Comenzamos la Semana Grande para los cristianos y... para toda la humanidad, pues Jesús murió por todos, aunque no lo sepan o no lo crean. La Semana Santa culmina con el Misterio Pascual: muerte y resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre que asumió nuestra naturaleza humana en el seno virginal de María para poder solidarizarse "con todo hombre que viene a este mundo".
Si quieres una música de fondo para vivir bien este tiempo de gracia, aplícate las palabras de san Pablo: «Me amó y se entregó a la muerte por mí»
Y si quieres tener una mayor consciencia de lo que sufrió, sigue leyendo y tal llores como Pío XII
Un forense describe de manera técnica la tortura y pasión de Cristo
El forense José Cabrera ha descrito las
lesiones sufridas por Jesús de Nazaret desde el momento de su detención hasta
su muerte en la cruz, analizando la documentación de la época y las improntas
de la Sábana Santa, y ha recogido sus conclusiones en «CSI: Jesús de Nazaret.
El crimen más injusto». Cabrera ha asegurado que ha elegido para su libro,
publicado por Neverland Ediciones, ese título llamativo «para que la gente se
acerque a descubrir la figura de Jesús» y conozca cómo fue su muerte desde un
triple enfoque: forense, criminológico y judicial.
(EFE/InfoCatólica) Aun sin cuerpo se puede efectuar un «análisis forense
retrospectivo» basado en testimonios y documentación de la época, como los
Evangelios y otros textos apócrifos, que no falsos sino no ortodoxos, y que
fueron descartados en el Concilio de Nicea, y en las improntas de la Sábana
Santa, cuyo valor «nadie ha desmentido», según el forense.
La documentación histórica romana establece que desde la detención hasta la muerte en la
cruz de Jesús transcurrieron 24 horas, y que, una vez crucificado, sobrevivió
dos horas, cuando algunos crucificados duraban incluso varios días, señal,
según Cabrera, de la intensidad de las torturas previas de las que fue objeto.
Las punciones en todo el cuero cabelludo señalan que no fue una corona sino un casco tupido de
espinas lo que llevó en la cabeza, espinos que, según Cabrera, los legionarios
romanos no tuvieron que buscar, sino que tenían cerca porque eran los
utilizados para prender el fuego, al igual que en algunas zonas de España se
utilizan sarmientos.
La nariz la tenía fracturada por un golpe y el hombro derecho desollado por el peso del «patibulum»
o palo corto de la cruz, cuyo peso era de entre 40 y 50 kilos, ya que no
transportó toda la cruz -la parte grande permanecía clavada en el suelo, a la
espera del crucificado-.
Los latigazos los recibió de un «flagelum» romano o látigo que partía de un palo o asidero y cuyas
colas terminaban en bolas de plomo. La ley prohibía golpear con este látigo en
la cabeza o en otros órganos vitales para provocar sufrimiento pero no la
muerte, de modo que Jesús, que recibió hasta 300 impactos de esas bolas de
plomo -el triple de lo permitido en la ley judía-, ya llevaba varias costillas
fracturadas en el momento de acarrear el «patibulum».
También se desolló ambas rodillas hasta la rótula por el efecto de las caídas y el peso del
palo de la cruz. Los clavos le atravesaron las muñecas pasando entre los
huesos, mientras que para los pies, superpuestos, se empleó un solo clavo que
entró por los empeines, donde el pie es más ancho. Según Cabrera, habitualmente
se ataba a los crucificados y los clavos, por ser muy caros, se reservaban para
«ocasiones especiales».
El centurión de la guarnición romana, antes de abandonar el lugar del sacrificio, tenía la
misión de asegurarse de que el crucificado estaba muerto para garantizar que
nadie lo descolgaba con vida, por lo que en el caso de Jesús le atravesó el
corazón clavando la lanza de abajo a arriba y de derecha a izquierda. Y de la
herida, según las Sagradas Escrituras, brotó agua y sangre -el agua era el
suero que rodea el corazón cuando la agonía se prolonga durante horas, según
Cabrera-.
El forense efectúa igualmente un análisis criminológico de los elementos que acompañaron las torturas y otro
judicial de los «saltos» que se dieron en el proceso entre las dos leyes
vigentes en Palestina, la romana y la judía, con la idea de perjudicar al reo. «Pilatos, al final, no tuvo ningún
elemento objetivo para condenar a Jesús, y lo condena por razones políticas»,
ha concluido.
Cabrera ha recordado que fue en el siglo XX, al papa Pío XII, al primero que un cirujano, Pierre
Barbet, le describió estas lesiones y los sufrimientos que conllevan desde el
punto de vista científico, y ha asegurado que el papa lloró al admitir: «No lo
sabíamos, nadie nos lo había contado así». Alfredo Valenzuela
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