sábado, 3 de octubre de 2015

Laos, Mártires OMI: 6º José Boissel




El hombre « que estornudaba fuerte »

El Padre  José Boissel, o.m.i.
(1909 – 1969)
Testigo de Jesucristo en Laos,
asesinado a causa de la fe el 5 julio de 1969 en Hat I-et

Relato de una misionera secular que iba con el Padre a misionar en una aldea:
« Dos o tres kilómetros antes de llegar al poblado oí una ráfaga de fuego de fuego dirigida contra nosotros. Reventaron los neumáticos y a mí me hirieron en la mano. Una segunda ráfaga y Teresa (mi compañera) fue herida en la cabeza.
El Padre Boissel fue herido en el cráneo. El jeep se precipitó al barranco dando la vuelta sobre nosotros y se incendió. El Padre murió en el acto. Los tres estábamos completamente cubiertos de sangre
El Padre Boissel estaba muerto, Teresa inconsciente y como muerta. Pero vi tres jóvenes soldados vietnamitas que daban vueltas alrededor del vehículo. Decían: “¡Los matamos!”  “¡Quememos el vehículo y sus ocupantes!”  Se alejaron un poco y lanzaron una granada contra el coche. (…)
Demos gracias a Dios que nos conserva en vida hasta ahora. ¡Que el Padre Boissel nos proteja! »
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Campesino bretón, oriundo de un pequeño pueblo cerca de Pontmain, José Boissel era un hombre fuerte, duro en el trabajo, con una fuerza poco común, lo que causará la admiración de la gente de Laos. En Pontmain, María la Madre de Jesús se había aparecido a unos niños en 1871 para pedirles que rezasen y tuvieran esperanza a pesar de la guerra. Esta cercanía de la Virgen, Madre de la Esperanza, en la guerra, marcará toda su vida.

Los años de preparación: un recurrido internacional
José Boissel nació el 20 de diciembre de 1909 en los confines de Bretaña (Francia), en la aldea de La Tilais, fracción del municipio de Loroux, en el seno de una familia de agricultores pobres. Fue bautizado el mismo día de su nacimiento en la iglesia parroquial del pueblo, perteneciente a la archidiócesis de Rennes (Francia).
Vocación precoz, José hizo cursó los estudios secundarios en el juniorado de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, en Jersey (Reino Unido). Acto seguido entra al noviciado en la isla de Berder, en Morbihan (Francia); el maestro de novicios lo juzga  como un “sujeto muy ordinario, poco inteligente”. Sin embargo José es aceptado por otras cualidades, y se va a estudiar filosofía al escolasticado de Lieja (Bélgica), y después la teología en el de La Brosse-Montceaux (Seine-et-Marne, Francia).
Entre tanto hace su servicio militar, en donde él “se mostró siempre como buen religioso debajo del hábito militar”.
Jean Denis, o.m.i., uno de sus antiguos camadas que fue enviado como misionero al Norte de Canadá, evoca los años que pasaron juntos en el noviciado y escolasticado:
Yo lo quería mucho: tres años mayor que yo, lo catálogo entre los mejores. Con él era fácil hablar de cosas serias…
En la comunidad del escolasticado era el jefe de peluqueros, y sus clientes eran numerosos y siempre satisfechos… Tenía buena mano para escribir y a menudo se le pedía que reprodujera canciones o cánticos con la copistería; con gran esmero, había policopiado el cántico a María: « Ô Bonne Mère du missionnaire, sois son appui, veille sur lui. Sur terre il n’a plus de patrie, la Croix lui reste, et toi, Marie… » (Oh Buena Madre del misionero, vela por él. En esta tierra no tiene patria, sólo le queda la Cruz, y tú, María). Esto lo emocionaba. ¡Y lo vivió!
No pretendía ser un intelectual por encima de las nubes, pero hizo buenos estudios y discutía sobre ellos con agrado para saber más para la vida práctica y para el ministerio.
En cuanto al juicio de sus superiores, matizan más, pero es positivo:
Carácter enérgico y recto… Inteligencia débil; juicio un poco estrecho; pero muy   aplicado, progresa sensiblemente… Muestra mucha habilidad para los empleos y trabajos materiales e incluso artísticos… Muy abnegado, humilde, regular; dócil por espíritu de fe, por naturaleza se aferraría a sus ideas. Buen compañero, preocupado por el bien espiritual de los otros. Muy afianzado en su vocación.
Otro juicio proyecta alguna luz sobre el desenlace de su vida: “Muy generoso por naturaleza, no tiene miedo al sacrificio.”  Con ese espíritu José Boissel hace su oblación perpetua en el hospital de Monterau el 29 de septiembre de 1935.
El 4 de julio de 1937 es ordenado sacerdote. El 26 de mayo de 1938, junto con tres de sus compañeros, recibe la obediencia  para Laos; tiene 29 años. Curiosamente, en contra de la costumbre generalizada de los Oblatos, no quiso pedir al Superior general ninguna misión concreta, declarándose dispuesto a ir a una cualquiera; sin embargo Laos sintonizaba bien con su profundo deseo.

Un pionero de la misión del norte de Laos
José Boissel formaba parte de un grupo de pioneros oblatos de la Misión de Laos –los que conocieron todos los avatares de la guerra desde el principio. Una vez llegado a ese país, en octubre de 1938, si dirige rápidamente hacia el sector  de Xien Khouang donde la evangelización apenas había comenzado. Muchos años después hablará con nostalgia todavía del puesto de Nong Ét, una estación misionera en la avanzadilla de la Provincia de Xieng Khouang, que entonces se llamaba Tran Ninh, en la frontera con Vietnam camino de Vinh. A causa de la guerra tuvo que abandonar por un tiempo ese puesto: por la declaración  de guerra del 1939, fue movilizado, pero podrá cumplir sus obligaciones en el mismo Laos. Pero muy pronto le llegará la misión  “en brouse” (en la selva), que es lo que le gusta.
Sin lograr ninguna conversión, en realidad suscitó allí un movimiento de simpatía, sobre todo entre los Hmong. Fue el primer Oblato que entabló amistad con ese noble pueblo. Veinte años antes, otros misioneros habían abrigado hacia ellos sentimientos muy distintos: “Población nefasta, porque cultivan opio al por mayor, con el que inundan todo el país, con gran detrimento para los indígenas. Desde el punto de vista de la evangelización, no tenemos que ocuparnos de ellos.”
En 1946 recibiría de un jefe gmong la siguiente carta:
Si, a pesar del período difícil, aún seguimos vivos casi todos, es porque Dios nos protege. Me acuerdo siempre con emoción que usted rezó por un laico a quien usted quería mucho; ese laico era yo. Sin conocer la religión cristiana… yo reconozco por un sentimiento innato la existencia de un Ser Supremo que vela por nosotros y por nuestros actos… Mi mayor deseo es recibirle la próxima vez;  Padre, todos nosotros pensamos en usted, usando una expresión meo como en un ‘padre’.
En marzo de 1945 tuvo lugar el golpe de fuerza de los japoneses sobre Laos. El uno de junio José Boissel fue hecho prisionero junto con su compañero el Padre Vicente La Calvez y el Prefecto Apostólico, Mons. Jean Mazoyer, o.m.i.  A los tres los llevaron a Vinh, Vietnam, donde quedaron detenidos en medio de una población hostil.
De regreso a Laos en 1946, José vuelve a encontrar a su Tran Ninh y el contacto con los Hmong. La misión de Nong Ét es saqueada y devastada. En muy poco tiempo se hace inaccesible a causa de la persistente inseguridad. Escribe: “es hora de instalarse definitivamente; no sé exactamente donde instalarme; lo primero será encontrar un terreno, después hacerme serrador, carpintero y lo demás.”

« Quien cultiva debe trabajar con esperanza » (1 Cor 9, 10)
Las condiciones materiales por entonces son muy precarias. El Padre Boissel cultiva él mismo el arrozal para poder comer. De parte de los militares franceses no recibe ninguna ayuda, salvo un regalo inesperado: un centenar de bidones de gasolina vacíos. “Yo los desguazo para cubrir mi pequeño internado meo”, escribe en 1947. “Con una cubierta así, ¡ya pueden llover piedras! Termina su carta dirigida a Mons. Mazoyer por entonces en Europa:
Dentro de unos diez días usted estará a los pies del Santo Padre, ¿qué pensará él de Laos?  Pobre Laos, pobre Indochina; no parce arreglarse nada, reina siempre y por todas partes la locura. Estemos unidos a Dios y pongamos nuestra confianza en Él. Él sabe bien de qué tenemos necesidad.  –P.S. Espero que usted encuentre  religiosas; tres serían bien recibidas en Xieng Khouang. Yo les preparo una casa.
Al año siguiente escribe a sus superiores de Roma:
El trabajo  misionero en Laos, a causa de las distancia enrome que hay que recorrer y por la pobreza del país seguirá siendo un trabajo oscuro y penoso durante muchos años. Hacen falta pioneros dispuestos a sufrir lo que sea tanto en los puestos de misión como en las giras… Cada cual en su  sitio ha sufrido lo suficiente para adquirir la experiencia de la gente del país… Si no fuera porque los misioneros de Laos tienen una fe ardiente en su corazón, podrían preguntarse qué crimen habían cometido para ser enviados aquí.
En 1948-1949 el Padre Boissel sale rumbo a Francia para restablecer su salud quebrantada a causa de las privaciones, como explica él mismo a los lectores de Pôle et Tropiques, la revista misionera de los Oblatos:
Después de haber pasado diez años en la selva de Indochina, en condiciones muy raras,  uno se siente feliz de poder regresar a Francia por unos meses. El 18 de octubre de 1948, en el primer avión que había venido para inspeccionar la pista al comenzar la estación seca, pude despegar de Xieng Khouang y en menos de media hora, llegué al centro de Vientiane, ahorrándome así un viaje pesado y peligroso de doce horas de camino… Ahora descanso con mi familia en Loroux.
De regreso a Laos, durante muchos años, se ocupan de la formación de los catecúmenos y de los neófitos kmhmu’ de varios pueblos de la montaña de Xieng Khouang,  en los alrededores de Ban Pha donde fijó su residencia. Los habitantes de Ban Pha, los Thï Dam, son ajenos al movimiento de conversiones. En noviembre de 1957 dejará el pueblo y el sector en manos del Padre Luis Leroy.

Los años de madurez: con los desarraigados
Así pues, en noviembre de 1957 José Boissel abandona definitivamente Xieng Khouang y sale para Francia para disfrutar  de un nuevo descanso bien merecido.  De sus familiares ya sólo queda su hermana Victorine; así que decide realizar un proyecto muy querido para él: hacer una gira por Europa como peregrino.  Con el “rector” párroco) de su pueblo, el cura Louaisil, sale para Roma en la pequeña Renault 4L del cura. Durmiendo casi siempre en una tienda, pasan por Solignac, escolasticado de los Oblatos, Lourdes y Ars, para llegar por fin al la Ciudad Eterna. Sin embargo los superiores le habían prohibido terminantemente ir a Fátima, e incluso visitar los santuarios de la vecina Bélgica.
Al regreso, José reemprende una nueva fase de su vida misionera: lo destinan al distrito de Paksane, donde se afanará hasta su último día. Se encarga primero de la aldea de arrozal de Nong Veng; después, a partir de 1963, se instala en Ban Na Chik en el kilómetro 4 de Paksane hacia Pak Kading –el famoso Lak-Si.
El Padre Henri Delcros[1], o.m.i., había ayudado a los cristianos kmhmu’ refugiados  de la región de Xieng Khouang a reorganizarse en varios pueblos: Vang Khoma, Hat I-Êt, Pakvang et Nampa. José Boissel le sucedió en esa tarea. Pone acentos patéticos para dar a conocer las condiciones de vida de sus nuevos parroquianos:
Mi sector se extiende a lo largo de una pista de tierra y de piedras por la que mi pobre 2CV es duramente sacudida. Cada todas las familias arrastran las consecuencias de una guerra que se eterniza. Por aquí, mujeres cuyos maridos están en el ejército, familias descoyuntadas…; por allá, aldeas enteras que han huido de las zonas de combate y se ha refugiado en la llanura. A unos doce kilómetros de mi pueblo, a orillas del Nam Nhiep, tengo un grupo de unas sesenta familias que han abandonados todas sus pertenencias y sus arrozales a causa de la guerrilla, prefiriendo salvar su fe y la fe de sus hijos. A la espera de poder un rincón en el bosque para reanudar sus cultivos, viven prácticamente de las ayudas…
Recibo y visito a todo el mundo, tratando de confortar y ayudar a unos y otros en la medida de los pobres medios a mi alcance: curar los enfermos, socorrer a los más necesitados. Nunca diremos bastante sobre las desgracias que acarrea la guerra para la gente sencilla de Laos… desde hace más de diez años los grupos armados repiten los mismos slogans, prometiendo el oro y el moro una vez que consigan la victoria… Entre tanto, no hay más que requisas de arroz, trabajos fatigosos a favor de los combatientes, detenciones y desapariciones, clima de miedo y de sospecha… Estas son las amenazas bajo las cuales vivimos actualmente. No obstante hay que resistir hasta el día en que Dios nos dé la paz. Yo sigo visitando regularmente a toda esta gente, ofreciéndoles a todos palabras de esperanza, a los cristianos una ayuda sobrenatural  que les ayude a santificar estos momentos de miseria. La mayor parte de las veces yo llego con las manos vacías y sufro ante esos ojos brillantes que se fijan en mí, que esperan una ayuda material que yo no puedo llevarles… Aplastado por tal miseria, uno se siente morir por dentro, desolado por la impotencia.
Recorre esos pueblos, a pesar de la carencia de vista ya que había perdido complemente la visión de un ojo. Un jeep remplazará la Citroën 2CV, que a su vez había sucedido a su valiente caballo llamado Deng. Durante aquellos años ponerse en camino comportaba siempre un riesgo: desde finales de marzo de 1969 el peligro de la guerrilla se había acentuado, hasta el punto que tuvo que renunciar a celebrar la Semana Santa en esos pueblos. Sólo a principios de junio el Padre Boissel se atrevió a aventurarse por esa ruta de emboscadas.
Los jóvenes misioneros que acababan de llegar a la región de Paksane para aprender la lengua. Mons. Alessandro Staccioli, futuro obispo de Louang Prabang, recuerda la fascinación con la que él y los otros jóvenes escuchaban al Padre Boissel cuando contaba la guerra en Indochina, y sobre todo su experiencia misionera en la selva:
Para él la misión consistía en anunciar el Evangelio, vivir con la gente, curar los enfermos y vivir en pobreza. Era generoso, siempre dispuesto a ponerse al servicio de la gente. Decía que él había dado su vida por Laos, que quería morir allí y que ciertamente no quería volverse a Francia. Yo creo que el Señor lo escuchó.
Ese mismo testigo nos aporta un ejemplo pintoresco: “Un día se aproximó la guerrilla hasta su pueblo. Huyó a caballo, teniendo las riendas con una mano y con la otra el copón con las hostias consagradas. De esa guisa lo vieron llegar a Paksane”.

Retrato de un veterano de la misión
Los años difíciles que vivió el Padre Boissel en la misión endurecieron algunos rasgos de su carácter, pero sin echar a perder sus hermosas cualidades. El Padre Joseph Pillain, o.m.i., que también estuvo en Laos durante doce años, nos recuerda: “El Padre José Boissel era un hombre de gran corazón, de una pieza, su hablar sin rodeos, profundamente religioso, hombre de oración, fiel a las reuniones de distrito, muy agradable en comunidad.”
Su retrato lo matizan mucho más los testigos laosianos, entre los cuales figura una de las dos mujeres consagradas –de las Oblatas Misioneras de María Inmaculada- que tenían que haber muerto con él:
El Padre Boissel era un hombre de verdad, violento pero generoso, llegando hasta el extremo e sus responsabilidades. Tenía una voz potente; en cuanto a su carácter… En una palabra, era un hombre  ardiente, fogoso, pero se ocupaba de cada uno en concreto, especialmente de los pequeños, de los pobres, de los niños… Se preocupaba de su formación cristiana, porque se trataba de recién convertidos.
La gente lo quería mucho. Cada familia le llevaba la comida –una ración de arroz y otro plato. A veces los platos eran muy picantes. Él estaba enfermo, tenían dolores de estómago constantemente, pese a eso, él comía de todo sin decir nada, para estuvieran contentos.
Al llegar a un pueblo, tocaba la campana: llamada a los cristianos para la confesión; después celebraba la misa. Después hablaba con los catequistas del pueblo, con la gente del pueblo, los ancianos. Tomaba nota de los bautizos, los matrimonios a celebrar… Se aseguraba de que las inscripciones estuvieran hechas con antelación. Dormía en las iglesias. Nosotras, las Oblatas, dormíamos en cada de una u otra familia.
Estaba atento a los enfermos  que curaba personalmente, incluidos los nacimientos difíciles. Estaba atento a cada uno, de modo pastoral –totalmente entregado. Cuanto decía y hacía le salía siempre del corazón, del fondo del corazón, del fondo de la fe…
Tenía mucha fe, era muy orante. Había hecho de su vida un don al Señor. Su rasgo más notable era el amor por los pobres.
Dos testigos, laicos entrados en años, añaden:
Era cordial y franco, cercano a la gente. Era fiel a las visitas a los enfermos, las personas de edad; quería mucho a los niños. Lo que él hizo era realmente hermoso. Era un hombre bueno; todos acudieron a su entierro. Cuando celebraba la misa o predicaba, era un hombre de Dios… Era un hombre celoso. La vida de la parroquia estaba muy bien organizada: fiestas, procesiones… todo lo hacía de corazón; la gente acudía de todas partes.
Inculcaba el sentido de la confesión, animaba a la gente a mejor sus vidas. Tenía in gran espíritu de fe y un amor grande a los ancianos y enfermos. Si se le señalaba un enfermo, él iba enseguida. Todos recuerdan sus sacrificios, su fe, su amor a todos. Vivía sólo para los demás.
En cuanto a sus hermanos de religión, lo vieron de la misma manera. Por ejemplo el Padre Ernest Dumond, uno de sus cercanos colaboradores:
Era de un temperamento fogoso, generoso. No dudaba de nada, jamás titubeaba para emprender algo, siempre con el afán de ir a los más pobres… Estaba de verdad muy cerca de la gente por la cual lo querían: le perdonaban sus ímpetus, sus gritos, sus imprudencias, porque era fundamentalmente bueno y no rechazaba a nadie. Era admirable su celo por curar a los enfermos: estuvo curando a lo largo de toda su vida misionera, sin escamotear el trabajo, el tiempo. Era feliz sirviendo.
En comunidad, cuando venía a Paksane, vibraba: hablaba fuerte, incluso reía, siempre tenía historias poco comunes para contar. El Padre Boissel vivió solo la mayor parte de su ministerio, en lugares distintos, pero sentía la necesidad de encontrar a sus hermanos oblatos.

La última aventura de una vida ajetreada
Era la estación de las lluvias. Cada sábado el Padre Boissel al caer de la tarde iba a un pueblo y regresaba el domingo  hacia mediodía. El sábado 5 de julio de 1969 decidió ir a Hat I-Êt, un pueblo de refugiados hmhmu’ a veinte kilómetros largos de Paksane subiendo a lo largo del río Nam San. Debido a la inseguridad, ese año no había podido ejercer el ministerio allí durante algunos meses. Estaba allí en catequista André Van, que necesitaba un empujón.
Sale hacia las cuatro de la tarde y lleva consigo dos jóvenes Oblatas Misioneras laosianas: como siempre, éstas tenían que ayudarle en las visitas, el cuidado de los enfermos y el servicio religioso. El sobrino de una de ellas, de 10 años de edad, también se subió –a escondidas- en el coche. Al darse cuenta de la presencia del niño, el Padre Boissel para el coche y lo obliga a bajar: “Tú no tienes que venir con nosotros… Yo, como sacerdote, y las dos Oblatas, hemos dado nuestra vida al Señor. Para nosotros no significa nada morir, nuestra vida ha sido ofrecida al Señor. Pero tú, ¡tú no debes venir con nosotros!”
Acto seguido, durante todo el trayecto, él habla de la muerte. Decía: “No hay que rtener miedo de morir. Nosotros hemos dado ya nuestra vida al Señor. Viajar como nosotros lo hacemos, no tenemos seguridad; no es prudente… Siempre hay peligro.” Las dos jóvenes lo escuchaban… sin responder…
Lo que sigue nos lo cuenta una de las dos pasajeras, la única superviviente capaz de hacerlo:
Dos o tres kilómetros antes de llegar al pueblo, en una curva del camino, yo oí una ráfaga de arma de fuego dirigida contra nosotros. Los neumáticos explotaron y yo fui herida en la mano. Vi agitarse una bandera roja en el bosque a orillas del camino. Una segunda ráfaga y Teresa herida en la cabeza; como yo soy más pequeña esas balas no me tocaron. Los disparos venían por la izquierda, del lado del conductor.
El Padre Boissel fue herido en la cabeza –en la boca y en el cráneo. El jeep se fue al barranco, dio la vuelta sobre nosotros y se incendió. Las gafas del Padre se rompieron; él murió en el acto… Tenía os ojos muy abiertos. Los tres estábamos completamente cubiertos de sangre
El Padre Boissel estaba muerto, Teresa inconsciente. Yo, en un letargo enorme… sin movimientos… como muerta. Pero yo vi tres jóvenes soldados vietnamitas que dieron tres vueltas alrededor del vehículo. Decían: “¡Los matamos!”  “¡Quememos el vehículo y sus ocupantes!”  Se retiraron y lanzaron una granada contra el coche. La ganada explotó y nos causaron las heridas. Yo dije: “¡Oh, Señor!”, pero sobrevino un velo de oscuridad…
Yo no sé cuánto tiempo quedamos así en el vehículo. Después Teresa fue la primera en recobrar el conocimiento. Me empujó, obligándome a salir… La granada nos había ensordecido… Dificultad para comunicarnos, para entendernos… Las dos rezamos al Señor. « Si tienes necesidad de nosotras todavía… envía a alguien en nuestro auxilio ». Nos tendimos en el camino. Yo puse la mano sobre el corazón de Teresa y ella puso su mano sobre mi corazón: unidas en el sufrimiento.
¡Oh! Tuvimos que esperar mucho tiempo: desde las 4 y media hasta las 9 y media. Finalmente legó gente para recogernos. El cuerpo del Padre se quemó hasta tl punto que no podía reconocer su cara. Teresa, herida en la cabeza, quedó mentalmente inválida a consecuencia del atentado. Verdaderamente ya no tiene la dicha de vivir.
Demos gracias a Dios que nos conserva aún en vida hasta ahora. ¡Que el Padre Boissel nos proteja!
En el funeral solemne, Mons. Étienne Loosdregt, vicario apostólico, hizo la homilía:
Padre Boissel, usted queda entre nosotros… Esta muerte violenta impresiona, una muerte en el tajo, en plena misión apostólica, una muerte que José había rozado muchas veces, una hermosa muerte de misionero. Pero s toda su vida lo que impresiona: vida de apóstol de corazón ardiente, vida entregada, vida comida de un hombre de Dios para quien no contaba más que anunciar a Jesucristo a los más pobres…

¿Por qué murió el Padre Boissel?
Ante la muerte brutal del Padre Boissel lo primero que hay preguntarse es: ¿quién quería quitarle la vida, qué motivos movieron a los asesinos? El Padre Ernesto Dumond, que lo quería como a un padre, da una explicación bastante compleja:
Era un hombre dinámico y ardiente, pero torpe sin duda. Había expresado públicamente sus reproches ante su catequista. Resumiendo, había dicho: yo ya soy viejo, vengo hasta vosotros arriesgando mi vida y a vosotros no os importa; la próxima vez  puede que no venga ya a vosotros. Este discurso disgustó, y algunas personas se pusieron en contra de él. Fueron sin duda al encuentro de los de la guerrilla para indicarles sus desplazamientos, y estos le tendieron una emboscada.
Esta interpretación no satisface en absoluto. Un cristiano kmhmu’, ni siquiera airado iría a encontrar a los vietnamitas… La pasajera escapada nos da una explicación más sencilla y directa:
El  Padre Boissel murió a causa de la fe en Jesucristo, porque deseaban hacer desaparecer la religión católica. Sabían que el P. Boissel iba a este pueblo o a aquel cada sábado hacia las 4 de la tarde. Odiaban a los extranjeros, los sacerdotes, a la religión católica.

El sentido profundo de la muerte del Padre Boissel
Al igual que los otros misioneros fallecidos de muerte violenta en Laos, José Boissel, a su manera, con su carácter, sus talentos, también con sus límites, era un hombre de Dios que sabía  lo que tenía que hacer por Jesucristo y por los pobres, que conocía era consciente de los riesgos de esta empresa, pero que no dudaba en llegar hasta el extremo del amor.
El Padre Jean Hanique, o.m.i., amigo del Padre Boissel y antiguo provincial de los Oblatos, testimonia: “José no buscó que le mataran, pero no hizo nada por evitarlo. Fue hacia el peligro con conocimiento de causa. Se hallaban todos en esa misma situación. Sabía muy bien a qué se arriesgaba.”
Mons. Jean Sommeng Vorachak, obispo de Savannakhet, desarrolla este pensamiento en un contexto más amplio:
La vida  general de esos Apóstoles –y todos nosotros, que trabajamos y arriesgamos nuestra vida por la Fe-, era mi opinión, basta para decirnos que ellos ofrecieron su vida de una vez por todas, para lo mejor y para lo peor, dispuestos a afrontar cualquier obstáculo. El Padre Dubroux, el Padre Boissel, como el Padre Tiên y todos los demás… murieron todos por la causa de la Iglesia y de la Religión… Que la Iglesia los canonice o no los canonice, que los reconozca como santos, en el fondo importa muy poco. Todos esos sacerdotes y catequistas murieron por la Fe, por consiguiente yo creo y yo estoy seguro y cierto que están en el Cielo.
En cuanto a José Boissel, ¿no lo había explicado él mismo a son amigo, el cura de su pueblo natal, durante su tercera y última vacación en Francia en 1968?:
Él sabía que querían matarlo. Escapó de la muerte varias veces. Estaba casi seguro de que lo matarían, a causa de la fe. Había allí personas hostiles; no debía de sorprenderle. Para la gente del pueblo su muerte fue una sorpresa, y al mismo tiempo lo sabían.
El sacerdote Louaisil concluye: ¡De seguro que está en el Paraíso!”
En cuanto a la pasajera que se salvó, ella habla con entusiasmo de aquel que había conocido a lo largo de dos años de misión en común:
El Padre Boissel era consciente de los peligros de esos viajes. Estaba dispuesto a dar la vida por Jesucristo.
A su entierro vinieron todos o casi todos. Decían: “Murió por la fe, porque iba a decir la misa en ese pueblo.” Él sabía muy bien que algo tenía que ocurrir un día, durante esos desplazamientos; pero acudía porque era su trabajo. Con frecuencia la gente me recuerdan: “El Padre Boissel hacía esto, hacía aquello…”  Se acuerdan de él, dejó una memoria viva: se puede decir que era un mártir. ¡Pero todavía no ha hecho milagros!
El Padre Ernesto Dumond, uno de los primeros que se hizo presente en el lugar del atentado, escribe:
No nos quedaba nada más que envolver sus despojos con la sábana que nos había dejado el Padre Jean Fagon, su compañero de apostolado durante tres años; lo hicimos como hacían los primeros cristianos con los cuerpos ajusticiados de los testigos de la fe.
La última palabra la tiene el Padre Jean Denis, su compañero de los años jóvenes, que nunca había vuelto a verlo desde su salida para Laos:
Mi recuerdo del Padre Boissel es el de un hombre serio y generoso, sin componendas. Veo muy bien que él haya dado su vida por sus convicciones religiosas.  Y qué alegría sería para mí ver un compañero de ordenación beatificado y canonizado… Yo lo veré en el cielo antes de eso, de seguro, pero entonces nos alegraremos juntos… Estoy contento por poder dar este testimonio. Era un Oblato, un hombre que hacía bien su trabajo, sin ostentación, por el Señor.

Homilía del Padre Douangdi para el funeral del Padre Boissel (traducido del laosiano)
         Queridos hermanos y hermanas,
¿Quién dice que los Padres son extranjeros? ¿Quién dice que los Padres no son buenos? ¿Quién dice que nosotros somos traidores porque confesamos la religión de los Padres?
El Padre Boissel está de cuerpo presente ante nosotros, ahí, ahora. Su vida es la respuesta a nuestras preguntas y a nuestra fe.
Si el Padre Boissel es un extranjero, ¿por qué ha venido a vivir en Laos durante 31 años? ¿Por qué ha venido a señalar con sangre roja a nuestro país laosiano, para que se convierta  en “el pueblo donde él  ha nacido y la ciudad donde él descansa”? ¿Por qué acepta que nuestra tierra laosiana cubra su rosto?
Si el Padre Boissel no es bueno, ¿por qué no lo fulmina el cielo, por qué no lo devora la peste? ¿Por qué se movía con impaciencia e interés para llegar hasta sus hijos hasta el pueblo de Hat I-Êt? Era sólo el celo por sus hijos –a los que él quería- lo que empujaba al Padre Boissel hacia ellos, sin pensar en su sangre, su carne, su vida.
Y nosotros, si somos traidores, ¿por qué estamos sentados aquí? ¿Por qué y por cuales razones nos hemos reunido aquí para llorar por el Padre Boissel?
Vosotros los notables, los maestros que habéis conocido y frecuentado al Padre Boissel, sabed y recordad esto: era un hombre bueno, generoso con el pueblo, con los indigentes. Y aunque el Padre Boissel era un hombre directo al hablar y “estornudaba fuerte”, recordad su bondad, que ha dejado como un edificio construido por dondequiera que pasaba.
Nosotros los cristianos, que hemos comido en la misma mesa, gustado los mismos platos que él, recordad que el Padre Boissel era un sacerdote de Dios, que tenía un corazón ardiente, generoso, para sus hijos, para vuestros tíos y tías que iban a verle para pedirle ayuda. El Padre Boissel era un ejemplo, un manantial donde se podía beber el amor de Dios a los hombres.
Queridos hermanos y hermanas, enseguida vamos a llevar el cuerpo del Padre Boissel para enterrarlo en un trozo de tierra de nuestro país laosiano. ¿Qué podemos hacer para agradecer su bondad, que había edificado para nosotros y que ha dejado con nosotros? No podemos ver su rostro por última vez, pues quedó completamente quemado.
El Padre Boissel que vino a vivir en nuestro país laosiano durante 31 años. ¿Qué ha cosechado? Para mostrarle nuestra gratitud no tenemos más que nuestras oraciones. No tenemos más que un puñado de tierra, cuando lo hayamos depositado en la tumba. No pediremos nada para él, nada más el Paraíso. Que pueda compartir la dicha  en el gozo de la gloria de Dios en el Paraíso.
“La tierra tapando el rosto durante quinientos años no puede conseguir que se olvide el amor”, porque Dios nos dio al Padre Boissel para sostenernos, para amarnos.
“La tierra tapando el rostro durante quinientos años no puede conseguir que se olvide el amor”, porque el Padre Boissel era un ejemplo, un manantial de donde brota el amor  de Cristo para nosotros.
“La tierra tapando el rostro durante quinientos años no puede conseguir que se olvide el amor”, porque el Padre Boissel es un mártir, muerto por la fe para nuestro bien.
Ni el día ni el tiempo podrán borrar  de nuestro espíritu ni de nuestro corazón la memoria del Padre Boissel. Ni la lluvia que cae ni las aguas que resuenan podrán borrar la roja sangre viva del Padre Boissel, que ha marcado esta tierra laosiana, porque estamos convencidos de que el sacrificio de la vida, y de la sangre, y de la carne del Padre Boissel acarreará a nuestro pueblo laosiano la benéfica tranquilidad y la paz dichosa.
De la Biografía escrita por Roland Jacques o.m.i.




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