamente no ignoraba los sentimientos de (los nuevos dirigentes) en relación a los Padres, pero él pensaba poder quedarse aún para el bien espiritual de sus cristianos,  Es ahí donde comienza realmente su testimonio… Para nosotros, lo que cuenta es que Dios se dignó llamarlo a Sí a Vicente ejerciendo su ministerio sacerdotal por el testimonio de la sangre. Éste es el sentido cristiano de su muerte, y para mí no hay otro.
El Padre Ernest Dumond parte de un punto de vista más amplio, abarcando de una única mirada a los Padres Luis Leroy, Miguel Coquelet y Vicente L’Hénoret:
Yo guardo de ellos el recuerdo de hombres apostólicos en la plenitud de edad, viviendo a fondo para testimoniar a Jesucristo, irradiando una alegría y un entusiasmo que yo siempre les envidiaba. Todos vivían lo más cerca posible de la gente en las pequeñas aldeas perdidas por las montañas, en su misma situación de pobreza.

Para mí, entonces joven misionero, era un recuerdo luminoso, como un don de Dios, un punto de referencia todavía hoy en la insignificancia despreciable de mis actividades misioneras muy a menudo insignificantes. Todavía veo esos jóvenes Oblatos audaces y sin complejos –eran felices viviendo en un clima político-militar incierto; barruntaban la muerte brutal con lucidez, como algo posible, normal, en línea directa con la Pasión y la Cruz…
Algunos recuerdos de una hija espiritual de Vicente L’Hénoret
Sor Jeanne-Vincent, Thaï Deng ella misma, había pedido poder tomar, en religión, unido al nombre de la fundadora de su  congregación[6], el de su padre espiritual. Además de lo dicho anteriormente, aporta una aclaración preciosa sobre la vida de Vicente:
Las carreteras y los caminos eran de pena, pero eso no lo desanimaba, no tenía miedo. Tenía un jeep, pero para ir a la mayor parte de las aldeas no podía usarlo. Si no hubiera querido tanto a la gente, se hubiera limitado a ir a los lugares que tuvieran caminos para automóviles. Pero él quería llegar a todas partes…
Fue él quien me llevó al convento, yo le debo mi vocación. La primera vez yo era todavía muy joven. Me llevó donde las hermanas, y se fue de sorpresa. Más tarde, me preguntó si yo quería regresar con él, pero yo opté por quedarme; siempre se preocupó por mí, recibía a menudo mis noticias. El Padre Vicente era un hombre profundamente bueno…
Su último sermón, en la misa vespertina a Na Thoum, impactó a la gente: versó enteramente sobre la muerte. Decía que había que estar siempre prontos, porque el Señor es como un ladrón… Al día siguiente murió en la ruta entre las 7 y las 8 de la mañana. Se subió de nuevo en la bicicleta. Es entonces cuando dispararon sobre él. Cayó gritando «¡Ohhh!» No estaba muerto, se enjugó la sangre. Entonces volvieron para disparar de nuevo sobre él. El pañuelo con el que se había enjugado su propia sangre quedó ensangrentado durante tres días: toda la gente del pueblo pudieron verlo…
Yo estoy segura de que el Padre Vicente dio su vida, se dio él mismo completamente. Quería de verdad a la gente. Sabía muy bien que arriesgaba su vida. Iba a todas partes, por todas las aldeas. Había solicitado un salvoconducto para ello, pero al mismo tiempo sabía que era igualmente peligroso. No tenía miedo: daba su vida de ante mano. Desde 1960, la situación se volvió muy difícil, pero él prosiguió su trabajo sin miedo. Pensaba solamente en los cristianos que tenían necesidad del Buen Dios. En el pueblo de mi abuela, la mitad de la gente era animista; entonces iba allá con frecuencia para ayudarles a comprender mejor la fe. Entre los católicos, todo el mundo tiene la misma opinión sobre el Padre Vicente, porque uno que se entregó de verdad a ellos. Sabía que arriesgaba su vida, pero él iba lo mismo hacia los cristianos. Los militares nos detestaban, pero el Padre dio su vida por los cristianos. Después de su muerte hasta nuestros días los sacerdotes no ha podido regresar nuca más.
Yo era aún muy joven cuando él murió, pero todo el mundo hablaba del mismo modo. Fui a visitar a mi abuela en junio, algunas semanas después de su muerte. Todo l mundo hablaba de eso, todo el mundo decía: “Sacrificó su vida por nosotros.” Yo lloré mucho, porque fue el Padre que me llevó a las monjas, y se preocupó mucho por mí. Como religiosa, en recuerdo de él, llevo el nombre de «Sœur Jeanne-Vincent».

Original francés escrito por el P. Roland Jacques o.m.i. - Traducción de Joaquín Martinez Vega o.m.i.

El P. Vicente ante su "iglesia-catedral" de Ban Ban, saqueada y destruida por los  milicianos de la guerrilla


[1]      El Padre Hilario Balmès, o.m.i., vicario general de los Oblatos.
[2]      Jean Subra, o.m.i., 1923-2000, llegó a Laos en 1949.
[3]      Jean-Marie Ollivier, o.m.i., 1926-2004, llegó a Laos en 1954.
[4]      Yvon L’Hénoret, o.m.i., nació en 1932, llegó a Laos en 1959.
[5]      Locución latina : « En caso de peligro de muerte ». Para los Padres Luis Leroy y Miguel Coquelet, ver los capítulos anteriores.
[6]      Las Hermanas de la Caridad, fundadas por Santa Juana Antida Thouret ; cf. más arriba, notas 2 y 15.

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