Creados
a imagen de Dios, Uno y Trino, tenemos que vivir “a modo de la Trinidad”. ¿En
qué escuela se aprende ese estilo de vida? ¡En Nazaret! Hace 50 años (en 1964)
Pablo VI visitaba esa primera “Escuela del Evangelio”. ¿Lecciones que se
imparten ahí? El silencio, la oración personal, la vida familiar, el trabajo… ¡el amor recíproco! Buen
tema de oración para hoy, en la Fiesta de la Sagrada Familia.
EL
EJEMPLO DE NAZARET
Nazaret
es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde
se inicia el conocimiento de su Evangelio.
Aquí
aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo
y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de
Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera casi
insensible, a imitar esta vida.
Aquí
se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí
comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su
estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares,
los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una
palabra, de todo aquello de lo que Jesús se sirvió para revelarse al mundo.
Aquí todo habla, todo tiene un sentido.
Aquí,
en esta escuela, comprendemos la necesidad de una disciplina espiritual si
queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo.
¡Cómo
quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de
Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación
a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad
divina!
Pero
estamos aquí como peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta
casa el estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no
partiremos de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de
la lección de Nazaret.
Su
primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera
en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del
espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido,
tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida
moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad,
enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la
doctrina de los verdaderos maestros.
Enséñanos
la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la
meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios
ve.
Se
nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el
significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza,
su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía
y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social.
Finalmente,
aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del
artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora
ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su
dignidad, de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo,
que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad
para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos, sino también de
aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble.
Queremos
finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles
al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas sus causas justas, es
decir: a Cristo nuestro Señor.
De las Alocuciones del papa Pablo sexto (Alocución en Nazaret, 5 de enero de 1964)
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