miércoles, 25 de noviembre de 2015

Ser misionero en China hoy





Hablamos con misionero a quien Asia le atrae como un imán. Después de 20 años en Corea, donde lo nombraron ciudadano de honor por su labor en favor de los pobres, decide dejar ese país para irse a China. ¿Por qué? Él mismo nos lo va a explicar a continuación.


Dinos quién eres y de dónde vienes.

 Me llamo Giovanni (prefiere callar su apellido), y, como el mismo nombre me delata, soy italiano, nací en el Sur de Italia; pero he vivido y crecido en varias partes del mundo, sobre todo en el Extremo Oriente. Antes de ser ordenado sacerdote, con el fin de tener una idea del mundo misionero, hice una experiencia, un par de años, en Filipinas. Terminé mis estudios en Roma y fui destinado a Corea con el primer grupo de Oblatos. Ahora, desde 2011, estoy en China.

¿Cómo surgió en ti la vocación misionera?

Yo era seminarista diocesano en una pequeña diócesis. Al terminar el liceo hablé con mi obispo sobre la posibilidad de ir a misiones. Era religioso, franciscano conventual, y, siendo obispo misionero en África, presentó la dimisión para dar paso al clero local. Persona muy abierta, cuando le presenté mi deseo, a pesar de que tenía sólo dos seminaristas, no puso reparos y me dejó partir. Hice el discernimiento vocacional con un jesuita en Nápoles. Allí conocí a los oblatos quienes me propusieron hacer una experiencia comunitaria para conocerlos mejor. Dos aspectos de este instituto me llamaron la atención: el primero, que eran misioneros: era lo que me atraía hacia ellos. Incluso ahora cuando me preguntan qué soy, más que Oblato de María Inmaculada, respondo: Misionero. El aspecto comunitario fue el otro punto en el cual no había pensado, porque venía de una formación del clero diocesano. Cuando terminé la formación primera, pensaba volver a Filipinas; pero el P. Marcelo Zago, Superior general, planeaba enviar un equipo de misioneros a Corea del Sur con miras a poder penetrar después en Corea del Norte, y me envió con ese  grupo de pioneros.

¿Cuál fue tu primer impacto con el mundo asiático?

Yo venía de un país que se decía cristiano, estuve en Filipinas, otro país que no era totalmente cristiano, pero que contaba con una mayoría de católicos, el 80 %, y llego a Corea donde los cristianos son una minoría, pues, aunque sea muy viva la presencia de los católicos, éstos sólo alcanzan el 10 % de la población. Pero lo bonito era que íbamos a una Iglesia que no tenía necesidad de clero, y por lo tanto pensar inserirnos en una estructura parroquial era impensable. Esta situación nos costó al principio, pero nos hizo bien, porque, al no poder apoyarnos en una parroquia o en otra estructura eclesiástica, tratamos de ver, en sintonía con nuestro carisma misionero, de qué modo podíamos estar presentes en los ámbitos donde la presencia de la Iglesia se advirtiera menos. Así que la Iglesia coreana nos obligó a buscar áreas donde se pudiera poner de relieve la “misionariedad” de la Iglesia.

Visitando Corea, recuerdo que el obispo de Suwon, que os acogió, nos decía que ellos creían que en Corea no había pobres; pero la venida de los misioneros se los hizo ver. ¿Quiénes son esos pobres latentes en Corea?

La pobreza tiene múltiples rostros. Nosotros la descubrimos en los inmigrantes extranjeros que llegaban de otros países más pobres de Asia en busca de trabajo y eran marginados, explotados. Otro ámbito fue el de los más necesitados, los pobres de la calle. Nos entregamos a trabajar a fondo en ambos campos. Después, con la llegada de nuevos Oblatos, asumimos las capellanías de cárceles y hospitales y al mismo tiempo tratábamos de despertar vocaciones misioneras. Ahora ya hay un pequeño grupo de jóvenes que han hecho la profesión religiosa. Dos de ellos los tenéis aquí en Roma estudiando teología, otros ya han sido ordenados.

Tú te habías encarnado muy bien en Corea, dominabas la lengua y, en reconocimiento a tu labor allí, te honraron con la ciudadanía de honor de la capital, Seúl. ¿Qué bicho te picó para salir de allí?

Después de veinte años vividos en Corea yo deseaba ir a donde la Iglesia estuviera aún menos presente. Recibimos la invitación de ir a Rusia, a la isla de Sajalín. Fui a visitarla y me dio buena impresión. Dejé en manos de otro oblato y de un sacerdote diocesano la labor con los extranjeros, Redacté un informe detallado y me encontré con el P. General. Todo parecía que podríamos empezar; pero la iniciativa no prosperó, porque faltaban personas para poder formar una comunidad apostólica, misionera.
Entonces me dediqué a otro tipo de trabajo: predicación de retiros y conferencias a sacerdotes y religiosos en Corea, durante siete años. Pero volví a la carga con el P. General diciéndole que si hubiera otro lugar, en cualquier país del mundo donde hubiera necesidad, yo me ofrecía. Después de un cierto discernimiento, apareció la posibilidad de ir a China. A simple vista, eso parecía una casualidad, pero después, investigando en los archivos de la casa general, encontré la carta que yo había escrito al Padre General al terminar los estudios para pedirle  “la primera obediencia”, el primer destino misionero. En ella yo ya solicitaba ir a China; sólo que como estábamos a punto de abrir la nueva misión de Corea, él me indicó que fuera a Corea.

Y ahora, ¿qué labor misionera puedes hacer en China?

En China continental estamos muy pocos oblatos. De momento sólo tres: un americano, un hijo de chinos emigrados de China y un servidor. Estamos unidos a los oblatos de Hong-Kong. Este territorio, en el mapa, forma parte de China, pero en realidad es otro país. En Hong-Kong, con el apoyo del Gobierno local, se da la posibilidad de una presencia religiosa en las escuelas, en las parroquias naturalmente… De hecho hay una presencia de Iglesia muy fuerte. Allí no hay ningún problema. Además las posibilidades de trabajo pastoral son muchas. Lo que falta son vocaciones.
En China continental, por el contrario, debido a la situación política y social, no hay una presencia de Iglesia muy visible. Así que he pasado de la Italia cristiana a la mayoría cristiana de Filipinas, después a la minoría de Corea y ahora a una presencia de Iglesia prácticamente inexistente en China.  Pero así como la situación en Corea nos obligó a ser más fieles a nuestro carisma misionero (evangelizar a los pobres), China nos obliga a ir a lo esencial. Me explico: en otras partes puedes encontrar muchas cosas que forman parte de una tradición religiosa, misionera. Aquí en China continental, por el contrario, no hay nada de eso y hay que ir a lo esencial, hay que comenzar por el abecedario, tienes que buscar el sentido de la oración, el valor y el precio de la vida comunitaria. Tienes que enamorarte de un Persona, Jesucristo, que es quien motiva tu presencia aquí. Por eso creo que, a fin de cuentas, tendríamos que dar gracias a Dios por esta situación en que nos toca vivir.

Pero en concreto, ¿qué hacéis?

No hay mucho “que hacer”, en sentido clásico; pero el contacto con la gente es inmediato, uno se ve obligado a relacionarse en lo que es esencial para las personas. Por otra parte lo hacemos con estructuras, pues estamos reconocidos  por el Gobierno como una asociación de intercambio cultural y yo sería el jefe, el representante oficial de esa “empresa”. Esto me ofrece la posibilidad de obtener un visado de trabajo y por eso mismo, la posibilidad de una presencia más estable.
Yendo a lo concreto, acogemos a tantos niños que necesita un apoyo postescolar. Con ellos vienen sus padres  y esto nos da la posibilidad de visitar otras entidades, tales como orfanatos, niños abandonados, deficientes, inmigrantes… Éstos últmos vienen de las provincias buscando trabajo y se alojan en las periferias de las grandes ciudades, como es el caso de Pekín. Estas conglomeraciones forman barrios, por llamarlo de alguna manera, pero en realidad son poblados que cuentan con más de 10.000 habitantes por cada sector.

¿Qué incidencia misionera, evangelizadora, puede tener vuestra presencia?

Trabajando con estos  inmigrantes se tiene la posibilidad de presentarse con valores cristianos, aunque no claramente expresados, y desde ahí las cosas progresan. Este año, por ejemplo, hemos comenzado con un centro postescolar donde ofrecemos a los niños, hijos de estos inmigrantes, la posibilidad de venir a un local que hemos alquilado que tiene pequeñas habitaciones donde pueden hacer los deberes. Para ayudarles en esta actividad escolar, contamos, no sólo con la ayuda externa de laicos que vienen de otros barrios, sino también con la confianza y apoyo de los propios familiares. Invitamos a las mamás a que estén presentes, por turno, dos o tres cada día, de modo que ayuden a los niños a hacer los deberes. Entre todos esos “voluntarios” no hay ni un solo cristiano. Creo que este sea un modo de iniciar una presencia cristiana al estilo de aquella que nos cuentan de los comienzos de la Iglesia en tiempo de los Apóstoles. Espero que al final, superando muchos obstáculos, comenzando por la lengua, la dificultad de una permanencia estable a causa del visado, la de no tener una visión conforme a los parámetros que teníamos sobre lo que significa ser misionero, parámetros que aquí no se sostienen, que casi no tienen valor aquí, o que son menos fuertes que en otros países, al final constatas que vale la pena el alto precio que se paga y que recae lógicamente  sobre las propias espaldas.
A esas personas del lugar que nos ayudan gratuitamente de un modo fiel les estamos ofreciendo aquella vocación cristiana originaria del “ven y sígueme”. Esto es, en resumen, lo que por ahora hacemos en esa parte de China.

Volviendo la vista hacia atrás, en Corea te hallabas tan en tu casa que hasta te concedieron la ciudadanía honoraría de Seúl por tu labor social, supongo. ¿Qué diferencia ves entre tu trabajo en uno y otro lugar?

Más de uno me ha preguntado, después de 20 años durante los cuales uno se ha esforzado en dominar medianamente la lengua, en penetrar en la cultura, entablando relaciones interpersonales con la gente, teniendo un campo tan amplio de trabajo donde surgen vocaciones, cómo se me ha ocurrido irme de allí para ir a otra parte donde no hay trabajo “apostólico”. Algunos piensan que, como allí hay abundancia de vocaciones, uno se va a otra parte. Pero no es exactamente eso. En Corea, en este momento los oblatos, por una serie de motivos, han quedado en mínimos, pero su presencia es necesaria, hay que enviar más gente a Corea. ¿Por qué me he ofrecido yo para irme a otra parte? Todo arranca de los orígenes de mi vocación. Como ya dije, vengo de una diócesis pequeña que en 1981 necesitaba vocaciones. El último sacerdote había sido ordenado en 1972, casi 10 años antes. Éramos sólo dos seminaristas y el Obispo no opuso resistencia a mi marcha. Así que no fue por la abundancia de vocaciones por lo que el Obispo me dejó partir. Si hay más necesidad en otra parte, nuestras necesidades no son prioritarias.
Hay un pasaje evangélico que me motiva y acompaña siempre: el óbolo de la viuda (Mc 18, 42-44). Esa mujer pobre echó todo lo que tenía, era toda su vida. Yo lo aplico a mi caso: si mi diócesis me ha sido capaz de dejarme salir, no porque yo fuera de gran valor, valgo dos centavos, pero que a los ojos de Dios era todo lo que tenía la diócesis en aquel momento, eso mismo debemos hacer nosotros. Los oblatos, no debemos esperar a tener abundancia de vocaciones para enviar gente  “ad extra”. Dar lo superfluo no es nunca caridad. Debo recordarme a mí mismo que si en otra parte hay más necesidad, la necesidad propia no es esencial. Esta es la razón por la que me ofrecí como voluntario para China. Lo que hago aquí sé que es insignificante, pero si esta insignificancia puede ser un signo…

Un signo, ¿en qué sentido?

En un mundo de más de un billón de habitantes (en 1.376.728.800 se calcula su población  en este momento) mi presencia no cuenta nada para China; pero puede ser un pequeño signo para nosotros mismos, los oblatos, para otros institutos misioneros y para los cristianos. El Papa nos lo recuerda constantemente: tenemos que ser un Iglesia “en salida”. Yo tengo la impresión de que en estos últimos años las congregaciones misioneras se están cerrando o por lo menos les falta impulso significativo. Hay diversas causas: motivos políticos y religiosos, falta de vocaciones… Miramos mucho al bolsillo, echamos cuentas; pero creo que no hay fidelidad al ser misionero.

Desde dentro, ¿cómo ves en esa Iglesia partida en dos?

La situación político-religiosa es el desafío más importante para nosotros. No podemos presentarnos ante un mundo social y culturalmente tan diverso del nuestro cuando nosotros mismos, como Iglesia, no somos capaces de presentarnos en unidad. Nosotros los misioneros, los cristianos extranjeros que estamos en China, topamos con esta, digamos, “división”: la Iglesia “patriótica” ligada al Gobierno y la Iglesia “subterránea” fiel a la Santa Sede. La Iglesia, la Esposa de Cristo, es una. ¿Cómo es posible que estas dos Iglesias no consigan ni siquiera hablarse, mirarse, conocerse? Lo que más me duele a mí, al igual que a mis compañeros de comunidad, es que en China no me siento plenamente Iglesia. Nosotros los misioneros, dondequiera que vamos, entablamos relación con la Iglesia local. El Obispo es la cabeza visible de la Iglesia local. Aquí estamos sin cabeza, y esto no nos hace bien.
Hay muchos misioneros que, con la mejor buena voluntad, intentan tener una presencia significativa en China, pero nos falta la relación de comunión entre nosotros, porque nos falta la cabeza. Cada uno trata de cultivar su propio huerto, su parcela, pero sin intercambio de experiencias. Esto, más que hacer avanzar a la Iglesia (la Iglesia que es Comunión), le hacemos daño. Yo a veces soy crítico, más bien negativo, con los misioneros que llegan a China con la mejor buena voluntad de ser una presencia visible de la Iglesia. Permanecen dos o tres semanas, se van por aquí y por allá con traductores y luego se marchan. ¿Es ésta una presencia de Iglesia? Sería preferible que no vinieran, porque es necesario presentarse como única Iglesia de Cristo.

¿No se barruntan cambios?

Para la situación religiosa, algo comienza a cambiar ligeramente. El Papa cuando sobrevuela China envía mensajes al Gobierno. Tal vez el próximo año sea posible una presencia representativa del Papa en China, aunque aún no se sabe cómo. Hay perspectivas de un deshielo. Pero somos nosotros los misioneros quienes tenemos que ponernos en relación entre nosotros. Falta esto y así no se hace un buen servicio a la Iglesia en China continental.

La Iglesia en Hong Kong, ¿influye en ese acercamiento?

La inmensa mayoría de los misioneros que están ahora en Hong Kong han sufrido la experiencia dolorosa de haber sido expulsados y tienen un cierto sentimiento de revancha, hay heridas que no han cicatrizado bien. Las noticias que se lanzan al mundo sobre la presencia cristiana en China continental pasan a través de Hong Kong y, aunque se basen en realidades concretas, tal vez hacen pasar sólo las situaciones críticas, y esto no ayuda.
Pero ahora la situación política está cambiando. China se está convirtiendo en una superpotencia mundial y creo que esto va a favorecer a los cristianos, porque para presentarse al mundo, no pueden por menos de tener en cuenta las diversas realidades y presencias que están ahí y por lo tanto tendrán  que contemplar también  la presencia de los cristianos.

¿Qué puedes decirnos sobre la Iglesia que tú denominas subterránea?

Quienes la miran desde fuera, constatan como que hay dos realidades: una Iglesia fiel al Gobierno y otra Iglesia fiel a Roma. Pero viéndolo desde dentro, en lo concreto, las situaciones son diversas. Allí –al menos donde vivo yo, en Pekín- el Obispo ha sido designado por el Gobierno y ha sido aceptado por Roma. Sin embargo hay otras situaciones en las que los obispos son designados por el Gobierno y no son reconocidos por Roma, o viceversa, son desinados por Roma y no son aceptados por el Gobierno. Así pues, son situaciones muy, muy diversas. Donde antes había existido una fuerte presencia de católicos, el Gobierno es más tolerante con la Iglesia “subterránea” y se da una cierta libertad de culto. En otras partes la situación es más crítica y no se sabe si hay o no hay representante de la Iglesia o quién es el representante. Si me ven como miembro de la otra Iglesia, como somos muy visibles, pues yo no puedo presentarme como chino, es complicado, por eso tengo que estar atento.
Hay muchos misioneros que colaboran con la Iglesia “patriótica”, porque es menos arriesgado y puedes ir a enseñar en un seminario, pues estás “protegido” por personas relacionadas con el Gobierno; mientras resulta más difícil relacionarse desde la Iglesia “subterránea”. Hay muchos aspectos de esta presencia, pero muchos de ellos están relacionados con el visado, porque hasta para entrar en el país como turista se necesita autorización y te la dan por tiempo muy limitado. Si no eres persona grata al Gobierno, te dan el visado por un mes o pocos meses y cuando caduca vas a solicitarlo de nuevo y no te lo renuevan.

He conocido sacerdotes chinos estudiando en Roma que, al ser de una u otra Iglesia, no se hablan. ¿Cómo ves esa falta de confianza?

Te respondo con una imagen. Mi madre, al final de sus años, aunque no gozaba de buena salud, los domingos se esforzaba por preparar una buena comida e invitaba a todos sus hijos e hijas. No necesitaba nada para tener 20 personas a la mesa. Yo le decía: ¿no te cansas preparando eso? Y ella me respondía: lo que más me alegra y me paga el esfuerzo es ver que se encuentran bien juntos. Nosotros los misioneros, si pudiéramos hacer las veces de madre, diríamos lo mismo. El reto de la lengua, la cultura etc. sería un esfuerzo que daríamos por bien empleado. Lo que nos duele es que los hermanos no se hablan, se critican, se llevan mal. Los unos y los otros, los de una y otra Iglesia, tienen sus razones; pero, aún teniendo orientaciones diversas,  es preciso que comiencen a hablarse, porque en definitiva somos todos una única Esposa de Cristo y hay que contar con los que el Señor ha puesto ahí a tu lado. Quizás este sea el reto más grande que tenemos los católicos en la Iglesia de China continental.

Los que estáis allí, ¿cómo veis la posibilidad de evangelización?

No tengo buen ojo clínico, pero cuando nos encontramos los misioneros entre nosotros yo digo que no estamos preparados para evangelizar en China, no porque no hablemos bien la lengua, no, no, no. No estamos preparados porque tenemos en la cabeza una China que hemos aprendido en los libros escritos por gente que ha pasado por allí. Se piensa: China es roja, comunista, no respeta los derechos humanos ni los derechos de autor, tiene un alto nivel de contaminación… cosas todas ellas que tienen su pizca de verdad, pero que no son China. Hay una China que no conocemos, porque no resalta, no la descubres, a menos que vivas en China. Los misioneros, sobre todo los que intentan hacer alguna cosa, llegan con una idea preconcebida de China y hacen la guerra a una China que está cambiando. Da la impresión de que hacemos esa guerra con piedras y flechas, cuando esa guerra ya ha pasado a la historia, eso no sirve. Cuando queremos promover valores de la vida, por ejemplo, acogiendo mujeres en cinta para que no aborten, bautizar por bautizar… Son cosas válidas, pero la urgencia y el enfoque no es ese.

Y de cara al futuro, ¿cómo ves la misión en China?

De cara al futuro yo soy muy positivo, optimista, porque China, como ya dije, se está presentando al mundo como superpotencia, y por eso mismo se darán cambios políticos, sociales, y también religiosos. Yo entreveo que a la vuelta de diez años los misioneros podrán entrar en China también por motivos religiosos. Se están dando cambios muy grandes también mirando hacia dentro. Cuando 260 millones de personas –son datos precisos- se trasladan del campo a las grandes ciudades, se encuentran con el hecho de que ya no pueden vivir en familias patriarcales apoyadas en el marido. Éste ya no está en casa, se queda la mujer con los hijos y se encuentra con ellos sólo para celebrar el año nuevo; cuando la casa se reduce a escasos metros ya no puedes tener relaciones de vecindad; cuando el mismo Gobierno, no pudiendo exportar todo a Europa a causa de la crisis, favorece y enfatiza el consumo interno, y se piensa en el sueldo, como en otras partes del mundo, el país único y el comunismo ya han pasado. El cambio es evidente.
En ese momento los misioneros tenemos que renunciar a la guerra con flechas, deberíamos tener una mayor capacidad de reflexión. En los llamados “países de misión”  a veces usamos una metodología ya superada. Volvemos a los orígenes aplicando la metodología de antes, y lo que habíamos hecho en otro tiempo en Europa o en las colonias, intentamos aplicarlo aquí. Tal vez se pueda hacer algún bien; pero como metodología no nos sirve ahora.
Aunque la situación histórica no nos permite encontrarnos aún, tenemos que reflexionar, evaluar las propias experiencias. Nosotros, en pequeño, tratamos de hacer algo así por la noche, en la oración, revisando la jornada. Tiene que haber alguien que tenga la capacidad de reflexión en ese campo.

Y desde el lejano Oriente, ¿cómo nos veis a los cristianos europeos?

Hace unos años se escribió un libro titulado “Francia país de misión”. La misión no consiste en subirse al avión y volar lejos, a China, por ejemplo. Esto da colorido a la misión. Pero la misión no es eso. A veces yo me pregunto si no será más difícil ser misionero en Italia que en China, porque China me provoca a ser cristiano, porque soy parte de la minoría. Mientras que aquí… Hay que ser misioneros también en Italia, en España. También aquí hay que ser Iglesia “en salida”. Para ello no basta apoyar las misiones con la oración, con la ayuda económica (que se necesita y agradece) a quienes están en la “vanguardia”. Cada cual debe preguntarse: Yo, aquí, en este ambiente post-cristiano, ¿en qué medida soy presencia de Iglesia en el ámbito donde vivo, en familia, en el trabajo, etc.? Invito a los lectores a ser una presencia misionera ahí donde viven.

Muchas gracias, Giovanni.

Joaquín Martínez Vega, o.m.i.



El P. Giovanni con el entrevistador...

...y con el coreano S. Kim Ok Ki, o.m.i., estudiante en Roma

La Virgen María vista con ojos chinos




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