viernes, 18 de julio de 2014

Se nos fue Emilio Trottemenu



Emilio Trottemenu, o.m.i.
1927-2014

El 16 de julio de 2014 el P. Trottemenu o.m.i. se nos fue a engrosar la numerosa comunidad oblata del Cielo. Emilio, un bretón de pura cepa, era originario de la diócesis de Rennes (Rsnn en bretón), a 330 kms. de París y a unos 200 del cabo Finisterre francés. Pero él sabía que la tierra y el mundo no terminaban allí. Siente en su  gran corazón el celo misionero y llama a las puertas del noviciado de los Oblatos en 1947. Al año siguiente hace su primera oblación, es ordenado sacerdote en 1954 (¡60 años de cura!), y sale de su tierra para recorrer el ancho mundo. La mayor parte de su vida la vive (y se desvive) en Argentina. Muere en Buenos Aires, donde años atrás había residido como Superior provincial.
Guillermo Siles, desde Bolivia, le rinde un merecido homenaje de gratitud...



Padre Emilio, encarnaste en tu vida a Jesús  de Nazaret.

Hoy me llegó la triste noticia, que Padre Emilio Trottemenu falleció. No tenía muchos males. Algunos novicios lo llamaron el inmortal. Porque él tenía una de sus piernas dañadas y no los podría doblar,  además era más corta. Caminaba rengueando, pero sin llevar ningún dolor. Por eso le decían que nunca estiraría la pata. Y bueno, hoy si lo hizo, como vulgarmente decirnos.  Hoy partió a la casa del Padre y se va a disfrutar de todo lo que nos predicó con sus palabras y su vida.
Le conoció en mi noviciado.  Una tarde, cuando yo descansaba en la puerta del Noviciado, en Lambaré, Asunción del Paraguay. Llegó el P. Emilio Trottemenu. Se presentó diciéndome: “Soy el Padre Emilio”. Yo muy sorprendido. Ahí estaba un hombre canoso, sonriente, sencillo y con una insignificante bolsa, que era su valija.  Yo sabía que llegaba el nuevo acompañante del maestro, de Padre Leo Guillmette. No podía creer porque él solo portaba casi nada y venia a unirse a la comunidad del noviciado.
Su estilo de vida. Pasamos unos meses juntos y claramente podíamos describir a Padre Emilio como una persona íntegra, como un gran animador.  Su sonrisa y sencillez lograba fácilmente abrirse a su amistad y dejarse guiar. Siempre tenía una mirada positiva y optimista. “Cómo va la muchachada” nos decía. Muy consciente de ser un viejo que pasó por muchas experiencias especiales y muy particulares. Esa su forma de ser, hacia que nos motivemos para vivir la vida misionera con otro ojos. Ser cercano a la gente, no tener barreras, estar atento a los sentimientos de pobres, era su estilo de vida. Creo que su propia vida nos daba para aprenderla.
Podría decir que él encarnó en su vida una coherencia evangélica, vivió la pobreza de Cristo y el sueño de hacer algo para que el Reino de Dios este en medio de nosotros. Sintió de cerca el sufrimiento de muchos pobres.  No llevaba muchas cosas para su misión, sino simplemente su vida y su trabajo. Ser pobre entre los pobres, rompía nuestros códigos. Aprendí a liberarme de los bienes y estar libre ante Dios para su servicio. Su vida era un Evangelio andante, solo anunciando un evangelio de la alegría a los que esperaban una esperanza.
Sacerdote obrero.  Después del Concilio Vaticano II, el intentó de radicalizar su experiencia misionera. Se hizo sacerdote obrero y desde ahí, comprendió la necesidad de ser constructor de desarrollo.  Que además de llevar la palabra de Dios, a través de la evangelización en los pueblos. El sintió, junto con otros sacerdotes, a vivir la experiencia de fe y vida como obrero. Desde ahí, anunciar a los mismos obreros, a un Cristo obrero, a un Jesús de Nazaret inserto entre los obreros.  Esta experiencia le marcó mucho y logró contagiar a los jóvenes en la necesidad de seguir de cerca la misión entre los obreros. Formar y acompañar  a los laicos, en su mismo lugar de trabajo, ahí donde día a día están transformando, es una misión que exige actualizarla.
Su profundidad espiritualidad.  Dice que cuando somos novicios, todo lo que hacemos y escuchamos, nos deslumbran, nos seducen, nos hacen ver la misión como algo bello, urgente y que necesitan de nuestro aporte. Así fue con él, aunque solo fueron unos meses, él nos hizo saborear, degustar ese su profundo amor al Dios de la vida. A sentir a Dios en todos los detalles que tenemos.  Saber que Dios actúa en la historia y que su amor era esa transformación permanente del ser humano.
Pero, como si no fuera suficiente entender a Dios, él nos logró acercar a la vivencia de nuestro fundador, de San Eugenio de Mazenod. Nos decía: “Un hombre de gran corazón un hombre enamorado de Dios y de su entrega total”. Entender a Cristo en la cruz, era entender a San Eugenio como el seguidor de este Cristo en la Cruz, este que dio la vida y la entregó para que nosotros sigamos comprometiéndonos. 
Vivir la cruz que te libera. Nunca olvido la reflexión de intimidad de Jesús en la cruz, ahí el Padre Emilio se anonadaba, se dejaba guiar por la fuerza de Dios.  Sabernos nosotros seguidores de Jesús, el que aceptó la cruz, es vivir a nuestro fundador, que lleva la cruz a la misión, no para sufrir la cruces y con los crucificados de nuestros tiempos, sino para que la cruz sea la inspiración y la transformación resucitadora.  Será por eso que nunca olvido esta su enseñanza. Lo llevo conmigo, lo guardo mi corazón para que sea el motor de mi misión.  Pero fue el Padre Emilio quien lo sembró.
Como el “el oasis en el desierto”,  nos insistía que ningún oblato debía vivir la soledad, porque la experiencia del Fundador es una experiencia comunitaria. Insistía bastante en la Trinidad, como experiencia fundente de la comunidad.  Si Dios es amor, vivamos el amor.  Si Dios logró vivir la comunidad Trinitaria, entonces, vivamos esta experiencia en nuestra comunidad. Aceptemos la diferencia cualitativa de cada uno, al igual que Dios lo hace en su experiencia trinitaria. El amor lo puede todo, porque en Dios lo vivimos ya.
Vamos a vivir una autentica Vida Religiosa. Al final comprendí con Padre Emilio que, nuestra vida religiosa es una consagración comprometida con la ternura activa de Dios en la historia. Cada exigencia evangélica es una respuesta de ese amor que nos tiene Dios.  Los consejos evangélicos simplemente son exigencias de su Reino de Amor y de su entrega total. 
Me animó, a mí, a ser un misionero en la realidad de hoy, me inspiró para no dejarme llevar al abandono, sino a saborear todos los días a Dios en la historia y en mi propia historia.
Siento que muchos jóvenes, disfrutaron de cerca esta vivencia de un hombre, que sí dejó huella y muy profunda. Su apostolado lo predicó con su vida. Así que su misión fue cumplida y ahora partió a la casa del Padre. Allí está reservado, lo que tanto creyó.
Dios lo guarde siempre y nos siga iluminando en nuestra misión. 

P. Guillermo Siles Paz, OMI
Misionero Oblato de María Inmaculada en Bolivia.





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