Emilio Trottemenu, o.m.i.
1927-2014
El 16 de julio de 2014 el P. Trottemenu
o.m.i. se nos fue a engrosar la numerosa comunidad oblata del Cielo. Emilio, un
bretón de pura cepa, era originario de la diócesis de Rennes (Rsnn en bretón), a 330 kms. de París y a
unos 200 del cabo Finisterre francés. Pero él sabía que la tierra y el mundo no
terminaban allí. Siente en su gran corazón
el celo misionero y llama a las puertas del noviciado de los Oblatos en 1947.
Al año siguiente hace su primera oblación, es ordenado sacerdote en 1954 (¡60
años de cura!), y sale de su tierra para recorrer el ancho mundo. La mayor
parte de su vida la vive (y se desvive) en Argentina. Muere en Buenos Aires,
donde años atrás había residido como Superior provincial.
Guillermo Siles, desde Bolivia, le rinde un
merecido homenaje de gratitud...
Padre
Emilio, encarnaste en tu vida a Jesús de
Nazaret.
Hoy me llegó la triste noticia, que Padre Emilio Trottemenu falleció.
No tenía muchos males. Algunos novicios lo llamaron el inmortal. Porque él
tenía una de sus piernas dañadas y no los podría doblar, además era más corta. Caminaba rengueando,
pero sin llevar ningún dolor. Por eso le decían que nunca estiraría la pata. Y
bueno, hoy si lo hizo, como vulgarmente decirnos. Hoy partió a la casa del Padre y se va a
disfrutar de todo lo que nos predicó con sus palabras y su vida.
Le conoció en mi noviciado. Una
tarde, cuando yo descansaba en la puerta del Noviciado, en Lambaré, Asunción
del Paraguay. Llegó el P. Emilio Trottemenu. Se presentó diciéndome: “Soy el
Padre Emilio”. Yo muy sorprendido. Ahí estaba un hombre canoso, sonriente,
sencillo y con una insignificante bolsa, que era su valija. Yo sabía que llegaba el nuevo acompañante del
maestro, de Padre Leo Guillmette. No podía creer porque él solo portaba casi
nada y venia a unirse a la comunidad del noviciado.
Su estilo de vida. Pasamos unos meses juntos y claramente
podíamos describir a Padre Emilio como una persona íntegra, como un gran
animador. Su sonrisa y sencillez lograba
fácilmente abrirse a su amistad y dejarse guiar. Siempre tenía una mirada
positiva y optimista. “Cómo va la muchachada” nos decía. Muy consciente de ser
un viejo que pasó por muchas experiencias especiales y muy particulares. Esa su
forma de ser, hacia que nos motivemos para vivir la vida misionera con otro
ojos. Ser cercano a la gente, no tener barreras, estar atento a los
sentimientos de pobres, era su estilo de vida. Creo que su propia vida nos daba
para aprenderla.
Podría decir que él encarnó en su vida una coherencia evangélica, vivió
la pobreza de Cristo y el sueño de hacer algo para que el Reino de Dios este en
medio de nosotros. Sintió de cerca el sufrimiento de muchos pobres. No llevaba muchas cosas para su misión, sino
simplemente su vida y su trabajo. Ser pobre entre los pobres, rompía nuestros
códigos. Aprendí a liberarme de los bienes y estar libre ante Dios para su
servicio. Su vida era un Evangelio andante, solo anunciando un evangelio de la
alegría a los que esperaban una esperanza.
Sacerdote obrero. Después del Concilio Vaticano II, el intentó de radicalizar su
experiencia misionera. Se hizo sacerdote obrero y desde ahí, comprendió la
necesidad de ser constructor de desarrollo.
Que además de llevar la palabra de Dios, a través de la evangelización
en los pueblos. El sintió, junto con otros sacerdotes, a vivir la experiencia
de fe y vida como obrero. Desde ahí, anunciar a los mismos obreros, a un Cristo
obrero, a un Jesús de Nazaret inserto entre los obreros. Esta experiencia le marcó mucho y logró
contagiar a los jóvenes en la necesidad de seguir de cerca la misión entre los
obreros. Formar y acompañar a los laicos,
en su mismo lugar de trabajo, ahí donde día a día están transformando, es una
misión que exige actualizarla.
Su profundidad espiritualidad. Dice
que cuando somos novicios, todo lo que hacemos y escuchamos, nos deslumbran,
nos seducen, nos hacen ver la misión como algo bello, urgente y que necesitan
de nuestro aporte. Así fue con él, aunque solo fueron unos meses, él nos hizo
saborear, degustar ese su profundo amor al Dios de la vida. A sentir a Dios en
todos los detalles que tenemos. Saber
que Dios actúa en la historia y que su amor era esa transformación permanente
del ser humano.
Pero, como si no fuera suficiente entender a Dios, él nos logró acercar
a la vivencia de nuestro fundador, de San Eugenio de Mazenod. Nos decía: “Un
hombre de gran corazón un hombre enamorado de Dios y de su entrega total”.
Entender a Cristo en la cruz, era entender a San Eugenio como el seguidor de
este Cristo en la Cruz, este que dio la vida y la entregó para que nosotros
sigamos comprometiéndonos.
Vivir la cruz que te libera. Nunca olvido la reflexión de intimidad de
Jesús en la cruz, ahí el Padre Emilio se anonadaba, se dejaba guiar por la
fuerza de Dios. Sabernos nosotros seguidores
de Jesús, el que aceptó la cruz, es vivir a nuestro fundador, que lleva la cruz
a la misión, no para sufrir la cruces y con los crucificados de nuestros
tiempos, sino para que la cruz sea la inspiración y la transformación
resucitadora. Será por eso que nunca
olvido esta su enseñanza. Lo llevo conmigo, lo guardo mi corazón para que sea
el motor de mi misión. Pero fue el Padre
Emilio quien lo sembró.
Como el “el oasis en el desierto”,
nos insistía que ningún oblato debía vivir la soledad, porque la
experiencia del Fundador es una experiencia comunitaria. Insistía bastante en
la Trinidad, como experiencia fundente de la comunidad. Si Dios es amor, vivamos el amor. Si Dios logró vivir la comunidad Trinitaria,
entonces, vivamos esta experiencia en nuestra comunidad. Aceptemos la diferencia
cualitativa de cada uno, al igual que Dios lo hace en su experiencia
trinitaria. El amor lo puede todo, porque en Dios lo vivimos ya.
Vamos a vivir una autentica Vida
Religiosa. Al final comprendí
con Padre Emilio que, nuestra vida religiosa es una consagración comprometida
con la ternura activa de Dios en la historia. Cada exigencia evangélica es una
respuesta de ese amor que nos tiene Dios.
Los consejos evangélicos simplemente son exigencias de su Reino de Amor
y de su entrega total.
Me animó, a mí, a ser un misionero en la realidad de hoy, me inspiró
para no dejarme llevar al abandono, sino a saborear todos los días a Dios en la
historia y en mi propia historia.
Siento que muchos jóvenes, disfrutaron de cerca esta vivencia de un
hombre, que sí dejó huella y muy profunda. Su apostolado lo predicó con su
vida. Así que su misión fue cumplida y ahora partió a la casa del Padre. Allí
está reservado, lo que tanto creyó.
Dios lo guarde siempre y nos siga iluminando en nuestra misión.
P. Guillermo Siles Paz, OMI
Misionero Oblato de María
Inmaculada en Bolivia.
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