Pedro Saltiel (Salónica 1914, Jaffna 1948). Era un Oblato particular: judío sefardí, convertido al cristianismo, entra en la congregación en Francia, donde hace su primera profesión religiosa en 1927 y la oblación perpetua en 1940. A la llegada de los nazis a Francia huye en bici hacia España. Lo acoge la comunidad oblata de Henani y lo envían a Pozuelo para terminar la teología, donde en 1942 es ordenado sacerdote y, tras unos años de ministerio en España, parte para Ceilán, donde enfermó y murió a los dos años de su llegada. “Corta fue la sementera”, escribiría de él Gregorio Iriarte, estudiante de teología, en La Purísima.
Bonifacio González, Simeón Gómez y Pedro Saltiel
Chicho y Miguel con dos oblatos esrilanqueses
JAFFNA, LA MISIÓN OBLATA CONTINÚA
Memoria
Agradecida. “La alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la
memoria agradecida: es una gracia que debemos pedir” (Evangelii Gaudium
13). Pues esa gracia me fue regalada en la visita a Jaffna. Después de
las lógicas presentaciones y de decir que yo era un oblato español, casi todos
los oblatos de cierta edad de la provincia de Jaffna reaccionaban de forma
similar: “¡Español! Como Padre Simeón Gómez y Bonifacio González”. Y comenzaban
los relatos de anécdotas. Y sí, era una memoria agradecida.
De Simeón
Gómez recordaban
su buena planta. En seguida me mostraron una fotografía que está en la casa
provincial. Entre todos los oblatos de la Provincia de Jaffna se ve a Simeón
Gómez en plena madurez, bien plantado, alto, con barba crecida. Recuerdan que
le gustaba comer bien. Su estrategia misionera cuando visitaba las casas era
saludar diciendo ¿qué tenemos hoy para comer? Pero atención, que es conocido
por visitar las casas más pobres de su misión. Dicen que le gustaba cantar y
que enseñaba a los niños a cantar. Quedé impresionado con un oblato que muy
emocionado me dijo que él debía su vocación al P. Simeón que por otra parte
parecía un buen animador vocacional. Proponía a cada familia católica que uno
de los hijos o hijas se consagraran al Señor como religiosos o sacerdotes. En
el impresionante cementerio católico de Jaffna, entre tantos oblatos nativos y
extranjeros, reposan los restos de nuestro hermano Simeón. Allí pude agradecer
su testimonio misionero hasta la muerte, un testimonio que en su sencillez
todavía inspira a algunos que abrazaron la vida oblata en esta isla
maravillosa.
De Bonifacio
González cuentan
aventuras sin fin. Parece que era un “probador de diáconos” ya que cada año
enviaban a su misión a uno o dos diáconos. No sé si la intención era ver si resistían
o no. Lo cierto es que yo me encontré con varios de ellos que no paraban de
contar historias. Que si era un gran cazador… y empezaban a contar aventuras de
cuando iban con él a cazar. Que si era un todoterreno, resistente a todas las
pruebas. De él hablan también de su manera particular de hablar el tamil.
Parece que tenía esa cualidad, común en muchos de nosotros, de “españolizar”
cualquier lengua que hablamos. Todos reconocen con admiración que trabajó en la
zona más pobre y que estaba muy cercano a los más pobres de entre los pobres. Y
que era muy amado por ellos. Todos los años iba en peregrinación a Nuestra
Señora de Madhu y era él el que se destacaba por su piedad y por organizar las
procesiones multitudinarias y las vigilias de oración en este santuario
tristemente célebre por haber sido bombardeado durante la guerra hace unos
años. No me fue difícil recorrer miles de kilómetros para trasladarme con mi
oración al cementerio de Pozuelo y hacer memoria agradecida por Bonifacio que
vino a morir a España.
La
misión en Jaffna hoy. “A veces se trata de escuchar el
clamor de pueblos enteros, de los pueblos más pobres de la tierra, porque “la
paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino en el de
los derechos de los pueblos” (Evangelii Gaudium 190). “El imperativo de
escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos
estremecen las entrañas ante el dolor ajeno” (Evangelii Gaudium 193). ¿Cómo es
la misión de los oblatos en Jaffna hoy? Evidentemente aquí no podemos
escribirlo todo. Pero sí al menos dejar constancia de lo que más me impresionó.
Hay dos palabras que hacen que a los oblatos y a la gente de Jaffna se les
llenen los ojos de lágrimas: la guerra y el tsunami. Ambas palabras han dejado
graves heridas en el corazón de tantos hombres y mujeres en Jaffna y también en
los corazones de los oblatos.
Emociona
visitar la Iglesia memorial por las víctimas del tsunami, Iglesia que diseñó un
oblato aprovechando lo que quedó en pie después que el tsunami matara a tantos
en tan poco tiempo. Aprovechando todos los pilares de la Iglesia quedan
escritos en memorial el nombre de todas las víctimas que murieron. Pero
víctimas también fueron los huérfanos, viudas y tantos pobres que el tsunami
dejó a su paso y que dejó heridas que todavía duran.
Emociona
ver a los oblatos que estando ellos mismos profundamente heridos van a curar
las heridas de sus hermanos que sufrieron todas las desgracias de una guerra
que oficialmente ha sido declarada terminada. Heridos sí. No puede dejarnos
impasible escuchar las historias de oblatos que fueron desplazados y vivieron
en campos de refugiados, con hambre y sin techo fijo, temiendo las bombas que
caían a uno y otro lado; o los que perdieron su familia durante la guerra; o de
los que durante sus años de formación en el noviciado y en el escolasticado no
supieron si sus familias estaban vivos o muertos; o los que fueron directamente
heridos, encarcelados o expulsados de su propia tierra. Como buenos discípulos
del Pastor que con sus heridas curó las nuestras, ellos se dedican en cuerpo y
alma por curar las heridas de los otros creando centros de escucha y apoyo,
nuevos colegios y orfanatos, centros para la reconciliación y para reclamar que
sean respetados los mínimos derechos que llaman humanos. Ellos se vuelcan en la
predicación de misiones y en la atención pastoral a tantos que no pueden soportar
el sufrimiento y se ven tentados de dar su espalda a todo y a todos.
El mismo
día que nosotros tomábamos el avión de regreso un oblato fue detenido y durante
tres largos días interrogado. ¿Casualidad? Todavía siguen las investigaciones.
La presencia militar lo invade todo y no les gusta que los oblatos estén cerca
de los heridos por la guerra y reclamen sus derechos. Aquí la oblación, dar la
vida, significa también ponerla en riesgo, un riesgo concreto que se hace
sentir cada día. Pero los oblatos siguen curando y luchando. También por la
reconciliación, trabajando juntos, oblatos cingaleses y tamiles, aunque no es
fácil. Como el Obispo oblato Monseñor
Andradi OMI, cingalés, que levanta su voz para que sean respetados los
sentimientos humanos más elementales como es el derecho de cada uno a saber
si sus familiares están presos para ir a visitarlos o muertos para poder
llorarlos. Y esto después de casi cinco años en que la guerra se declaró
terminada,. Sí, el nombre los Misioneros Oblatos de María Inmaculada hoy en
Jaffna (Sri Lanka) es un nombre querido por los pobres y heridos, 168 años
después que S. Eugenio de Mazenod enviara sus primeros oblatos a estas tierras.
Memoria
agradecida, que si es verdadera, nos lleva al compromiso concreto allí donde
cada uno vivimos o tratamos vivir aquello de “ser levadura de las
Bienaventuranzas en el corazón del mundo”(Constitución 11).
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