El P. Rafael Álvarez Muñiz o.m.i. tiene alma de poeta. Nacido en
Acebedo, León, en 1932, siendo casi un niño, ingresó en el Juniorado de los
Misioneros Oblatos en Las Arenas (Vizcaya) y ya entonces lo rondaban las Musas.
Su primera poesía, transida de nostalgia, fue “La Primera Carta”, primer
mensaje postal que le enviara su madre desde su querida Montaña. En 1946 pasa a
Hernani (Guipúzcoa) para hacer el noviciado. Su Maestro de novicios, el P.
Mariano Martín, también era poeta. Profesa como religioso en 1950 y pasa a
Pozuelo, Madrid, para prepararse al sacerdocio. Es ordenado en 1956 y comienza
su ministerio pastoral y misionero por la Piel de Toro y por el continente
africano. Dondequiera que va, su alma sensible, escondida tras unas apariencias
de hombre duro, deja trozos de su corazón, sobre todo en Teverga (Asturias),
Málaga, Sáhara… Sáhara el Kebir (el Gran Desierto) le
inspiraría más de un poema. Tiene algunos publicados con discreción y varios
inéditos. Ahora, en la enfermería de la comunidad y moviéndose en su silla de
ruedas, dice que las Musas lo han abandonado; pero goza leyendo y releyendo sus
composiciones a los amigos. Este verano me recitó una en honor de la Asunción
de la Virgen…
Tránsito
Muerte y Asunción de María
Se
durmió. No murió.
Que
no muere, se duerme,
el que
muere de amor.
Se
durmió dulcemente
y se
fue…
Y se
fue
con
los pies hechos alas
sin
hacer ningún ruido
como
hace la madre
cuando
deja en la cuna
a su
niño dormido
Y
vinieron los Ángeles
con
sus alas de espuma,
sus
vestidos de nieve
y
sus carros de nubes
adornados
de estrellas,
para
velar su sueño.
En
el pecho tenía
como
el rojo de púrpura
una
ros de sangre
que
floreció aquel día
a
los pies del madero
en
que murió la VIDA,
y
ofrendando a su Hijo
nos
aceptó como hijos.
La
velaron tres días
nada
más que tres días
entre
cantos y danzas,
alabanzas
y loas al
acorde
de liras,
melodías
de arpas
y
otras mil sinfonías.
II
Después
vino el Hijo
y
besó su frente
para
despertarla
como
hiciera Ella
cuando
Él era Niño.
Porque
no era bueno
que
estuviera muerta,
o
sólo dormida,
quien
diera la vida.
Sacaron
sus galas
y
sus chirimías
y
hubo mucha fiesta
y
grandes torneos
para
festejarlo
arriba
en el Cielo.
Y
luego cruzaron
sus
alas de espuma
tejiendo
una alfombra
y un
arco de triunfo
de
la tierra al Cielo
para
que subiera
a
son de trompetas
por
santa y por buena,
por
buena y por Madre
la
Virgen María.
Y
dejó en la tierra
su
blanca sonrisa,
un
olor de rosas
y un
amor de madre
para
cobijarnos
en
nuestras tormentas.
III
Y el
Padre le puso
corona
de Reina,
de
Reina de Cielos,
de
Cielos y Tierra,
para
que interceda,
proteja
y ampare
si
te sientes hijo
y
desde tus penas
y
tus alegrías
tú
le dices: MADRE.
Nota: ¡Ya
sé que la Virgen se merece
otra cosa!
Rafael Álvarez Muñiz, o.m.i.
El P. Rafael, poemas en mano, en su habitación de Madrid
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