viernes, 28 de marzo de 2014

Oblatos en Sri Lanka

Los Oblatos de Sri Lanka, numerosos y misioneros "ad extra"

 Oblatos spañoles misioneros en Ceilán

Dos Oblatos del Consejo General, Miguel Fritz, Consejero general para Latinoamérica, y Luis Ignacio Rois, alias Chicho, Consejero general para Europa, han hecho una visita de familia a los Misioneros Oblatos del norte de Sri Lanka, la Isla que los ingleses llamaron Ceilán, y los poetas, Lágrima de la India, o mejor, la Perla de Asia. Los primeros Oblatos que llegaron a ese país fueron enviados por el mismo fundador de la congregación, San Eugenio de Mazenod, en 1848. Al día de hoy Sri Lanka cuenta con dos provincias oblatas, Colombo y Jaffna. El número de Oblatos esrilanqueses rebasa sobradamente los 300 y no se limitan a establecer la Iglesia en su propia tierra, sino que, como misioneros que son, han ido a evangelizar a otros países. En el siglo pasado recibieron misioneros extranjeros, europeos en su mayoría. Ahora ellos se han convertido en misioneros “extranjeros” aceptando misiones “ad extra”. Han fundado en India, Bangladesh, Paquistán… Colaboran en la evangelización en diversos países, y no sólo asiáticos, sino también europeos, por ejemplo Italia o Escandinavia. En la primera mitad del siglo XX llegaron a Jaffna dos Oblatos españoles: Simeón Gómez, burgalés (Hacinas 1808 – Jaffna 1978) y poco después Bonifacio González, leonés (Las Salas 1919 – Madrid 1991). De ambos hay memoria viva en la Isla; pero pocos ceilaneses, incluso Oblatos, se acuerdan de un tercero que partió desde Madrid: 
Pedro Saltiel (Salónica 1914, Jaffna 1948). Era un Oblato particular: judío sefardí, convertido al cristianismo, entra en la congregación en Francia, donde hace su primera profesión religiosa en 1927 y la oblación perpetua en 1940. A la llegada de los nazis a Francia huye en bici hacia España. Lo acoge la comunidad oblata de Henani y lo envían a Pozuelo para terminar la teología, donde en 1942 es ordenado sacerdote y, tras unos años de ministerio en España, parte para Ceilán, donde enfermó y murió a los dos años de su llegada. “Corta fue la sementera”, escribiría de él Gregorio Iriarte, estudiante de teología, en La Purísima.

 
Bonifacio González, Simeón Gómez  y Pedro Saltiel

Léase ahora el relato de Chicho



Chicho y Miguel con dos oblatos esrilanqueses

JAFFNA, LA MISIÓN OBLATA CONTINÚA

Hace unas semanas he tenido la oportunidad de conocer la Misión de los Oblatos en Jaffna, en la maravillosa isla de Sri Lanka. Una isla exuberante en muchísimos sentidos: la belleza y la diversidad que ofrece su naturaleza, la multitud de templos de las religiones con más fieles en el mundo y más aún la belleza y simplicidad de los hombres y mujeres que hemos encontrado. Y el té, claro, el té. Pero lo que más atrapaba mi mente y corazón durante la visita era la misión oblata, como memoria del pasado y como actualización del carisma hoy.

Memoria Agradecida. “La alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria agradecida: es una gracia que debemos pedir” (Evangelii Gaudium 13).  Pues esa gracia me fue regalada en la visita a Jaffna. Después de las lógicas presentaciones y de decir que yo era un oblato español, casi todos los oblatos de cierta edad de la provincia de Jaffna reaccionaban de forma similar: “¡Español! Como Padre Simeón Gómez y Bonifacio González”. Y comenzaban los relatos de anécdotas. Y sí, era una memoria agradecida.

De Simeón Gómez recordaban su buena planta. En seguida me mostraron una fotografía que está en la casa provincial. Entre todos los oblatos de la Provincia de Jaffna se ve a Simeón Gómez en plena madurez, bien plantado, alto, con barba crecida. Recuerdan que le gustaba comer bien. Su estrategia misionera cuando visitaba las casas era saludar diciendo ¿qué tenemos hoy para comer? Pero atención, que es conocido por visitar las casas más pobres de su misión. Dicen que le gustaba cantar y que enseñaba a los niños a cantar. Quedé impresionado con un oblato que muy emocionado me dijo que él debía su vocación al P. Simeón que por otra parte parecía un buen animador vocacional. Proponía a cada familia católica que uno de los hijos o hijas se consagraran al Señor como religiosos o sacerdotes. En el impresionante cementerio católico de Jaffna, entre tantos oblatos nativos y extranjeros, reposan los restos de nuestro hermano Simeón. Allí pude agradecer su testimonio misionero hasta la muerte, un testimonio que en su sencillez todavía inspira a algunos que abrazaron la vida oblata en esta isla maravillosa.

De Bonifacio González cuentan aventuras sin fin. Parece que era un “probador de diáconos” ya que cada año enviaban a su misión a uno o dos diáconos. No sé si la intención era ver si resistían o no. Lo cierto es que yo me encontré con varios de ellos que no paraban de contar historias. Que si era un gran cazador… y empezaban a contar aventuras de cuando iban con él a cazar. Que si era un todoterreno, resistente a todas las pruebas. De él hablan también de su manera particular de hablar el tamil. Parece que tenía esa cualidad, común en muchos de nosotros, de “españolizar” cualquier lengua que hablamos. Todos reconocen con admiración que trabajó en la zona más pobre y que estaba muy cercano a los más pobres de entre los pobres. Y que era muy amado por ellos. Todos los años iba en peregrinación a Nuestra Señora de Madhu y era él el que se destacaba por su piedad y por organizar las procesiones multitudinarias y las vigilias de oración en este santuario tristemente célebre por haber sido bombardeado durante la guerra hace unos años. No me fue difícil recorrer miles de kilómetros para trasladarme con mi oración al cementerio de Pozuelo y hacer memoria agradecida por Bonifacio que vino a morir a España.

La misión en Jaffna hoy. “A veces se trata de escuchar el clamor de pueblos enteros, de los pueblos más pobres de la tierra, porque “la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino en el de los derechos de los pueblos” (Evangelii Gaudium 190). “El imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno” (Evangelii Gaudium 193). ¿Cómo es la misión de los oblatos en Jaffna hoy? Evidentemente aquí no podemos escribirlo todo. Pero sí al menos dejar constancia de lo que más me impresionó. Hay dos palabras que hacen que a los oblatos y a la gente de Jaffna se les llenen los ojos de lágrimas: la guerra y el tsunami. Ambas palabras han dejado graves heridas en el corazón de tantos hombres y mujeres en Jaffna y también en los corazones de los oblatos.
Emociona visitar la Iglesia memorial por las víctimas del tsunami, Iglesia que diseñó un oblato aprovechando lo que quedó en pie después que el tsunami matara a tantos en tan poco tiempo. Aprovechando todos los pilares de la Iglesia quedan escritos en memorial el nombre de todas las víctimas que murieron. Pero víctimas también fueron los huérfanos, viudas y tantos pobres que el tsunami dejó a su paso y que dejó heridas que todavía duran.
Emociona ver a los oblatos que estando ellos mismos profundamente heridos van a curar las heridas de sus hermanos que sufrieron todas las desgracias de una guerra que oficialmente ha sido declarada terminada. Heridos sí. No puede dejarnos impasible escuchar las historias de oblatos que fueron desplazados y vivieron en campos de refugiados, con hambre y sin techo fijo, temiendo las bombas que caían a uno y otro lado; o los que perdieron su familia durante la guerra; o de los que durante sus años de formación en el noviciado y en el escolasticado no supieron si sus familias estaban vivos o muertos; o los que fueron directamente heridos, encarcelados o expulsados de su propia tierra. Como buenos discípulos del Pastor que con sus heridas curó las nuestras, ellos se dedican en cuerpo y alma por curar las heridas de los otros creando centros de escucha y apoyo, nuevos colegios y orfanatos, centros para la reconciliación y para reclamar que sean respetados los mínimos derechos que llaman humanos. Ellos se vuelcan en la predicación de misiones y en la atención pastoral a tantos que no pueden soportar el sufrimiento y se ven tentados de dar su espalda a todo y a todos.
El mismo día que nosotros tomábamos el avión de regreso un oblato fue detenido y durante tres largos días interrogado. ¿Casualidad? Todavía siguen las investigaciones. La presencia militar lo invade todo y no les gusta que los oblatos estén cerca de los heridos por la guerra y reclamen sus derechos. Aquí la oblación, dar la vida, significa también ponerla en riesgo, un riesgo concreto que se hace sentir cada día. Pero los oblatos siguen curando y luchando. También por la reconciliación, trabajando juntos, oblatos cingaleses y tamiles, aunque no es fácil. Como el Obispo oblato Monseñor Andradi OMI, cingalés, que levanta su voz para que sean respetados los sentimientos humanos más elementales como es el  derecho de cada uno a saber si sus familiares están presos para ir a visitarlos o muertos para poder llorarlos. Y esto después de casi cinco años en que la guerra se declaró terminada,. Sí, el nombre los Misioneros Oblatos de María Inmaculada hoy en Jaffna (Sri Lanka) es un nombre querido por los pobres y heridos, 168 años después que S. Eugenio de Mazenod enviara sus primeros oblatos a estas tierras.
Memoria agradecida, que si es verdadera, nos lleva al compromiso concreto allí donde cada uno vivimos o tratamos vivir aquello de “ser levadura de las Bienaventuranzas en el corazón del mundo”(Constitución 11). 

 chichomi en NOSOTROS OMI




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