21 de Mayo
San Eugenio de Mazenod
(1782-1861)
SERVIDOR Y SACERDOTE DE LOS POBRES
San Eugenio de Mazenod
(1782-1861)
SERVIDOR Y SACERDOTE DE LOS POBRES
Su vida
Carlos
José Eugenio de Mazenod nace en Francia, en Aix de Provenza, el día uno de
agosto de 1782, en el seno de una familia de juristas. Conoce el sufrimiento y
el exilio en Italia durante la
Revolución francesa, y, más tarde, duras pruebas familiares.
De regreso a su país a la edad de 20 años, torna conciencia de la desolación de
la Iglesia ,
de la pobreza espiritual del clero y de la gran ignorancia religiosa en los
ambientes populares. Dotado del carácter vivo y dominante de los provenzales, animado
por anhelos generosos, se decide a poner toda su parte para responder a las
necesidades urgentes de la
Iglesia. En 1808 ingresa en el Seminario de San Sulpicio de
París y es ordenado sacerdote en Amiens el 21 de diciembre de 1811. Quiere ser
“el servidor y el sacerdote de los pobres”. Seguir la lectura
Se lanza primero en Aix al
ministerio entre la gente humilde, la juventud y los prisioneros. Pero muy
pronto, ante la inmensa tarea, se da cuenta de que necesita reunir en torno a
si un grupo de sacerdotes celosos, principalmente para despertar “la fe a
punto de extinguirse en el corazón de muchos”. Estos fueron, el 25 de enero
de 1816, los comienzos de la
Sociedad de los Misioneros de Provenza.
Eugenio recién salido del seminario, joven fundador
El Padre de Mazenod impulsó a sus
compañeros a “vivir juntos como hermanos” y “a imitar las virtudes y
los ejemplos de nuestro Salvador Jesucristo, consagrándose sobre todo a
predicar la Palabra
de Dios a los pobres”. Los estimuló después a comprometerse definitivamente
en la obra de las misiones consagrándose con los votos de religión. Aunque,
debido a su reducido número y a las necesidades apremiantes de los pueblos de
su entorno, tendrán que limitar su celo a los pobres de los núcleos rurales del
contorno, su anhelo debía “abrazar, en santos deseos, la vasta extensión de
toda la tierra”, escribía ya en 1818.
La pequeña Sociedad recibirá la
aprobación romana del Papa León XII el 17 de febrero de 1826 y se llamará en
adelante la Congregación
de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Su lema expresa su carisma y le señala
el camino a seguir: “Me ha enviado a evangelizar a los pobres”.
Eugenio de Mazenod, además de la
responsabilidad de su Sociedad de Misioneros, tuvo que asumir muy pronto la de la Iglesia diocesana de Marsella.
Esta importante sede de Provenza había sido restablecida en 1823, y el tío de
Eugenio, Mons. Carlos Fortunato de Mazenod, a pesar de su avanzada edad, había
sido nombrado nuevo obispo. Este pidió ayuda a su sobrino, nombrándolo de
entrada Vicario General; después será ordenado Obispo en 1832 y sucederá a su tío
en 1837.
Como pastor de esta Iglesia en plena
evolución, Eugenio de Mazenod se desvive por todos y cada uno. Multiplica las
parroquias, las asociaciones, los movimientos; acoge a varios Institutos
religiosos que quieren establecerse allí y anima a la fundación de otros
muchos; favorece las manifestaciones públicas de devoción; estimula la ayuda a
los jóvenes, a los obreros, a los inmigrantes, a toda clase de excluidos.
Emprende la construcción de una nueva catedral cercana al puerto y, en lo más
alto de la ciudad, construye la basílica de Nuestra Señora de la Guardia , la “Madre Buena ” tan
querida de los marselleses. Se le ve implicado en los grandes problemas políticos
y pastorales de su tiempo. Mantiene relaciones frecuentes con la Santa Sede y su adhesión
al Papa, especialmente durante los años del “Risorgimento”, será total e indefectible.
Participará activamente y con gozo desbordante en la definición del dogma de la Inmaculada Concepción
en Roma el 8 de diciembre de 1854.
Al mismo tiempo, san Eugenio sigue
siendo superior general de su Congregación religiosa. Desde Provenza, en 1834,
los misioneros, a instancias del Obispo de toda Córcega, habían asumido la
restauración del Seminario de Ajacio para formar a los sacerdotes y al mismo
tiempo, con gran celo apostólico, comenzaron a enfervorizar al pueblo llano con
las misiones parroquiales.
Pero es sobre todo a partir de 1841 cuando la
pequeña Sociedad emprende un vuelo importante. Pese al número aún limitado de
sus efectivos, san Eugenio responde desde la fe a los llamamientos del
extranjero: de Canadá (1841) donde, en pocos años, verá a sus hijos internarse
en las vastas praderas del Oeste y llegar hasta el círculo polar; de Inglaterra
(1842) e Irlanda (1855); de los Estados Unidos, México y de Ceilán, hoy Sri
Lanka, (1847); de Sudáfrica (1851). Mantiene con sus misioneros una
correspondencia constante, se revela como pastor que se interesa por todo y por
todos, un hombre verdaderamente apostólico que anima, aconseja, corrige y
sostiene. Posee por encima de todo un sentido profundo de la paternidad
espiritual y vive intensamente en unión con sus hijos que misionan lejos, en
medio de múltiples y graves dificultades. Aunque nunca rebasó las fronteras de
Europa, san Eugenio lleva en su corazón el desvelo por todas las Iglesias.
Poco antes de morir, el 21 de mayo
de 1861, fiel a su temperamento, el anciano Obispo enfermo dirá a los que le
rodean: “Si me adormezco o me agravo, despertadme, os lo ruego, ¡quiero
morir sabiendo que muero!” Y a los Oblatos les dejará como última voluntad
este testamento que es el resumen de su vida: “Practicad entre vosotros la
caridad, la caridad, la caridad; y, fuera, el celo por la salvación de las
almas”. San Eugenio se durmió en el Señor el domingo de Pentecostés
mientras se entonaba la Salve ,
último saludo en la tierra a la que él consideraba como “la Madre de la Misión ”.
Su
itinerario espiritual
En la formación cristiana de Eugenio
de Mazenod se destacan algunas influencias particulares. En primer lugar
durante el exilio en Venecia (1794-1797), quedó marcado por un santo sacerdote
penetrado del espíritu de la
Compañía de Jesús, don Bartolo Zinelli. Aprenderá de él la
práctica de la oración y de los sacramentos, la mortificación, la devoción a la Virgen Maria. “De
allí arranca mi vocación al estado eclesiástico”, escribirá más tarde.
En torno a los veinte años, dos
gracias interiores transformarán a este joven. La primera fue una gracia de
conversión. Al adorar la Cruz
un Viernes Santo, probablemente en 1807, tiene una experiencia personal del
amor de Cristo que ha derramado su sangre por él. Se trata de un sentimiento de
profunda confianza en la misericordia divina y el deseo de reparación de sus pecados
mediante el don completo de si mismo a Jesucristo Salvador.
La segunda gracia que él denomina
como una “conmoción extraña” es una verdadera moción del Espíritu que lo empujó
a tomar una decisión bien precisa: orientarse hacia el sacerdocio para
consagrar plenamente su vida a trabajar por
la salvación, es decir, por su verdadera
felicidad de sus hermanos.
De 1808 a 1812, Eugenio de
Mazenod tendrá como guías espirituales a los sacerdotes Emery y Duclaux, ambos
fieles discípulos de Jean-Jacques Olier. Reina en el seminario de San Sulpicio de
París espíritu de fervor, de regularidad y de trabajo. Ahí se aprende a querer
al Papa por entonces prisionero de Napoleón en Fontainebleau. Eugenio torna
parte en las actividades de la
Congregación mariana y de un grupo misionero fundado por su
amigo y condiscípulo y paisano Carlos de Forbin-Janson. Pese a la franca
oposición de su madre, se afianza en el deseo de ser sacerdote, y sacerdote de
los pobres. Dentro de esta orientación, siempre hay en él un deseo de reparación:
por sus propios pecados y por los pecados de numerosos cristianos que han abandonado
la Iglesia. Quiere
sobre todo cooperar con Cristo en la obra de la redención del mundo: que la
sangre de Cristo, que no ha sido inútil para él, no lo sea tampoco para los
otros.
Los primeros años de sacerdocio conocieron
en Eugenio una búsqueda de equilibrio entre la oración y la dedicación al
prójimo. Algunas gracias especiales, o signos de Dios, lo afianzarán en el
camino emprendido. En septiembre de 1815, a impulsos de una nueva “conmoción
extraña”, se decidió por el camino de la acción apostólica. Se entrega en
cuerpo y alma la realización de su proyecto: iniciar una Sociedad Misionera. Y
verá más tarde, tras el éxito de sus gestiones para obtener la aprobación
pontificia, la prueba palpable de que Dios quería esa obra.
EI Señor lo esperará ahí para
purificarlo en el crisol. Una noche oscura, un tiempo de purificación profunda seguirá
a este período gozoso y lleno de promesas. De 1827 a 1836 se suceden las
pruebas: divisiones, defecciones, muertes, pérdida temporal de su ciudadanía
francesa e incluso recelos de la
Santa Sede. Los efectos inmediatos, agravados por una
enfermedad personal seria, provocan en él momentos de desaliento y depresión.
Eugenio experimenta en carne propia el precio de entregarse al Señor y de
servir a la Iglesia. Se
sentirá por ello profundamente herido, pero saldrá de las pruebas más humilde, más
comprensivo frente a los demás, y sobre todo más fortalecido en su amor y en su
fe.
Durante el periodo de su episcopado
en Marsella Eugenio se encuentra en plena madurez espiritual. Pastor
infatigable, lleno de celo, sólidamente arraigado en el amor a Cristo y a la Iglesia , no piensa más en
si mismo, sino en todas las personas que tiene a su cargo y en la obra de
evangelización que se le ha confiado, en Marsella y en el mundo. Durante todo
su ministerio, seguirá siendo un hombre de oración. De modo muy particular
sacará de la Eucaristía
la inspiración y el sostén de su vida de sacerdote que se ofrece y que se
inmola para la vida del mundo. Tomaba tan a pecho celebrar a diario la Misa que para poder celebrar
soportaba grandes privaciones, sobre todo cuando iba de viaje. Pasa largo
tiempo en adoración ante el Santísimo, incluso en las visitas pastorales por su
diócesis. Lugar privilegiado para la identificación con Cristo, la Eucaristía es también
para san Eugenio el punto de encuentro con sus amigos, con los miembros de su
familia religiosa, “el centro vivo que les sirve de comunicación”.
Piensa mucho en sus hijos, sobre todo en los que misionan en tierras lejanas; les
recomienda que hagan ellos lo mismo. “Al identificarnos cada uno de nosotros
con Jesucristo, no seremos más que uno en Él. Y por Él y en Él no seremos más
que uno entre nosotros”.
La síntesis principal de vida
espiritual que ha escrito san Eugenio es el libro de las Constituciones y
Reglas de su Instituto, una especie de manual de acción misionera y de vida
religiosa apostólica. A partir de su experiencia personal y de la toma de conciencia
de las necesidades religiosas de su época, el Fundador de los Oblatos supo utilizar
numerosos elementos de vida espiritual que se le ofrecían. Los entresacó de sus
maestros sulpicianos y jesuitas, pero también de los grandes misioneros que admiraba:
Carlos Borromeo,
Vicente
de Paúl, Alfonso de Ligorio. Fundió esos elementos en una nueva inspiración, un
espíritu particular que se caracteriza por su raigambre evangélica y por el
ardor que lo anima. “El espíritu de total abnegación por la gloria de Dios,
el servicio a la Iglesia
y la salvación de las almas, es el espíritu propio de nuestra Congregación”,
escribía él ya en 1817. Proseguirá en 1830, afirmando que hay que considerarse “como
los servidores del Padre de familia encargados de socorrer, ayudar y atraer de
nuevo a sus hijos mediante el trabajo constante, en medio de tribulaciones,
persecuciones de toda clase, sin esperar más recompensa que la que el Señor
prometió a los servidores fieles que cumplen dignamente con su misión”.
San Eugenio ha buscado durante toda
su vida, como sacerdote, como misionero y obispo, “anunciar a los pobres
quién es Jesucristo”.
Pablo VI, en ola beatificación, dijo
certeramente de él que había sido un apasionado por Jesucristo y un
incondicional de la Iglesia.
Juan Pablo II, el día de su
canonización, el 3 de diciembre de 1995, lo propuso como un hombre del Adviento
que abre los caminos del Señor cuya nueva venida espera confiadamente la
humanidad.
Juan XXIII lo cataloga entre las
grandes personalidades que impulsaron el movimiento misionero del siglo XIX y
el Cardenal Etchegaray, su sucesor en la diócesis de Marsella y gran promotor
de la Causa de
Canonización, lo califica como la figura más sobresaliente de la Historia de la Iglesia en Francia desde la Revolución francesa
hasta nuestros días.
Eugenio predicador de misiones al pueblo anbandonado
Así se le venera en Camerún. A. Debs OMI pinxit
Para saber más:
Cardenal Roger Etchegaray, EUGENIO DE MAZENOD,
Un
corazón grande como el mundo, Madrid, Ciudad Nueva, 1999.
Es una biografía breve,
190 páginas. Pedidos a la Postulación General
o a los Oblatos de
España:, c/ Diego de León 36 bis, 28006 Madrid
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